bilbao - Cántabro de nacimiento y palentino de adopción, arquitecto en la reserva, restaurador empecinado, caricaturista mordaz y escritor paciente, a Peridis le cautivan criptas, contrafuertes, ábsides y girolas. Afila su ironía con veneno del bueno pero deja espacio para el amor y la ternura. “La caricatura es la poesía de la línea”, asegura. Tras el éxito de su primer libro, Esperando al rey, regresa con otra novela histórica, La maldición de la reina Leonor (Espasa).

Dibuja, escribe, restaura... Hay muchos hombres en el mismo hombre. ¿Cómo los gobierna?

-Si uno tiene un depósito que se llena con la experiencia vital, lo que tiene que hacer es soltar el grifo. Yo lo hago dibujando y escribiendo.

Pero son disciplinas muy distintas.

-En la novela lo que hago es meter la vida en el mundo del medievo, que yo conozco a través del románico. Y así junto historia y arte. ¿Qué hago con la caricatura? Mirar la vida que tenemos delante y los políticos que nos embaucan por detrás, y cuento lo que esta gente está haciendo y lo que significa. Y la arquitectura era fundamentalmente rehabilitar edificios o crear equipamiento social. Al final es un todo: estar en la vida pero con alguno de los grifos abiertos; eso sí, siempre llenando el depósito.

La novela histórica requiere mucha documentación, pero para conformar los personajes hace falta saber cómo pensaban... ¡en el siglo XV!

-Pensaban más o menos como nosotros. Las grandes pasiones son las mismas. La pulsión entre el poder y el placer, el deber y el amor, da para una novela. Y la tira de El País me ha ayudado a conformar los personajes, porque cuando veo una persona no me quedo en la caricatura, busco crear el personaje.

Pero escribir una novela puede llegar a convertirse en un trabajo obsesivo.

-Es un virus, sí.

¿Y la caricatura?

-Me lleva una hora y me ayuda a desconectar de la escritura. También me ayuda a montar la historia a través de la historieta. Se me da bien hacer personajes y me gusta contar. ¿Cómo cuento la historia de manera que llegue a la gente? Pues entrelazando historia y arte. En la novela histórica hay pocas obras que tengan en cuenta el arte, y a mí me parece importante hablar del legado que nos dejaron nuestros antepasados.

¿Deja el humor para las tiras?

-No, hay humor en mis dos novelas. También narro acontecimientos divertidos. Lo que yo quiero es que la gente aprenda y se lo pase bien, que el lector se divierta entendiendo la historia, que no es tan diferente a la nuestra. De hecho, diría que muchos de los conflictos actuales vienen de los matrimonios que hubo entonces.

En las tiras es usted implacable. ¿Alguna vez le han reprochado los políticos sus caricaturas?

-Pocas veces. Supongo que a algunos no les hace gracia, porque les descubres. La caricatura desnuda a la gente. A Aznar y a Anguita no les gustaba el morro que les dibujaba. Los otros no me han dicho nada. Incluso ha habido alguna ministra del PP que me ha pedido tiras porque los de su gabinete no se la recortaban nunca.

La mayoría no salen bien parados, caso de Rajoy, al que siempre dibuja acostado en una tumbona.

-Le dibujé así hace ya ocho años, cuando estaba con Aznar.

¿Y cuál es el límite que se marca a la hora de caricaturizar a alguien?

-Puede estar en la información, hay que analizarla antes de empezar a trabajar y nunca hay que dejarse llevar por el rencor. No puedes hacer leña del árbol caído ni ensañarte con el que está sufriendo. No usar nunca el insulto. Además, mis personajes me provocan ternura. Para mí, Rajoy es como Snoopy en su caseta, un personaje de historieta.

Estuvo cuatro años en ‘Informaciones’ y lleva cuarenta en ‘El País’. ¿Ha conocido la censura?

-En Informaciones no podíamos sacar a nadie de la política nacional, pero en El País no he tenido esos problemas. Bueno, una vez me sugirieron que no sacara tantos dibujos del Papa, porque no pasaba nada y todos los días hacía una caricatura de él. Debió protestar el nuncio.