uN dicho muy popular en Finlandia asegura que el país se rige por tres eses, las iniciales de Sibelius, sauna y susi, que es como aquí se denomina a la tenacidad, fruto de la cual es el bienestar social de que hoy gozan sus habitantes. La sauna forma parte de la vida normal de la población. Sibelius? ¡ay, Sibelius! Esa es la única de las tres palabras que se escribe con mayúscula, como corresponde al compositor que con su música hace vibrar el espíritu nacionalista de los fineses. “Por algo será”, me comentan con doble intención al recordarme que este año se conmemora el 150 aniversario de su nacimiento.
La historia como musa Jean Sibelius vino al mundo el 8 de diciembre de 1865 en Tavastehus, hoy Hämeenlinna, una pequeña ciudad de Finlandia situada lagos adentro, a mitad de camino entre la capital, Helsinki, y la industriosa Tampere. Posiblemente el alumbramiento tuvo lugar en la sauna de la casa, donde, por sus especiales condiciones higiénicas, nacieron todos los niños finlandeses hasta la última década de los años 50; y seguramente que a María, su madre, le asistió en tan delicado trance su marido, Christian Sibelius, el médico local.
Aunque la criatura fue bautizada con los nombres de Johan Christian Julius, en casa decidieron llamarle Janne que él mismo acabaría cambiándolo por el definitivo de Jean con el que ha pasado a la historia. Poco pudo disfrutar del cariño de su padre, ya que éste murió víctima de tifus cuando el pequeño tenía dos años de edad. El fallecimiento del doctor supuso un gran drama familiar, ya que a su pérdida personal se unió la caótica situación económica en que dejó a la familia. Como consecuencia, María, que se encontraba encinta, marchó a casa de su madre con el niño y su hermana mayor.
Jean descubrió su vocación musical en el colegio cuando recibió las primeras clases. Todos apostaron por su talento para el pentagrama, tal vez heredado de su progenitor al que gustaba de tocar el kantele, instrumento típico finlandés, y la guitarra. A los 19 años, cuando terminó el bachillerato, empezó a estudiar Derecho en la Universidad de Helsinki matriculándose simultáneamente en el Instituto de Música que poco antes había creado Martin Wegelius, uno de los más preclaros compositores finlandeses.
La Academia Sibelius Ha pasado tiempo desde entonces. Hoy, este instituto se denomina Academia Sibelius en honor a su ilustre alumno y tiene categoría de universidad pública. Es más, está considerado como la escuela de música más importante de Europa y sus 1.700 alumnos se sienten orgullosos de la enseñanza que se les da. “En épocas más próximas también fueron alumnos el gran director de orquesta Esa-Pekka Salonen y el compositor Magnus Linberg. Para nosotros eso es un aliciente más”, me comenta un grupo a la salida de clase.
Por los grandes ventanales que se abren a la fachada granítica del edificio parecen filtrarse las notas compuestas por Jean cuando aún se sentaba a las mesas de este centro musical que ya entonces se dedicaba a la investigación y a la cultura musical del país. Fue el propio Wegelius quien le enseñó las claves de la métrica musical, pero sobre todo le dio un consejo: “Busca la inspiración temática en la propia historia finlandesa”.
Sibelius leyó y releyó el Kalevala, esa recopilación de poemas épicos populares en los que destacan las hazañas protagonizadas por los héroes nacionales fineses. De esas antiguas leyendas salieron sus obras más destacadas como la suite Karelia, El cisne de Tuonela, La hija de Pohjola y sobre todo los poemas sinfónicos Tapiola, posiblemente su obra maestra, y Finlandia, el segundo himno nacional del país de los lagos.
De la costa al interior Hämeenlinna es una tranquila y bella localidad con casas de madera y calles empedradas que indefectiblemente nos llevan a un pasado como el que vivió la familia Sibelius. Su casa, construida en 1834, es hoy un museo en el que se ha respetado el mobiliario original. Curioseando por el salón vemos los objetos y fotografías que jugaron un importante papel en su vida. Como el piano de cola que alquiló su madre para que Jean diera rienda suelta a su capacidad creadora.
De aquí surgió la música, pero del interés por la historia de su país y de la original pasión que los finlandeses sienten por la Naturaleza nacieron sus primeras composiciones que pronto serían conocidas y alabadas. Jean completaría su formación musical en Berlín y Viena entre los años 1889 y 1891. Al poco le llegó su primer éxito profesional con la sinfonía coral Kullervo. El 10 de junio de 1892, en el marco de una bella mansión de 1800 situada en Tottesund, cerca de la ciudad portuaria de Vaasa, a orillas del Golfo de Botnia, se casó con Aino, hija menor de Alexander Järnefelt, destacado nacionalista finlandés.
La felicidad del momento se vio truncada cuando intentaron llevar a cabo el proyectado viaje de novios a bordo de un barco anclado en la misma finca. El mal tiempo les hizo desistir en favor de Pielinen, localidad del Este finlandés situada entre dos lagos y rodeada de una cadena de colinas cubiertas de árboles.
Este lugar privilegiado, convertido hoy en Parque Nacional, ha sido fuente de inspiración de muchos artistas. “Koli ha sido la mayor experiencia de mi vida”, escribió Jean en su diario, al tiempo que preparaba una triunfal gira de conciertos por Escandinavia, Holanda, Bélgica, Alemania y Francia.
Artistas por una causa Aquellos viajes dieron pie a numerosas tertulias familiares en casa de sus suegros y a las que se sumaban sus cuñados, Armas, director y compositor; Arvid, escritor e intrépido seguidor de la filosofía de Tolstoi; y Eero, uno de los maestros de la Edad de Oro de la pintura finlandesa. No quedaba a un lado la suegra, Elisabeth, gran escritora poseedora de una gran personalidad. Indefectiblemente, las charlas acababan siempre con el tema de la delicada situación del país.
Desde el siglo XII Finlandia había pertenecido al reino de Suecia hasta que en 1808, tras sufrir una invasión de los rusos, fue anexionada a la corona de los zares. A mediados del siglo XIX empezaron a surgir aires nacionalistas. A partir de entonces se emitió moneda propia, el marco, se creó un ejército propio y el idioma finlandés se situó en la misma posición que el sueco, hasta entonces predominante. Es en este clima en el que mejor se movía Sibelius a la hora de componer. Surge así la Sinfonía nº 1 en mi menor que demuestra el dominio que posee el autor de este género y que se verá refrendado en otras seis sinfonías totalmente diferentes en cuanto a su planteamiento general, pero todas basadas en el principio de la temática constante y con un sabor nacional a pesar de que no utilizó material folklórico real. No obstante, esa escritura orquestal, sombría y apagada, reflejaba a la perfección el paisaje y clima finlandés en que está basada.
La cara espejo del alma Si observamos con detalle los retratos de Jean Sibelius, sobre todo el que le hizo su cuñado Eero Järnefelt, vemos que el compositor tiene siete hendiduras entre ceja y ceja. Dicen las leyendas urbanas locales que corresponden a cada una de las sinfonías que compuso y que él las llevó marcadas en el rostro, pero los finlandeses en el corazón.
En 1899 Sibelius compuso una serie de semblanzas sobre la historia del país con destino a un espectáculo público. De todas ellas, el preludio del sexto cuadro, titulado Despertar de Finlandia, fue el que más caló en el alma finlandesa hasta el punto de que, al año siguiente, cuando la Orquesta Filarmónica de Helsinki lo interpretó en la Exposición Internacional de París como Finlandia se convirtió sin discusión en el emblema de un país que caminaba hacia una independencia que le llegaría el 6 de diciembre de 1917.
Jean y Aino Sibelius vivieron sus últimos años de vida en una casa de madera diseñada por el arquitecto Lars Sonck que se conserva tal y como estaba cuando la habitaban. Pasar la mano por el teclado de su piano de cola eriza el vello, sobre todo al pensar que el gran maestro murió aquí, mientras en la Sala de los Festivales de la Universidad de Helsinki se interpretaba su Sinfonía nº 5, posiblemente la más optimista de todas las que compuso.
Fue el 20 de setiembre de 1957 cuando aquellas notas de un lirismo exultante, entre heroico y cautivador, retransmitidas por radio para todo el país, pusieron el punto final en la vida de Jean Sibelius. Finlandia no pudo reprimir el llanto emotivo y agradecido a quien tanto hizo por su país.