eNTRE el fervor desaforado de sus fans, que lo consideran su mejor disco de los últimos tiempos, y las acusaciones de autoplagio. En ambos extremos se mueve Return to Ommadawn (Universal), el último disco de Mike Oldfield, nº 1 en ventas en el Estado español, en el que el genio británico hace un guiño a su tercer disco y, por extensión, a sus primeros años, los sinfónicos, en la primera mitad de los 70. “Es música creada de forma espontánea, la vuelta a mi verdadero yo”, explica Oldfield.
Oldfield vive alejado de las giras, recluido en Nassau (Las Bahamas), tostándose al sol y viajando en velero. Allí, viendo el mar desde su estudio casero y alejado de las giras y conciertos tras participar en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres, ha grabado su disco nuevo, a sus 63 años, en una situación de semiretiro millonario algo diezmado por un reciente divorcio.
A la espera de la cuarta parte de Tubular bells, confirmada por el propio Oldfield, sus fans disfrutan estos días con Return to Ommadawn, un disco que marca su regreso a la sonoridad que le convirtió en el niño prodigio de la música británica de la primera mitad de los años 70, cuando debutó con Tubular bells (1973), prosiguió con el ignorado Hergest ridge (1974) y cerró etapa con Ommadawn (1975), su obra capital para sus seguidores.
Oldfield se perdió posteriormente en acercamientos al pop y el formato canción con éxitos como Moonlight shadow, bandas sonoras, revisiones de su obra y experimentos electrónicos. Solo levantó el vuelo con el viaje orquestal de Music of spheres, hace casi una década, un disco que presentó en vivo en el Guggenheim bilbaino. Ahora, regresa a su época gloriosa con un guiño a su tercer disco, Ommadawn (significa idiota en gaélico y se pronuncia amadán), creado cuando solapaba el rock con la música clásica, incluso antes de que se acuñase el término new age y la world music.
“Viendo las redes sociales, los primeros tres discos siguen siendo los favoritos de la gente 40 años después, y Ommadawn incluso más que Tubular bells”, justifica Oldfield, que ha comunicado su “emoción” ante la acogida del disco a través de su Facebook. “Creo que se debió a que era más una composición genuina que una producción: manos, dedos y uñas. No me puse una meta, no estaba intentando conseguir nada ni contentar a nadie. Fue hacer música de manera espontánea y llena de vida”, relata.
Veintidós instrumentos “Ha sido volver a mi verdadero yo”, explica Oldfield sobre el disco nuevo, del que destaca su carácter puro, hecho a mano. De hecho, él interpreta todos y cada uno de los veintidós instrumentos que aparecen (mandolina, guitarras, contrabajo, bodhrán, tambores africanos, flauta irlandesa?), acompañándose de un metrónomo vintage. Curiosamente, Oldfield ha vivido con el álbum, editado en CD estándar, vinilo, digital y con un DVD sin imágenes pero con el audio de la mezcla exclusiva en 5.1, un periodo personal tan trágico como con el original, cuando tuvo problemas con las cintas del disco y el alcohol, y murió su madre.
Ahora, ha utilizado esta grabación para liberarse de la muerte de su hijo de 33 años y de su padre, de 93, así como de los problemas derivados de su tercer divorcio. Return to Ommadawn incluye dos largas piezas (casi íntegramente instrumentales y de más de 20 minutos) que no adaptan la obra original ni la trasladan al presente, sino que juegan con algunos de sus ambientes y melodías para crear algo novedoso donde los arreglos acústicos se imponen a los eléctricos y no hay rastros de las gaitas originales, ni de On horseback.
Ommadawn Pt 1 arranca con flautas (guiño a Hergest ridge) hasta que entra la guitarra acústica, la clásica y alguna mandolina, bellas y delicadas, con campanas tubulares y teclados como colchón. Después, va creciendo (y alejándose de la melodía arrebatadora original, con ecos de Tubulars? en el minuto 3), navegando entre aguas vírgenes, alternando placidez y ritmo, mecido por ecos sinfónicos celtas. Los tambores y los coros relanzan el tema, con un solo efectivo de guitarra eléctrica que dispara el ritmo hasta el reprise final.
La parte dos empieza tibia y compleja pero crece entre solos virtuosos, pasajes repartidos entre teclados y guitarras (dobladas en ocasiones), y ofrece mayores virtudes compositivas y más calidez y efectividad en sus cambios de ritmo y en la riqueza melódica, especialmente desde el minuto 12 y antes de que el final estalle, tras un pasaje cargado de épica, con voces femeninas y un ritmo casi medieval. Sí hay mirada al pasado, pero no autoplagio, con el Oldfield más inspirado de los últimos tiempos.