bilbao - Kraftwerk recalaron en festivales como el FIB o el Sónar pero hubo que esperar hasta su desembarco en Barcelona, repetido en 2015 en el Liceu, para disfrutar de su show en 3D. Un año después y tras puntuales residencias en el MOMA y la Tate Gallery, los alemanes han okupado el Guggenheim para ofrecer, hasta el viernes 14, ocho conciertos consecutivos en tres dimensiones. En el primero, en el que estos visionarios interpretaron al completo su disco Autobahn y varios éxitos, lograron una interrelación perfecta entre arte, música e imágenes con efectos muy logrados, mostrando su magisterio sintético alternando experimentación, pop y baile.
Los bluesmen dirían que Kraftwerk vuelve a la cuna con su desembarco en el Guggenheim. Y es que los alemanes, rara avis futurista a inicios de los 70, encontraron en los museos y galerías de arte su espacio natural al presentar una propuesta marciana para los pabellones y salas de conciertos de rock y pop de la época. Cerrado el círculo, algo más de 800 personas asistieron el viernes noche al despegue del vuelo de Catalogue: ocho noches consecutivas en el atrio del museo, a disco por velada.
En un pequeño escenario, situado a un metro de altura y totalmente desnudo a excepción de los cuatro atriles con los sintetizadores de Ralf Hütter (único miembro original) y los suyos, Kraftwerk inició la velada dedicada a Autobah (el considerado debut oficial tras tres álbumes experimentales y ruidistas) con Numbers, con un sonido preciso y limpio, sin mácula pero algo justo de contundencia al inicio, que abrió una secuencia centrada en su disco Computer world. Como el sonido, sin interferencia ni acople alguno, también la producción (mínima en volumen e infraestructura) fue digital. A golpe de un clic. Y cobró una importancia máxima con las proyecciones en 3D mostradas tras los músicos, embutidos en unos trajes ceñidos similares a los de Spiderman. El público, con gafas, observó boquiabierto cómo los números del tema inicial cobraban vida y se volcaban sobre sus cabezas o, poco después, un ordenador se adueñaba de la pantalla en Computer world justo antes de que la reconocida línea melódica de Computer love fuera aplaudida entre una lluvia de frecuencias y ondas tras los músicos.
El cuarteto formó siempre una unidad hierática con su sintetizador respectivo, similar a robots sin unidad de carga, dejando que las imágenes en tres dimensiones (algunas logradísimas) aportaran espectacularidad a un repertorio que planeó sobre la música electrónica realizada en las últimas décadas, dejando claro su magisterio e influencia y saltando de la experimentación al baile, pasando por los trallazos pop.
de viaje El repaso a Autobahn, disco de la velada, anunciado por el logo de la autopista de su portada, ocupó la parte central y, en el tema titular, algo recortado en sus 22 minutos, consiguió momentos muy acertados en tres dimensiones, con el público de viaje en un vehículo que dejaba atrás ciudades industriales con fábricas, y los beats acelerándose y frenando al ritmo del coche. El resto del viaje/disco (Kometnemelodi 1 y 2, Mitternacht y Morgenspaziergang), planeador al principio y con notas musicales abalanzándose sobre la gente, ofreció el momento más árido de la velada.
Tras Autobahn, se produjo una sucesión ininterrumpida de éxitos que abrió Radioactivity, con alusiones a las tragedias nucleares de Harrisburg, Chernobil e Hiroshima. La iniciada sesión de baile dio paso a Spacelab, tema que marcó momentos inolvidables, con varias naves interplanetarias (con ecos a Spielberg y Kubrick) aterrizando sobre Bilbao y (casi) sobre el atrio del museo, dado lo conseguido de las proyecciones.
Asentándose en todos sus credos, de la fusión hombre-máquina a la globalidad de las comunicaciones y la información, y pasando por sus letras concisas (a modo de eslóganes agitadores) y plurilingües (del alemán al inglés y francés, con guiños también en castellano), Kraftwerk mostró su lado más pop con The model (su única canción como tal, en estructura y letra), que precedió a otra sesión de baile que confirmó que los alemanes son una maquinaria viva, capaz de cierta adaptación cara a la pista de baile. Muchos optaron por quitarse las gafas y dejarse llevar por el ritmo, cada vez más marcado, y se perdieron los efectos tridimensionales de The man-machine y, especialmente, de The robots, con los brazos de estos peinando las cabezas del público.
Los raíles y trenes de la muy coreada Trans-Europe Express condujeron a un final y un bis propulsado por las palmas y el movimiento.