bilbao. La primera biografía de Darío de Regoyos, Historia de una rebeldía -escrita por Rodrigo Soriano en 1921-, concede numerosas muestras del carácter indómito de un artista que fue único en su periodo. Conocido por ser el máximo representante del impresionismo español, el pintor asturiano mantuvo durante su vida una actitud subversiva, en contraposición con el inmovilismo de las tendencias españolas de su época. A pesar de su conexión con las vanguardias europeas, la evolución de su obra puso de manifiesto la voluntad de desarrollar su creación de forma independiente y sin anclajes. Asimismo, ocupó un papel fundamental en la modernización de la pintura vasca, ya que influyó de forma notable en los artistas vascos con los que mantuvo una estrecha relación en su madurez.
Con el fin de dar a conocer más a fondo este último aspecto de la biografía del artista, el Museo de Bellas Artes de Bilbao expone desde ayer la muestra Darío de Regoyos (1857-1913). La aventura impresionista. Coincidiendo con el centenario del fallecimiento del artista, la pinacoteca exhibe 134 obras -entre óleos, pasteles, acuarelas, dibujos y grabados- que revelan las formas de expresión, los intereses temáticos y la evolución estética de su obra. En palabras de Javier Viar, director del museo, "se trata de una de las mayores retrospectivas que se ha dedicado al pintor". Sin embargo, destacó que en esta exposición, comisariada por el experto Juan San Nicolás, cuentan con una mayor densidad y conocimiento del artista.
Según Lourdes Montero, directora artística del Museo Carmen-Thyssen, a donde la muestra viajará en versión reducida tras pasar por el Thyssen-Bornemisza de Madrid, Regoyos es un "pintor difícilmente clasificable", destacado por una producción "heterodoxa, que se mueve entre diversas corrientes". La muestra plantea un recorrido por las sucesivas etapas de un pintor que "fue como un Quijote, en el sentido que nunca pintó por fines económicos", aseguró ayer San Nicolás durante la presentación. El hecho de nacer en el seno de una familia con recursos económicos le permitió ser un viajero incansable. No obstante, el pintor asturiano apenas se preocupó por vender cuadros y murió sin medios, en 1913, debido a un cáncer.
vocación paisajista Darío de Regoyos fue alumno del pintor belga Carlos de Haes antes de trasladarse a Bruselas en 1879. A partir de entonces, su aprendizaje se enriqueció en contacto con artistas internacionales, principalmente belgas y franceses. Sus primeros pasos los dio en el preimpresionismo, cuando comenzó a manifestar un interés inicial por los efectos lumínicos que mantuvo durante toda su carrera. Muestra de ese interés son Effets de lumière (1881) o Place à Ségovie (1882).
En 1888 recorrió la España más provinciana junto a su íntimo amigo Émile Verhaeren. Diez años después publicaría el conocido libro España negra, en el que, según San Nicolás, mostró "el carácter español más recio". Considerado un precursor de la generación del 98, Regoyos dedicó gran parte de esta etapa a la composición de "un canto a la mujer que soporta el sufrimiento con estoicismo". El simbolismo característico de dicha fase se percibe, por ejemplo, en Víctimas de la fiesta (1894). Paralelamente, mediante técnica del grabado, interiorizada tras su pertenencia al grupo belga Les XX, realizó tanto aguafuertes como litografías. Las más conocidas son las quince que componen País Basco (1897), de las que once están expuestas.
La admiración que sintió por Tarde de domingo en la isla de Grande Jatte, de Georges Seurat, provocó su interés por el puntilllismo, compartido con artistas como Paul Signac, Maximilien Luce o Théo van Rysselberghe. Sin embargo, a diferencia de sus compañeros, Regoyos pasó al puntillismo sin explorar previamente el impresionismo. Las redes (1983) es un claro ejemplo de esta técnica, a la que recurrió ocasionalmente para conseguir nuevas texturas y matices de luz.
La vocación paisajista del asturiano se observa en su etapa impresionista. Regoyos fue uno de los pocos artistas españoles que adoptó las teorías impresionistas y que, a pesar de la críticas, se mantuvo fiel a ellas. Trabajaba directamente del natural, al aire libre. "A Regoyos lo único que le importaba era lo que en su día le importó a Monet: pintar una misma escena con diferentes ambientes geográficos", explicó el comisario. Precisamente, es en esa etapa en la que destacan sus obras bajo la luz fina del Cantábrico. Sus campañas de trabajo en el País Vasco fueron regulares entre 1884 y 1912. Durante largos periodos, además, residió en Irun, Donostia, Las Arenas o Durango. Esa estrecha relación se observa en numerosas obras de la exposición.
La exposición incluye documentación que muestran la semblanza profesional y personal del pintor, aficionado a la guitarra. San Nicolás quiso refrendar la idoneidad de la muestra de Regoyos parafraseando a Verhaeren: "No será el mejor pintor del mundo, pero tiene un lugar reconocido en la historia del arte"