El gasteiztarra Salvador Azpiazu Imbert (1867-1927) era nieto del polifacético artista francés Carlos Imbert, que sobresalió en la capital alavesa por su especialidad en el campo escultórico. Azpiazu se dedicaba principalmente a la agronomía, pero terminó convirtiéndose en un prestigioso dibujante, ilustrador y fotógrafo de su época. “Él plasmaba en sus dibujos todo lo que ocurría en aquel tiempo”, señala Ramón Serras, codirector del Photomuseum de Zarautz, que hasta el 14 de septiembre acoge la exposición Paisaje urbano, que aglutina tanto fotografías como ilustraciones del artista vasco.
Entre las imágenes expuestas destacan especialmente las vistas y los detalles de su ciudad natal, Gasteiz, aunque en la mayor parte de ellas se aprecian representaciones arquitectónicas como iglesias, conventos, castillos, rincones de grandes ciudades y de pequeñas aldeas.
Asimismo, su maestría como dibujante y su fina sensibilidad observadora no se agotaban únicamente en las recreaciones de monumentos, sino que además sabía profundizar en la idiosincrasia de quienes habitaban esos escenarios. Así, personas de diferentes niveles sociales, desde los personajes de la alta sociedad hasta los lugareños más humildes y anónimos, enriquecían su amplio repertorio visual.
Durante su infancia y primera juventud vivió en Barcelona y posteriormente en Madrid, debido a su trabajo en el Ministerio de Agricultura. Su carácter cosmopolita y sus frecuentes viajes no le impidieron mantener una conexión con su ciudad natal, a la que acudía con frecuencia.
Muchos de sus trabajos se publicaron en conocidas revistas de la época como la parisina L’Univers Illustré, para la que realizó dibujos de actualidad española, como la ejecución de los anarquistas españoles en París. Además, colaboró como dibujante en diversas revistas de la época, tanto estatales (La Ilustración Artística, La Estrella de la Torratxa, La Esfera) como extranjeras (L’Univers Illustré).
No era un fotógrafo profesional pero sustituía su falta de formación técnica con una gran espontaneidad y originalidad en sus tomas. Sus múltiples viajes profesionales por ciudades como París, Madrid, Gasteiz o Bilbao daban la oportunidad a su objetivo de captar lo más auténtico de cada lugar, matizando en las actitudes de sus gentes y sus labores cotidianas. Su especial sensibilidad artística y su formación de dibujante lo convirtieron en un fotógrafo poco común para su tiempo.
Su obra fotográfica, compuesta por mil negativos en cristal, fue donada al Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz por su sobrino Agustín Azpiazu en 1960.
Obra póstuma Al poco de su fallecimiento, en 1927, se publicó La Bendita Tierra. Esta obra, editada por los escritores y hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, se convirtió en un homenaje póstumo al artista gasteiztarra, con quien compartían amistad desde hace mucho tiempo.
Ilustrada por los comentarios de los Álvarez Quintero, la publicación incluye 121 dibujos de los lugares que Azpiazu visitó e inmortalizó a lápiz o plumilla.