el casting de MasterChef Junior celebrado en Bilbao es un claro exponente de la afición a la cocina que hay entre los niños. Algunos se enfadaban si les preguntabas si eran unos cocinillas: “Eso mi padre, yo me tomo muy en serio la cocina, me gusta y de mayor voy a ser chef”. Así de claro lo tenían algunos de estos chicos de entre 8 y 12 años que están dispuestos a poner en apuros a los chefs más prestigiosos: “A mí no me importaría retar a Arguiñano para ver si hace mi plato mejor que yo”, decía con seguridad una niña de nueve años.

Andrea, Gaia, Jon, César, Hugo, Jimena, Beatriz, Guillermo, Álvaro, Maren, Mikel? han sido seleccionados entre 6.000 pequeños aspirantes a chefs televisivos para participar en las pruebas de selección: “Más o menos es el mismo número que el año pasado, pero en los vídeos que hemos visto se nota que el nivel está subiendo”, señala Esther González, directora de casting.

Espontáneos, ilusionados, sonrientes y nerviosos esperaron que se abrieran las puertas del Palacio Euskalduna para desplegar toda su imaginación en unos platos que hicieron salivar al jurado. Ensaladas, guisos tradicionales pero con un toque de modernidad, pasta, postres? Y así hasta 63 platos fueron expuestos ante los siempre asombrados ojos de los responsables del casting y del programa.

Andrea estaba feliz y exultante, el año pasado se inscribió para la tercera edición y no fue seleccionada para el casting, pero este ha tenido suerte: “Vengo de Burgos y en esta cuarta temporada estaba con ganas de apuntarme. He preparado un plato que se llama Suspiro de verano. Es un salmorejo con una sal casera de cecina, tartar de salmón, aguacate, y para acompañar una ensalada de algas”.

Beatriz, una niña cántabra de ocho años, consiguió que se les hiciera la boca agua al relatar cómo había preparado su postre, una tarta de tres chocolates. Jorge se desplazó desde un pueblo de Soria y su plato era pollo a la cazadora. Le gusta tanto la cocina que ha participado en los campamentos de MasterChef. Irati, de Albelda de Iregua (La Rioja) , se decantó por una ensalada de colores. Guillermo tiene ocho años, es del grupo de los más jóvenes y el jueves estaba emocionado esperando que abrieran las puertas del Palacio Euskalduna y poder demostrar que su bizcocho gusta al jurado. “Es un campo de fútbol”. ¿Del Athletic? Con cara muy sonriente aclaró que no: “Es el del Barça”.

Mara, que estuvo acompañada de su aita, tiene ahora diez años, pero decía que desde los siete ha ayudado en casa a preparar postres. “Prefiero cocinar dulce que salado. Pero para el casting he preparado un plato salado”. Está convencida de que su futuro está en la cocina y tiene como referente a Arzak, aunque todavía no ha comido en su restaurante. Como conejillos de indias para probar sus creaciones tiene a sus padres.

Jon llevó al casting de Bilbao un arroz basmati cocinado con verduras. El jueves no le importó madrugar y desplazarse desde Durango para enfrentarse al casting de MasterChef. Lleva dos años enfrentándose a la cocina, desde los siete años y reconoce que en su casa es su aita quien más cocina.

Gaia sonreía continuamente y confiaba que al jurado le gustara su creación porque para ella es un plato muy especial que contó con espontaneidad: “Es una receta padre-hija. Me gusta mucho, mucho, la cocina. El plato que he preparado para el casting es Gambas Gaia. Lleva arroz, guacamole y una salsa de lima, mango y miel. Y una cosa, el arroz es salvaje frito”, relató entre sonrisas y muchas ganas de hablar.

Largo viaje

Las familias que se habían desplazado desde distintos puntos hasta el Palacio Euskalduna de Bilbao daban vida a las primeras horas del día. Algunos habían llegado directamente desde Segovia después de cinco horas de coche. Era el caso de Álvaro Ángel, natural de Valladolid, pero segoviano en vacaciones de verano y aficionado a la cocina, al piano y a los videojuegos.

Con doce años, Adrián era de los mayores. Su vestimenta llamaba especialmente la atención con gorro de cocinero ilustrado de calaveras: “Mi plato son cebollas rellenas de bonito, pimiento, huevo, perejil y tomate”. A su lado César, de once años, comentaba con desparpajo que a él le gusta cocinar porque le gusta comer, un binomio imprescindible. Y con una sinceridad sin paliativos miraba a sus padres y decía que “ellos cocinan fatal”.