desde el progresismo todavía se puede triunfar en Estados Unidos en tiempos de Trump. La prueba la hemos tenido esta semana con los galardones logrados en los Grammy por dos mujeres cuya visión de la música, del negocio y hasta de la vida están alejados de la ortodoxia y el conservadurismo del sonido Nashville. Son la dulce Kacey Musgraves, con el country abierto definitivamente al pop en su disco Golden hour (Universal), y la Americana de Brandi Carlile en By the way, I forgive you (Warner).

“Apuesto a que crees que eres John Wayne/apareciendo y derribando a todo el mundo/eres un clásico en el sentido equivocado”, canta Musgraves plantando cara al símbolo machista del country en su último disco, Golden hour. La hora dorada. No puede existir título más adecuado para definir el momento de esta estadounidense que se ha hecho acreedora a cuatro gramófonos, entre ellos el del codiciado Álbum del Año.

“Con este disco he tenido una mentalidad distinta, más de sentir en vez de pensar, dejando decidir al corazón primero”, explica la tejana, que ya tenía varios Grammy en casa por discos como Same trailer, different park o Pageant material, dos éxitos que la convirtieron en la primera artista femenina en solitario en llegar al número 1 de Bilboard en los últimos cinco años.

Golden hour es apto para todos los públicos, donde los instrumentos habituales del country quedan difuminados ante las guitarras acústicas y los sintetizadores. Incluye un repertorio dominado por la dulzura de la voz de Stacey y la elegancia instrumental acústica en cortes como Slow burn, y muestra su poderío pop con el innegable vigor del estribillo de Lonely weekend, que recuerda a Fleetwood Mac o Sheryl Crow.

Stacey hasta se atreve con el uso del vocoder en su voz en Oh, what a world, los ritmos hip hop en Happy & sad y la música disco en High horse. En la lírica, las canciones están marcadas por el amor que siente por su esposo, el cantante Ruston Kelly, que editó uno de los discos destacados de 2018, Dying star. A él se refiere en Butterflies, cuando entona “recuerdo cómo se siente cuando vuelas porque tú me provocas mariposas” en el estómago, y en Love is a wild thing: “El amor es algo salvaje, puedo sentir la magia en tus dedos y oírlo en las palabras que salen de tus labios”.

Carlile Tampoco nos imaginamos a los paletos de la América rural que han votado a Trump teniendo como una de sus artistas de cabecera a Brandi Carlile, guitarrista y cantante que debutó en 2005 y es una completa desconocida por estos lares. Tras discos como The story y The firewatcher’s daughter, con algunas de sus canciones sonando en la serie Anatomía de Grey, ha logrado un altavoz para que el mundo descubra su disco By the way, I forgive you, con el que ha logrado tres Grammy a mejor álbum de Americana, mejor canción y mejor interpretación.

Lesbiana declarada desde los 15 años y orgullosa, como se comprobó en la ceremonia, donde recordó que “jamás me invitaron a una fiesta y la música ha sido el baile de toda mi vida”, ofrece un último disco marcado por las confesiones y, sobre todo, el perdón, a ritmo de Americana, entre el folk y el rock, entre el intimismo y la épica en temas que crecen en crescendos explosivos como los de The joke -centrada en la gente que se siente minusvalorada y poco representada, incluidos los inmigrantes ilegales- o Harder to forgive.

En su arranque, Every time I hear that song, evoca a la Lucinda Williams más dulce, y en su clausura remite a Joni Mitchell en Party of one. Entre ambas, el disco suena memorable, con arreglos orquestales que otorgan empaque y madurez. Ahonda en la esencia folk en la balada Whatever you do y en Hold out your hand, aunque en la segunda la enmascara con electricidad y un coro perfecto para incendiar conciertos.

Y se desnuda emocionalmente en Mother, su declaración de amor a Evangelyne, una de las dos hijas que tiene con su pareja, en la que canta “lo primero que me arrebató fue el egoísmo y el sueño... Es bella y tranquila, no se parece a mí”.