bilbao- Tontxu Ipiña regresa hoy al Bilbao que le vio nacer y crecer. El cantautor presenta un disco compuesto en la sierra extremeña de Gata tras huir de los peligros de la noche madrileña y haber sido padre recientemente. “El ritmo lo marco yo ahora, no las discográficas”, asegura.
Eran cinco años sin CD nuevo. ¿Sequía o necesidad de descanso?
-Nos han educado a tener prisas y a hacer las cosas con ansia. En nuestro caso, a hacer un disco cada uno o dos años, así que decidí parar. Fue un acto de rebeldía y, a la vez, necesidad de descanso porque tenía ya siete discos. No era una dinámica buena porque no hay que componer contrarreloj sino bajo el criterio de la inspiración.
Ahora ya no existe la presión de las discográficas por grabar cada año. Como las ventas son exiguas...
-Eso pasó. Mi ritmo lo marco yo. (Risas) Bueno, igual resulta mejor decir que lo marca mi hija pequeña, el auténtico metrónomo de mi vida.
Surgió en los 90, cuando cada compañía tenía un cantautor. Ahí también han cambiado las cosas.
-Bueno, Ismael Serrano, Rosana o yo seguimos aquí aunque, desgraciadamente, otros ya no. Pasa en todos los ámbitos. ¿O recordamos a más de tres ciclistas o futbolistas? Y ahora, con las redes sociales, se nos ha ido todo de las manos. Hay tanta oferta que me provoca impotencia perderme tantas cosas. Hay muchos estilos y autores, cada una con su plataforma de publicación... Hoy me parece un milagro tener la fortuna de aparecer en DEIA. Lo valoro más porque antes estábamos 20 músicos; ahora somos 2.000.
Son casi veinte años en la brecha.
-Sin el casi, se han cumplido ya. Agarré la guitarra y una bolsa de camisetas y salí de Bilbao a buscarme la vida en Madrid. Tuve la suerte de que se fichara a cantautores y de estar en Libertad 8, el lugar adecuado, donde empezó toda mi generación.
Debutó con ‘Corazón de mudanza’. No era mentira: Bilbao, Madrid, Latinoamérica, ahora la sierra extremeña de Gata...
-(Risas). Venir a la sierra ha sido definitivo, nunca imaginé tal paraíso. Mi aita me hablaba de Las Hurdes y, casualidad, a mi mujer le destinaron a trabajar en el juzgado de la Sierra de Gata. Estoy en plena naturaleza, rodeado de bosques y piscinas naturales. Es un paraíso en tierra de nadie, tal y como lo retrató Buñuel, y con una densidad de población bajísima. Los amigos se sorprenden al visitarme porque dicen que se sienten solos.
Curioso porque usted vivió la marcha más loca de Madrid.
-Sí, lo rompí todo. Estar aquí me ha aliviado mucho. Eso sí, no olvido Bilbao, donde están mi ama y hermana. Voy de vez en cuando a ver a la familia. Estoy para arriba y para abajo.
El título del disco viene de una frase que solía decir su aita ¿no?
-Sí. Le pregunté tras una de sus noches de vino y rosas que cómo estaba y me dijo: cicatrizando, hijo, cicatrizando (risas). Lo entendí rápido.
Alude a cierta sanación pero también a que antes hubo dolor.
-Yo tenía un enganche a la noche y al desmadre que conlleva vivir en Chueca, que si no llego a salir a tiempo de allí, igual estaba enterrado. Fue heavy. En una canción nueva canto “ahora soy mejor, el tiempo pasa y me he curado”. El tiempo cura, claro, pero también la voluntad y tener hijos. Entendí que de ello sacaría más cosas beneficiosas para mi espíritu y persona que con todo lo que rodea al mundillo bohemio de la música.
Firma un CD muy variado.
-Es que he tocado muchos más estilos y cuidado más la música. Paso del flamenco a lo latino o a un tema a lo James Taylor, un referente para mí. Estoy a lo que surja, sin cortarme.
Las letra son muy diversas también.
-Fueron un ejercicio de catarsis, como una terapia. Le canto a la muerte de mi abuela, a mi hija y mi suegra, a la pérdida de amistades, a cierta nostalgia y a la impotencia que genera el ser humano, que solo sabe matarse.