Bilbao- La cantante Maika Makovski se reencontrará hoy con el Teatro Arriaga y con su director artístico, Calixto Bieito, con motivo de la gira de presentación de su último disco, Chinook wind (Warner), un sugerente álbum de pop-folk de cámara producido por John Parish que presentará con la ayuda del Quartet Brossa.
Pasaron cuatro años desde su anterior disco?
-Pasó la vida? Me metí en dos obras más de Calixto Bieito y seguí tocando en un formato que no exploraba desde hacía años y que me hacía ilusión: sola frente a un piano de cola con mis guitarras y percusiones. Por otro lado, viví cambios profesionales y personales, y tuve que parar para coger aire y quitarme el vértigo antes de reunir las fuerzas y grabar de nuevo.
El disco está marcado por los viajes, se inicia con ‘Canadá’ y concluye con un guiño a Macedonia.
-Es un viaje emocional que encontró su espejo en muchos viajes físicos. Me enamoré por primera vez en mi vida, y fue de un canadiense, y descubrí mis raíces macedonias, la tierra de mi padre, en un viaje del que volví siendo otra persona; o mucho más persona. Lo grabé en Inglaterra, me despedí de Barcelona, me reconcilié con mi Mallorca natal? Y la vida se sucedía entre conciertos, viajes, rupturas profesionales, cambios inevitables, y la partida de seres queridos. No es un disco vacío, ¡eso seguro!
¿Qué influencia han tenido los viajes en el CD y en usted?
-Sin ellos no habría sentido ni entendido la mitad de las experiencias que me han llevado a escribir las canciones. Mientras otros se arman detrás de su personaje, yo quiero pensar que los años pasan para quitarme capas de encima, como persona y como artista.
Ha vuelto a trabajar con John Parish. ¿Qué buscaba con él, cómo se trabaja con un productor que es una leyenda?
-Necesitaba un ancla, alguien que me conociera y en quien pudiera confiar, porque una de esas rupturas de las que te hablaba fue con mi banda de siempre. Grabamos el tercer CD con Parish, también, y recuerdo pensar entonces que disfrutaría mucho grabando un disco más acústico con él. Y le necesitaba para encontrar un hilo conductor a tantas canciones.
No le gusta que la comparen con PJ Harvey, a quien produce Parish.
-Apenas me la mencionan ya. La comparación es difícil después de discos como Desaparecer, Thank you for the boots y este último.
La música de Harvey y la suya han evolucionado hacia la contención.
-El anterior era un disco muy enérgico; este es más sutil. Quizá el siguiente sea de garaje, o quizá siga esta línea. Depende siempre del momento vital.
Hay nuevos aires en el disco nuevo.
-¡Hay mucha más guitarra que piano o teclados! Por eso ni siquiera he llevado teclas en la gira. Me pedía cuerdas más finas, porque a pesar de que el piano es un instrumento maravilloso y que disfruto mucho, es grande y épico. Quería guitarra, porque es un instrumento más humilde, su sonido es más fácil de hacer chiquito, y por supuesto, las cuerdas.
¿Huye del rock arquetípico?
-No creo que nunca lo haya hecho. No sé, quizá alguna vez me haya salido algo así, pero siempre he huido de ello porque me aburre.
Esa sonoridad más templada permite que su música suene ahora en espacios tan solemnes como el Teatro Arriaga, donde trabaja Calixto.
-Colaborar con él siempre ha sido muy bueno para mí. Incluso en obras como Forests, donde me peleé con Shakespeare y no lo pasé especialmente bien durante el proceso, aprendí mucho. De gira con la obra Desaparecer tuve la oportunidad de visitar el Arriaga, y de enamorarme perdidamente y para siempre de él.
¿Viene con el Quartet Brossa?
-Con la fanfarria al completo: Pau Valls a la trompa, Pep Mula a la batería y el Quartet Brossa, que son los músicos de clásica más abiertos y maravillosamente locos que he conocido nunca. Al sonido está David Florez y las luces de Magda Kozlowska son sublimes, todo un espectáculo en sí mismas.