Exuberancia y precariedad barrocas
El Museo Guggenheim de Bilbao armoniza arte contemporáneo y del siglo XVII en su nueva muestra
Bilbao
Opulencia y podredumbre, la vanidad en forma de inquietantes naturalezas muertas, la inexplicable belleza de lo grotesco, el desafío burlesco, la omnipresencia de la muerte y la exuberancia vital. Todo ello caracteriza al periodo barroco, mas el tiempo presente también puede identificarse con muchos de estos rasgos, tan extremos. Con el ánimo de "establecer un diálogo" entre ambos universos, el barroco y el contemporáneo, el Museo Guggenheim de Bilbao inauguró ayer su nueva exposición, Barroco exuberante. De Cattelan a Zurbarán; manifiestos de la precariedad vital. Comisariada por Bice Curiger, la muestra -que consta de más de un centenar de obras-, podrá visitarse en la tercera planta de la pinacoteca bilbaina hasta el 6 de octubre.
El Guggenheim la ha organizado junto con la Kunsthaus de Zurich, pinacoteca cuya colección abarca 500 años de arte y en la que Curiger trabaja desde hace dos décadas. Fue en este museo suizo donde Barroco exuberante se presentó por primera vez, el pasado verano. La comisaria se ha mostrado muy satisfecha con la acogida del Guggenheim a esta colección. "Aquí posee un aspecto aún más extravagante -reconoció con una sonrisa-, la interacción de las obras es más apasionante que en Zurich".
En palabras del director del Guggenheim Bilbao, Juan Ignacio Vidarte, la nueva exposición pretende aportar "una mirada renovada a la historia del arte", en su búsqueda de elementos comunes entre artistas de ambas épocas. "Mi intención es ir más allá de los tabúes del arte moderno, que algunos tachan de frívolo, y analizar la historia del arte no desde los estilos artísticos, sino desde la energía de nuestra experiencia vital; e huir de cualquier analogía superficial", explicó Curiger. En su opinión, los artistas, a través de sus "impulsos" y de su extensa paleta de matices, han mostrado a los historiadores las "zonas grises" de la historia.
Con una disposición basada en técnicas del montaje cinematográfico -"vivimos impregnados de imágenes", justifica-, la muestra se compone de obras de grandes artistas del siglo XVII, como el citado Francisco de Zurbarán, José de Ribera, Pieter Aertsen, Giovanni Battista Langetti, etc.; así como de creadores contemporáneos como Maurizio Cattelan, Urs Fischer, Glenn Brown, Paul McCarthy o Marilyn Minter, entre otros. Cada artista presenta realidades diferentes, "pero afines, que colisionan, se inspiran y se retroalimentan mutuamente".
Además de una serie de piezas procedentes de colecciones privadas, parte de la exposición se nutre de préstamos de varios museos, entre ellos el Kunsthistorisches de Viena, el Städel de Frankfurt, el Prado de Madrid o, sin ir más lejos, el Bellas Artes de Bilbao.
El proyecto ha servido asimismo para rescatar tesoros del almacén del museo de Zurich, como el óleo anónimo Desnudo masculino tumbado, que si bien en un principio se atribuyó al claroscuro Caravaggio, al no poder identificar esta pieza, se decidió no exponerla. Igual de inédito es el pequeño óleo Vanitas, obra de un desconocido maestro alemán del siglo XVIII, que muestra el desconcertante retrato semicadavérico de una dama de la época.
En aras de una conjunción armónica y "respetuosa" de ambas épocas, las piezas correspondientes al Barroco se presentan sobre paredes cubiertas de yute, en contraste con el blanco inmaculado del resto de cada sala.
obras 'burlescas' Como símbolo del tiempo actual, la muestra incluye vídeos e instalaciones, como la película de animación de figuras de plastilina, I found myself alone (Me encontré sola, 2008), obra de Nathalie Djurberg y Hans Berg. Una bailarina danza entre la opulencia, en un banquete de porcelana, hasta que la cera de una vela se derrama sobre ella... cubriéndola de precariedad, e ahí la parábola. Llaman la atención otras piezas como la irreverente Noisette (Urs Fischer, 1973), que se compone de un agujero en la pared de la sala, de donde sale una burlona lengua de silicona al percibir movimiento. También de silicona es su escultura Pig (Cerda, 2003), que posa inerte en el suelo de la galería, junto al óleo Joven pareja cenando, de Matthias Stom (s. XVII).
Los animales constituyen un elemento importante en las obras de ambas épocas, sean de óleo, silicona e incluso disecados, como los dos perros y un polluelo de Maurizio Cattelan. Del mismo autor es la obra sin título que escenifica a una mujer embalada -o crucificada, según se mire-, en una caja de las que se utilizan en el transporte de piezas de arte. Fragile, reza en un extremo del impactante embalaje.
Juergen Teller muestra a dos mujeres desnudas -Charlotte Rampling y Raquel Zimmermann-, posando ante la Mona Lisa en el Museo Louvre de París, con timidez y nocturnidad. "Un museo de noche, ¿sigue siendo un espacio público o se torna un lugar privado?", se pregunta Curiger, mientras se dirige a la galería denominada Religión, noche y tinieblas, la cual muestra el lado "más oscuro" de la religión: Inquisición, persecución a brujas -"o sea, mujeres con conocimientos", aclara la comisaria-, etc.; así como la representación de la muerte en barcos pesqueros que se tambalean en la mar embravecida. Barroca, como la vida misma.