“La Metamorfosis’ es una alegoría de Kafka; se sentía un bicho raro”
Jordi Llovet, presente en las jornadas sobre Kafka que tienen lugar estos días en Bilbao, repasa para DEIA los aspectos más destacados de la vida del autor checo
Bilbao- Decía Franz Kafka que un libro debe asemejarse a una afilada hacha capaz de romper el hielo que cada lector alberga en su interior. Al recuperar estas palabras resulta inevitable recordar la impactante imagen del joven Gregor Samsa, convertido en un monstruoso insecto, con la que el escritor checo consigue atrapar al lector dentro de su peculiar universo que revolucionó la literatura de comienzos del siglo XX.
Ese fascinante mundo fue precisamente el que cautivó, hace más de cuatro décadas, al catalán Jordi Llovet. Este filósofo, traductor y catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, ya jubilado, ha visitado Bilbao estos días para participar en varias conferencias sobre Kafka. Su presencia se enmarca en el fórum organizado por el euskaltegi Bilbao Zaharra que ha precedido a la lectura ininterrumpida de La Metamorfosis, hoy, en el Arriaga.
Kafka y usted son viejos conocidos.
-Sí, es una relación que se remonta a finales de los años 60. Cuando era estudiante tuve un profesor muy devoto de Kafka que me hizo entrar en este mundo y terminar dirigiendo la traducción de sus obras completas. En aquella época incluso hice viajes a Praga y conocí a su sobrina, con la que hablé sobre sus recuerdos familiares. Esta relación íntima que establecí con su entorno familiar, su ciudad y su entorno intelectual es algo con lo que disfruté mucho; pero también fue muy necesario, porque es un autor complejo y si no llegas a conocer su contexto, te parece raro y nada más. Mi profesor Martín de Riquer decía siempre que si vinieran los extraterrestres y les dieran a leer Kafka, solo dirían lo raros que somos en la Tierra. Es raro, sí, pero a la vez es un escritor muy natural. Así como las rarezas de los surrealistas son totalmente impostadas, la de Kafka fluye como un torrente de agua.
¿Es esa capacidad de hacer mutar la cotidianidad la que lo define?
-Precisamente en sus obras todo es alegórico, una especie de metaforización de situaciones que realmente vivió con las que forja ese mundo suyo. Ser genio es eso, iniciar un modelo de literatura que no tiene precedentes. Por muy buenos que sean algunos autores siempre acaban pareciéndose a otros anteriores, pero su caso es insólito porque es capaz de crear una mitología totalmente nueva. De los grandes nombres de la literatura, él es el más original y quien hizo un diagnóstico de la situación histórica en la Europa de los años 10 y 20 que perdura hasta nuestros días.
¿Se podría decir, pues, que fue un auténtico visionario, un precursor que reflejó la sociedad europea como si de un espejo se trata?
-Sí, así es. De hecho, se podría incluso decir que ciertos pasajes de sus libros tiene un aire profético porque él era un gran lector de la Biblia. Kafka describe algo que ha sido llamado la cultura posthumana, es decir, aquella en la que el ser humano se convierte en algo muy frágil sometido al poder de las nuevas tecnologías, la economía, el poder... Todo ello está enterrando al ser humano.
En 1978 presentó su primera traducción al catalán, precisamente, la de la obra ‘La Metamorfosis’. En el título, optó por sustituir dicho término por ‘transformación’. ¿A qué se debe esa nueva perspectiva?
-Es algo sencillo. Kafka pudo haber utilizado la palabra metamorphose, pero en su lugar eligió verwandlung, un término más corriente que puede interpretarse como una transformación. Precisamente, si lo hizo fue porque tenía la intención de no darle a la narración un peso mitológico excesivo y quería trasladar esta cuestión doméstica. Lo importante no es cómo Gregor se transforma, algo que ni siquiera se explica. Es un escarabajo corriente en Praga, porque hay mucha madera y en ella se generan estos bichos que son bastante repudiados, al igual que le ocurre a Samsa y al propio Kafka.
A pesar de esa realidad transformada que se aprecia a primera vista, ¿el fondo tiene, por tanto, mucho de autobiográfico?
-Sí, cuando Samsa muere, su familia se siente aliviada por poder quitarse de encima al insecto. Y la gran alegoría de esta novela es que puede trasladarse al propio escritor. Un escritor sigue siendo un bicho raro, pero lo era más aún en una familia de comerciantes como la de Kafka en la que, de repente, nace un chico al que le gusta escribir pero que también conserva su trabajo en el Instituto de Seguros de Accidentes.
¿Diría que su puesto como funcionario y la enfermedad que padeció (tuberculosis) facilitaron, en cierta manera, que volcara su esfuerzo en su verdadera pasión: la literatura?
-Lo cierto es que tenía que ser muy eficaz en su trabajo, muy eficiente, porque a pesar del cambio de régimen mantuvo su puesto de trabajo durante toda la vida. Incluso llegó a ser secretario general, un puesto insólito para un judío por aquel entonces. Pero dedicaba muchas horas a escribir. La pasión que sentía por las letras le hizo pasar muchas noches en vela. Kafka no quiso ser famoso, no tenía ambición, y le tomaron delantera muchos compañeros de su generación. Cuando contrajo la tuberculosis, el tener que estar encerrado en casa sí le llevó a ahondar en esa pulsión enorme de escritor que sentía. Hay una frase suya que lo define muy bien: no es que me guste la literatura, yo soy literatura.
Ese amor dio como fruto una abundante producción, a pesar de su temprana muerte.
-Es cierto que para haber vivido unos cuarenta años y teniendo en cuenta que también tenía un trabajo fijo, podemos hablar de una producción extensa sí.
¿Tiene algo que ver con el carácter impulsivo que se atribuye a Kafka, del que se dice que apenas revisaba sus obras?
-Eso no es cierto. Tengo los facsímiles de casi toda su obra y ahí figuran todas las variantes, los tachones... Él elaboraba y reelaboraba mucho sus textos. Era también una cuestión fonética, porque era un gran amante de la música y eso lo trasladaba a sus libros. Lo que sí es verdad es que, una vez tenía la idea en la cabeza, escribía rápido. Podía tardar una semana o incluso solo varios días. La Metamorfosis la escribiría en unas seis noches, por lo que en el Arriaga van a estar más tiempo leyéndola que lo que él estuvo escribiéndola (ríe).
Kafka, de origen judío, hablaba con fluidez el checo y el alemán. ¿Por qué motivo se decantó por esta última lengua para escribir sus obras?
-Era su lengua materna, la que su padre y su madre adoptaron de manera común al casarse. Además, el alemán era casi una lengua distintiva de lo judíos de Praga. El que Kafka utiliza es un alemán muy prudente, pero muy rico. No puede liarse la manta a la cabeza y buscar palabras extrañas, pero utiliza un estilo corriente que es fácil de traducir y de comprender.
Cierto es que aún existe cierta tendencia a unirlo a lo complejo...
-... y a lo angustioso, lo esotérico, lo existencial... Pero nada de eso, era un hombre al le gustaba mucho comer, muy libidinoso... En definitiva, un hombre sin prejuicios.
Durante el día de hoy, los bilbainos se toparán con su obra más conocida en varios puntos de la ciudad. ¿Qué les diría si estuviera frente a ellos cuando la descubran, algunos quizá por primera vez?
-Lo primero que les diría es que Kafka no es para tanto, que da más miedo el Frankenstein de Mary Shelley o los cuentos de Edgar Allan Poe (risas). Si uno quiere leer a un gran autor y realmente visionario en tiempo en el que vivió, ese es él.