HA tardado casi seis años en grabar el octavo disco de Spiritualized, And nothing hurt (Bella Union/PIAS), pero a Jason Pierce, alias J. Spaceman, se le perdona todo cuando entrega un álbum tan maravilloso como este, fruto de una grabación compleja y modesta económicamente pero que sabe sonar grandiosa en su habitual confluencia de gospel, rock y psicodelia. Un disco casi grabado en solitario, con un punto nostálgico y con letras sobre la madurez y la asunción del tiempo. “Hacer este disco casi me vuelve loco”, explica el británico.
Algo más de dos décadas después de Ladies and gentlemen we are floating in space, uno de los mejores debuts de las últimas décadas, Jason ha vuelto a hacerlo. And nothing hurt es ya uno de los discos del año; y eso que los anteriores, incluido el previo Sweet heart, sweet light, no le iban a la zaga. Y todo a pesar de su complejo proceso creativo, con un Jason de 53 años casi arruinado, resistente a una neumonía que estuvo a punto de matarlo y sufriendo la muerte de su madre, a la que dedica el disco.
Jason, que se pasará a principios de noviembre por Madrid y Barcelona, vuelve a ofrecernos otra obra de arte; y lo ha hecho casi en solitario aunque, finalmente, los músicos de su banda de directo acabaron por añadir cuerdas, metales y coros en un estudio profesional. Antes, él se lo había cocinado, composición y grabación, en su casa, en el este de Londres. Y si ese proceso es normal en las nuevas generaciones, no resultó fácil para alguien habituado a trasladar la grandiosidad épica (a veces, desde el lirismo más tierno) que tiene en su cabeza trabajando en estudios profesionales.
“Hacer el disco por mi cuenta me ha vuelto más loco que cualquier otra cosa anterior”, explica este Brian Wilson del siglo XXI. “Habíamos estado haciendo grandes espectáculos en vivo y quería capturar ese sonido pero, sin los fondos necesarios, tenía que encontrar una manera de trabajar dentro de las limitaciones. Así que compré un portátil y lo hice todo en una pequeña habitación de casa”, explica. Súmale que Jason siempre utilizó el estudio como un miembro más de Spiritualized y que carecía de conocimientos de grabación digital... y entiendes por qué avanzó que este 8º disco sería el último.
Ensayo y error
Con una portada inquietante de un astronauta explorando un paisaje inhóspito, firmada por el habitual Mark Farrow y que resulta una convincente metáfora de su contenido, And nothing hurt es resultado de semanas y meses de “prueba y error”, además de la escucha de discos clásicos y las enseñanzas del legendario productor Lee Perry. Y luego, de suma de capas y capas de sonido e instrumentos, buscando que “sonara como una sesión de estudio”; él solo, y en su casa, sin la banda y el coro gospel que le acompañó en su última gira. Y el resultado es magnífico.
El disco podría tildarse de locura si nos atenemos a la definición de su autor: “Hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”. Jason lo consigue con su minimalismo de acordes, magníficas melodías circulares que van creciendo por acumulación de vientos y cuerdas, y, como su admirada Velvet Underground, con un anverso plácido y lírico, y un reverso peligroso, suicida y ruidista.
La apertura, A perfect miracle, suave como una nana, ensoñador y lisérgico, y el cierre, The prize, a ritmo de vals y con delicado final gospel, acarician. En el otro extremo, estremecedoramente bello y libre, araña en la rockera, eléctrica y con saxos frenéticos en On the sunshine y con The morning after, casi ocho minutos con guiños a la Velvet más desquiciada mezclada con el free jazz de Ornette Coleman. Entre ellas, el soul apasionante de I’m your man; el medio tiempo delicado Here it comes (the road) let’s go; el blues lento Damaged; la plegaria Let’s dance, con su guiño a Big Star y su final apoteósico que nos lleva muy, muy arriba...
ACEPTACIÓN
Lo difícil de las relaciones y su falsa perfección, la confesión de las inseguridades, la esperanza en el mañana, las heridas del amor... y la madurez y el paso del tiempo sobresalen en la lírica del disco. “Se está haciendo tarde, están guardando todas las sillas...”, canta Jason. “No quiero luchar contra mi edad; se trata en gran medida de aceptación porque no estoy en contra de lo inevitable. Pasé tiempo pensando en la forma en que las canciones deben mantenerse juntas, tratando de que las narraciones tuvieran sentido en lugar de simplemente juntar un par de líneas que rimaban”, concluye. Y ante la diversión que llega con los directos, ya no descarta volver a grabar otro disco. Otra locura maravillosa, seguro.