Bilbao - Tres, cuatro, siete... El número varía en función de si se trata de católicos, protestantes, ortodoxos o musulmanes; no obstante, podemos encontrar referencias a ellos en textos de todas estas religiones. Se trata de los arcángeles, quienes han inspirado la primera sinfonía del director y compositor suizo Franco Cesarini (Bellinzona, 1961). El debut mundial de esta obra, que toma como base los cantos gregorianos, tendrá lugar este domingo en Bilbao. A las 12.00 horas, el auditorio del Euskalduna Jauregia será testigo de un estreno en el que Cesarini estará acompañado de la Banda Municipal de Música.
El público bilbaino tendrá el privilegio de asistir al debut de ‘Los Arcángeles’. ¿Qué ha motivado la elección de esta ciudad?
-Diría que ha sido un cúmulo de casualidades. La primera de ellas es que la banda contactó conmigo para invitarme a dirigir en Bilbao. Cuando hablé con su director titular, José Rafael Pascual-Vilaplana, configuramos un programa y decidimos que en la segunda parte del concierto se tocaría otra pieza. Ocurrió que terminé mi sinfonía en otoño, antes de lo previsto, y mirando en Internet vi que el Euskalduna dispone de un gran órgano. Mi sinfonía tiene una parte de órgano y pensé que podría ser una buena idea estrenarla aquí. Tenía una buena orquesta, un gran auditorio, un gran órgano y yo iba a estar presente... no podía decir que no. Le pregunté a José Rafael cuál era su opinión y me contestó que, sin duda, teníamos que hacerlo.
Visita Bilbao y trabaja junto a la Banda Municipal por vez primera. ¿Cuál ha sido su primera impresión?
-Sinceramente, ha sido realmente buena. El clima que se genera entre los músicos de la orquesta es algo realmente importante para mí porque en muchas de esas formaciones hay una falta de motivación. Es decir, que tocan de manera muy profesional pero pesa la rutina. Se trata de algo más que de tocar bien y, en ese sentido, esta orquesta es muy buena. He dirigido muchas orquestas profesionales y no siempre es así, lo que dificulta la manera de trabajar.
¿Cómo surgió la idea de trasladar un tema religioso a su música?
-Es un proyecto que comencé hace unos veinte años pero que nunca había podido completar hasta ahora. Lo intenté en el año 1997, cuando topé con los cantos gregorianos e hice una recopilación, pero no salió bien. En 2009 volví a intentarlo sin éxito y el año pasado decidí que o terminaba la sinfonía o decía adiós a esta idea para siempre. Y, de repente, ocurrió. El tema de los arcángeles me pareció que podía tener interés porque aparecen en las principales religiones: el cristianismo, el islam, el judaísmo... Son un número diferente en cada una, pero están presentes en todas.
Un nexo común que las une.
-Exacto. Creo que hoy en día la sociedad tiene un pensamiento muy negativo y nosotros, como músicos, podemos aportar algo de positivismo y de unión al público. No hace falta que compongamos tragedias, bastantes hay en nuestro día a día.
Cuatro arcángeles son los pilares en los que se sustenta su sinfonía. ¿Cómo diría que suena cada uno?
-Las cuatro partes son muy diferentes entre sí. Gabriel es el arcángel mensajero, el que se aparece a María, pero también quien posee una faceta de guerrero. Tiene dos caras, una amable y otra combativa, que he querido plasmar. Rafael es el guía de las almas y por eso el segundo movimiento es mucho más calmado. El tercero es Miguel, el jefe del ejército celestial, y musicalmente transmite mucho poder y energía. Finalmente, tenemos a Uriel, el guardián del universo. Aparecía en la Biblia hasta el Concilio de Trento, cuando fue retirado, pero tiene una gran responsabilidad que plasmo al final de la obra.
Se aprecia un gran contraste musical entre ellos, pero todos comparten un cierto tono majestuoso, ¿no?
-Sí, cada uno con las características propias de su personalidad.
Este estreno se enmarca dentro del concierto titulado ‘Descubriendo la música helvética’. ¿Cómo se verá reflejado el país suizo en la primera parte de la actuación?
-Cuando diseñé el programa pensé precisamente en aunar a tres de los más importantes compositores suizos. Dalcroze es un gran autor pero que solamente escribió un par de piezas para orquestas de viento. Una de ellas se perdió y, aunque traté de recuperarla solo encontré una vieja grabación de los años 20, por lo que tocaremos una marcha suya. De Huber interpretaremos una pieza que se ha convertido en una especie de himno y que está dedicada a Appenzeller, una pequeña región que posee una larga tradición de canciones yodel o alpinas. Podríamos decir que se trata de una canción tradicional sinfónica. La tercera obra que he seleccionado es de Honegger, quizás el compositor suizo más conocido. Un detalle curioso de su Marcha sur la Bastille es que fue pensada para los entreactos de una obra de teatro.
La selección la cierra una de sus propias obras.
-Así es. Es un encargo que me hicieron hace unos años en el que compuse cuatro variaciones sobre una canción popular. En ellas plasmo los cuatro grandes temperamentos del ser humano: sanguíneo, colérico, melancólico y flemático o apático.
A lo largo de su trayectoria profesional ha trabajado con músicas tradicionales de todo el planeta. ¿Cuándo comenzó su interés por la música folclórica?
-Cuando era joven y tocaba el piano llegó a mis manos la obra del músico Béla Bartók, en la que había varias piezas a las que se refería como folk songs y que, sin duda, me fascinaron. Ese fue mi primer contacto. Más tarde, un día estaba en una tienda de música buscando grabaciones y ahí descubrí la música tradicional búlgara. Luego llegó la rumana, la rusa, la mexicana... y después de eso mi colección no hizo más que crecer.
Y esa admiración le llevó no solo a escuchar ese tipo de música, sino también a componerla, ¿no es así?
-Desde luego. Me gusta escucharla y también componerla porque creo que es muy completa y muy artística. No obstante, algo muy frustrante que puede ocurrir cuando compones algo folclórico es que venga alguien y te diga que cree haber oído esa música en otro lugar, aunque no sepa cuándo ni dónde, y te diga que tú la has copiado. Si trabajas con canciones tradicionales por supuesto que la base es una canción folk. Por tanto, te puede sonar, pero intento escribir una música completamente diferente que no choque con su carácter original. Durante un concierto en el que interpreté unas danzas búlgaras vinieron varias personas del público a abrazarme. Eran de Bulgaria y me dijeron que mi música les había hecho sentirse como en casa. Eso es lo importante, que la gente de esos lugares sienta esa música como suya.
¿Conoce algo de la música tradicional vasca?
-No, todavía no conozco nada.
¿Quizás algún día podríamos verle sobre el escenario dirigiendo una obra con raíces vascas?
-Me gustaría. Cada vez que viajo a un nuevo país pido música tradicional y muchas de esas veces uso ese material para componer. Quizás lo haga si descubro algo interesante.
Entre sus proyectos destacan sus suites inspiradas en el libro ‘Las aventuras de Tom Sawyer’, de Mark Twain. ¿Cómo transforma las palabras en notas musicales?
-Fue algo especial porque ese siempre fue mi libro favorito de la infancia y un amigo americano me facilitó varias canciones tradicionales americanas sobre las que empecé a trabajar. Además, viajamos hasta Hannibal (Misouri), la ciudad donde nació Twain, para empaparnos de ese aire. Después de hacer la primera obra tenía tanto material que decidí que no podía dejarlo en una sola pieza y debía darle una continuación.
¿Tiene pensado hacer algo parecido con otros autores?
-No lo descarto. Creo que describir los libros no es posible a través de la música, pero se puede decir mucho sobre la atmósfera. La música no puede narrar una historia.
Pero sí puede contar muchas cosas.
-No se trata tanto de contar algo sino de transmitir el entorno donde sucede lo que se cuenta en esas páginas.
Tras pasar por Bilbao, ¿qué proyectos le esperan este 2016?
-Tengo programados conciertos en diferentes países con mi orquesta, la Cívica Filarmónica de Lugano. Respecto a la sinfonía, la semana que viene llegará a Madrid junto a la Sinfónica Municipal. Luego será interpretada en Suiza, Italia, Países Bajos, Bélgica, Austria, Polonia, Grecia, Portugal, Estados Unidos, Japón... Y Bilbao será la primera parada de este largo viaje.