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¿Eres heavy o gilipollas?

El músico, escritor y humorista Andrew O’Neill ofrece un viaje personal y lleno de pasajes plenos de socarronería en su libro sobre la historia del heavy metal

¿Eres heavy o gilipollas?

Hay dos tipos de personas: los fans del heavy y los gilipollas”. Así, apostando fuerte, arranca el escritor, humorista y músico británico Andrew O’Neill su libro La historia del Heavy Metal (Blackie Books), en el que desvela dudas y ofrece información y análisis sobre el género con un estilo directo, ameno y, sobre todo, divertidísimo. “Hacer ruido es terapeútico”, señala.

¿Son heavies AC/DC o Bon Jovi? ¿Es posible distinguir entre el hard rock, el heavy, el black metal, el thrash, el grindcore o el post-lo que sea? ¿Antes de Black Sabbath existió el heavy? ¿Se vendieron Metallica? ¿Qué es el headbanging? O’Neill lo cuenta todo en este libro, que cuesta 20 euros y se inicia con una defensa a ultranza del heavy. Frente a sus detractores, que lo ven como “simple, insolente, primitivo, chabacano y hasta violento”, el británico lo ve como “una forma de entender la vida”, además de “la subcultura más extensa, efervescente, creativa, inteligente, extrema, desternillante y hedonista” del mundo.

El exagerado O’Neill, en un libro que define como “personal y dogmático” y que resulta tan esclarecedor como hilarante en sus acotaciones a pie de página, bucea en los inicios del género y viaja hasta los cavernícolas que “aporreaban rocas con palos”, ya que “el ruido es terapeútico”. Data como “primera canción heavy de la historia” Waterloo sunset, de The Kinks, y ve como proto-heavies a The Who, los Beatles de Helter Skelter, Led Zeppelin, Cream, Hendrix y los Purple de Machine head.

“El heavy es la suma de todo lo anterior: la percusión tribal; el registro vocal en octavas múltiples de la ópera; el elemento narrativo del folclore; la paleta musical del blues; y la dinámica orquestal rusa”, explica O’Neill con gracia. El británico, que ha trasladado al libro un show humorístico que interpreta desde hace años, data el 13 de febrero de 1970, con el debut homónimo de Black Sabbath, como el día del nacimiento del género. “Eran la personalización del mal, el lado oscuro de la vida, el sonido de la resaca de los 60”, escribe antes de aclarar que el término ya lo habían adelantado el escritor William Burroughs y Steppenwolf.

O’Neill define los años 70 como “la edad de oro”. Y ahí reconoce el papel de Judas Priest (“cambiaron las reglas del juego, simplificaron el sonido, lo aceleraron e introdujeron el imaginario gay de cuero y pinchos”) o los primeros Scorpions (“incorporaron el virtuosismo antes de volverse horribles y glam”) y Rainbow. De AC/DC dice que “son muy divertidos, pero no heavies” y reconoce la influencia de Alice Cooper, Kiss, Queen o Lemmy y sus Mötorheäd, aunque no los ve heavies. El análisis de los últimos Aerosmith o Whitesnake lo concluye con “pueden irse a la mierda”.

La nueva ola En los 80 surgió el NWOBHM, la nueva ola del heavy metal, de la que destaca la aportación de Iron Maiden, a la estela de los Judas pero “más oscuros y épicos”; Def Leppard antes de “hacer música comercial de mierda”; los “humildes y auténticos” Saxon; y las chicas de Girschool. Y después de los clásicos, se atreve con la multitud de tendencias que ha acogido el género, empezando por el black metal, con los “agresivamente satánicos” Venom por delante de Bathory, Celtic Frost...

El thrash, que define como “el hermano adolescente” del heavy, destacó por su velocidad (vacila con la dificultad para distinguirlo del speed metal) y sus influencias punk. Ahí, no hay dudas. El póquer lo forman Metallica, su grupo favorito, que dejó clásicos como Kill’em all y Master of puppets; el heavy “puro y duro” de Slayer; y dos bandas que “no me gustan”, como Anthrax y Megadeth. Reniega del heavy glam, “un pozo infecto rebosante de pus”, en el que incluye a Mötley Crüe, Skid Row, WASP, Poison o Bon Jovi. “Todos son mierda que te crió”, escribe.

El libro, que aclara a los no iniciados términos como stage-diving (lanzamiento desde el escenario), moshpits (choques entre el público) y headbanging (sacudida de la cabeza y el pelo en círculos), recoge el respeto de su autor por Guns N’ Roses (“antes los odiaba, pero escriben temas y riffs geniales”) y pormenoriza virtudes y defectos del death metal (Possessed, Obituary), el grincore de Napal Death, el doom, lo industrial... entre loas a Slayer y Sepultura, sus favoritos del fin de siglo anterior.

Tras acotar los términos nu-metal, el vegano straight edge y repartir sobre el rap metal (a un lado, Faith no More y los cruces de Slayer con Beastie Boys, Anthrax y Public Enemy; al otro, el “pop metal comercial” de Linking Park), O’Neill muestra su nostalgia tras la desaparición de Lemmy y los Sabbath. Todo “parece una mierda pinchada en un palo”, pero anima a rascar en la superficie y cree que “no ha habido mejor momento” que el actual gracias a Internet y a las facilidades de grabación. O’Neill, que defiende el formato físico y ve al comprador como “un mecenas moderno”, saca su faceta humorística y concluye con unas hilarantes predicciones de futuro. Sobre todo las que afectan a Gun N’ Roses. El autor incluye una playlist en su página web como banda sonora para la lectura.