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Muse goleó en San Mamés

El trío británico convenció a más de 35.000 fans con sus éxitos y varios adelantos de su nuevo discoLos teloneros Berri Txarrak y Crystal Fighters pusieron la nota euskaldun a la cita musical

Muse goleó en San MamésEFE

Bilbao - Hacía tiempo que no rugía San Mamés como anoche, con motivo del MTV World Stage Bilbao, debido a la errática trayectoria liguera del Athletic. El clamor del estadio reverdeció añorados cánticos y aplausos no gracias al balón sino al rock apocalíptico y teatral de Muse, que barrió a unas 35.000 personas que se repartían entre el césped y las gradas con éxitos como Starlight o Psycho, y algún adelanto de su inminente disco nuevo. Antes, Berri Txarrak y Crystal Fighters pusieron la nota euskaldun al evento.

Muse, que hizo su tercera aparición en Bizkaia pasadas las 21.30 horas, volvió a levantar un rugido entre sus acólitos, devotos de una música de tintes litúrgicos -como todo el rock de estadio-, épicos y distópicos desde el inicial Psycho, precedido por la arenga militar de Drill Sargent. Su líder, Matt Bellamy, en el centro del escenario y vestido con una chaqueta reflectante y un pantalón rojo, es una estrella. ¿Megalómana? Puede. Como casi todas. Y puede gustar más o menos, como su música, pero resulta innegable su tirón, su magnífica voz -filtrada y en falsetes imposibles en reiteradas ocasiones- y su destreza a la guitarra.

Sobre la base sólida de un sonido contundente que se fue tornando prístino a medida que avanzó el reloj, y de un aparataje visual marcado por la tecnología y aumentado con unas pantallas que propulsaban sus imágenes y su mensaje antibelicista, paranoico y retrofuturista, Muse alternaron los éxitos planetarios con varios adelantos de su inminente disco nuevo, Simulation theory.

“Buenas noches, Bilbao”, clamó Bellamy antes de estrenar una de ellas, Pressure, entre explosiones de fuego, que se repitieron en varias ocasiones, como las consabidas lluvias de confeti.

Con la batería de Dominic Howard y el bajo con fuzz de Chris Wolstenholme -con luces en su mástil- marcando el ritmo, Muse se convirtió en cuarteto con el teclista de refuerzo, Morgan Nicholls, que llenó espacios y aportó ritmos con sus sintetizadores. Citaron a los fans con otro estreno, The dark side, antes de encarar un rosario de éxitos como Plug in baby, con su riff alocado, o Supermassive black hole, con las pantallas explotando en combustiones de rojo y amarillo.

Bellamy tiró de virtuosismo al mástil de su guitarra, con múltiples solos virgueros de inspiración heavy, jugó con su voz filtrada, nos recordó a Queen en algunas líneas melódicas y a U2 en el gospel sintético Dig down (otro adelanto) y dejó que el público compartiera con él el estribillo de Starlight, mientras un torbellino de focos barría las gradas.

La recta final resultó apoteósica y marcial desde que sonó Time is running out. Fue el tiempo de la locura de los fans, de la lluvia de confeti y de los juegos con unos enormes globos blancos antes de la llegada del bis, que se inició con Uprising -Bellamy cantó “no nos controlarán” mientras un helicópteros sobrevolaba San Mamés- y Knights of Cydonia, con la característica armónica de Morricone en el epílogo del encuentro mesiánico.

En euskera El arranque de la velada, a las 19.15 horas, tuvo acento euskaldun. La organización, con buen tino, eligió a Berri Txarrak para abrir la noche y acercar el evento a la cultura vasca. Y el trío navarro, que defendió su presencia para dar visibilidad al euskera en un evento masivo, se reveló en la cúspide de su carrera, engrasado en esta apoteósica gira de presentación de su disco Infrasoinuak, en varios continentes y con llenazos como el del BEC, que agrupó a 10.000 personas.

Ya sin luz solar y mientras las colas seguían serpenteando en los aledaños para acceder al estadio, Gorka Urbizu y sus colegas marcando el ritmo como un reloj de precisión dirigido al estómago, demostraron que saben y pueden compartir escenarios amplios sin sonrojos ante una competencia millonaria, orgullosos de defender espacios y culturas minoritarias con el repertorio de Infrasoinuak ante una audiencia amplia y con un sonido contundente. La lírica Katedral bat, la frescura reggae pop de Spoiler o los calambrazos eléctricos de Jaio.Musika.Hil agitaron a parte de un público que reconoció viejos éxitos como Ikasten y Dena ez du bailo, que provocaron pogos generalizados antes de la despedida con Eskuak. Resultó tan corto como intenso.

Después llegó la fiesta veraniega -más larga que la de Berri Txarrak, se alargó hasta unos 45 minutos, pero también de sabor euskaldun- del grupo británico Crystal Fighters. Dio igual que fuera de noche, estemos ya en otoño y la temperatura apenas superara los 10 grados porque en sus conciertos se respira verano, deseos de fiesta y hedonismo con una música trufada de filosofía hippie y un pop contagioso y luminoso adaptado al presente con guiños electrónicos y una clara raíz africana desde una base acústica y pop.

Liderados por su cantante, el pintoresco Sebastian Pringle, que apareció vestido como el operario de una brigada de obras, y siempre propulsados por un efectivo entramado rítmico -con detalles de esa txalaparta, de piedra y madera, característica que aporta exotismo a su propuesta- y una iconografía escénica selvática, incitaron a la fiesta con los estribillos efectivos y la simplicidad contagiosa y bailable de clásicos como LA Calling, Love is all I got o Champion sound. A las txalapartas del inicio y sus deseos de “maitasuna eta askatasuna” sumaron un final con la imparable Pladge entre torres de fuego, confeti, ondear de ikurrinas y el baile de media docena de dantzaris de Aukeran Dantza Taldea.