Chet Baker, chicas, agujas y jazz
James Gavin lo cuenta todo sobre el James Dean del jazz blanco en un libro, en el trigésimo aniversario de su muerte
a Chet Baker le llamaron el Ángel y Trompeta de oro cuando reinó en los años 50 del siglo XX. Era tan bello como James Dean, pero acabó con el aspecto de un Charles Manson yonqui. James Gavin lo cuenta todo sobre este músico y cantante sensible, seductor, maltratador y manipulador en el libro Deep in a dream. La larga noche de Chet Baker (Reservoir Books), a ritmo de novela negra y con más cadáveres en sus páginas que en The walking dead, en el trigésimo aniversario de su nunca esclarecida muerte.
Baker (Yale, 1929-Amsterdam, 1988) fue un personaje único, un icono del siglo XX, incluso para quienes reniegan del jazz. Fue amado y odiado, a partes iguales, por su toque elegante, lírico y triste de trompeta, su enigmática media sonrisa, la androginia de su dulce voz, un rostro tan infantil como siniestro... “Uno de los lamentos más hermosos del siglo XX”, según el escritor belga Marc Danval, quien le comparó con Rilke y Badelauire.
Una exhaustiva investigación entre más de 300 músicos, familiares y amantes, más las lecturas de entrevistas a Baker, le han permitido a Gavin firmar un libro indispensable que supera las 500 páginas y que baja a tierra a este Dios drogadicto del jazz, “tan elegante como el mejor poema”, un músico de “pocas palabras y notas” y, según un amigo, “un hijo de puta con cara de santo”.
El libro evidencia que su niñez no fue lo feliz que decía Baker. Otra de sus muchas mentiras, ya que el chaval, gran deportista, creció entre una madre agobiante y un padre alcohólico y maltratador. La factura resultó evidente, ya que se convirtió en un manipulador en sus relaciones, tratando (casi siempre) a sus múltiples amantes y tres esposas, así como a sus tres hijos, como mercancía. Algunas le ayudaron a pasar droga en la fronteras, su madre recibió más de un golpe, a una amante le rompió una costilla, nunca cuidó de sus hijos...
Eso sí, como músico siempre fue un superdotado en su estilo, un jazz lírico y sensible opuesto a la rudeza negra del be-bop, blanco y, en ocasiones, cantado con una voz débil pero todo emotividad. Nunca estudió ni ensayó, tenía un don. “Si suena bien, está bien, quiero hacer las cosas de oído”, recuerda Gavin. Aunque la fuente es incierta, el libro recuerda aquellas palabras de Charlie Parker a Dizzy Gillespie: “¡Andaos con cuidado, que hay por ahí un chico blanco que os va a devorar!”.
El libro narra sus etapas con Parker y su veneración extrema por Miles Davis, así como su ascensión a la cima en los primeros años 50. Su interpretación de My funny Valentine le convirtió en “una celebridad de la noche a la mañana”. Él eligió comprometerse solo con su música, intentando siempre “huir de la realidad”, apartando su amistad con Russ Freeman, Stan Getz, Art Pepper o el pianista Dick Twardzik, cuya muerte, cuenta el libro, nunca superó. Incluso cuentan que le abandonó en plena sobredosis.
Drogadicción Y es que su vida no se entendería sin las drogas. Empezó con la marihuana, se convirtió en un yonqui y acabó con el speedball, mezcla de heroína y cocaína. “Mi hogar está en mi brazo izquierdo”, reconoció. No fue exacto, ya que acabó chutándose en el cuello y hasta en sus partes íntimas ante la falta de venas utilizables. Incluso tuvo que volver a aprender a tocar tras una agresión -de origen incierto, pero relacionada con las drogas- que le dejó sin dientes. Ahí sí tuvo que superarse y volvió a tocar con una dentadura postiza que le causaba dolores inaguantables.
El libro relata la sordidez de sus tres últimas décadas, en las que tocaba en cualquier garito y grababa sin firmar contratos. Todo en mano, para evitar los impuestos y las peticiones de sus esposas e hijos. Y para hacerse con una dosis. Entrando y saliendo de prisión, robando a amigos, asaltando farmacias, expulsado de media Europa, donde se le veneraba... Sin casa y viviendo a golpe de mata, llegó hasta a tocar en la calle, pidiendo limosna.
Su muerte llegó el 13 de mayo de 1988 tras caer (o ser arrojado, nunca se supo) desde la ventana de un hotel, en Ámsterdam. Solo 35 personas asistieron a su entierro. No llegó a cumplir 60 años aunque un amigo recuerda que “nadie esperaba que fuera a durar tanto”. El libro, que completa rescates previos de Baker como el libro autobiográfico Como si tuviera alas, la película Born to be blue (con Ethan Hawke en su papel) y un documental bellísimo en blanco y negro de Bruce Weber, recuerda la placa instalada en su honor en el lugar de su muerte. “Seguirá viviendo en su música para todo el que quiera escuchar y sentir”, reza.
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