Madrid

una cometa que no consigue despegarse de la mano de un triste y pequeño personaje llamado Inocente da comienzo a un espectáculo grandioso presente durante las casi tres horas de intensa celebración del espectáculo circense. Un cometa como metáfora del juego, la ilusión y la constancia. Y de la verticalidad que se construye a través de piruetas, saltos y creaciones imposibles. Todo eso y mucho más es Kooza, la nueva propuesta de Cirque du Soleil, afincado momentáneamente en Madrid antes de su aterrizaje en Bilbao, el próximo 16 de mayo.

La superficie del escenario está decorada como un cielo estrellado, en cuyo centro se representa el crepúsculo de Montreal en la noche de la primera representación para el público. Desde entonces, el universo de Kooza -cuyo nombre proviene del sánscrito, la antigua lengua de los brahmanes-, vendría a significar un circo en una caja, encajado en un espacio de forma circular en el que los personajes entran y salen del subsuelo para festejar, jugar, corretear o buscarse a sí mismos.

Detrás del concepto de dualidad (miedo, poder, reconocimiento?.) que propone, el espectador se quedará con el sabor del circo añejo, las risotadas, collejas, golpes y la elegancia de unos artistas y profesionales con múltiples acentos que se adaptan al lugar donde actúan.

Lo que no cambia es la sensación de presenciar un acto de fe, que por mucho que se repita, busca la exigencia y la perfección. DEIA asistió el jueves al preestreno de Kooza en Madrid, y si algún giro no salía a la primera perfecto, sus artistas buscaban resarcirse y no paraban hasta conseguirlo. Y claro que lo conseguían. Más que al aplauso se adherían al sentido completo de tantas horas de ensayo.

Divertido y mágico Esa obsesión por la excelencia es palpable en Kooza, que en el fondo es una obra ligera y ágil. Dentro de su puesta en escena, impacta la luminosidad de las luces estroboscópicas, que logra que el espectador pueda ver más lentos o inmóviles sujetos que se mueven de forma rápida. Esas luces son acompañantes ideales para observar la magia que transita en tantos giros y saltos geniales.

El director creativo ha querido perpetuar un "tono divertido y abierto" en un "espectáculo que no se toma a sí mismo demasiado en serio". Es una buena aproximación de lo que sucede realmente: esqueletos (en sentido literal) paseándose y enfrentándose, pero lo tétrico y la muerte es una apariencia lejana del alborozo que producen sus diez números y actuaciones.

Lo mejor de Kooza, como cualquier acontecimiento que trasciende de la formalidad de lo cotidiano, es su demostración del espectáculo total. Un escaparate que según sus organizadores vuelve a sus orígenes, "combinando dos tradiciones circenses: las acrobacias y el arte de los payasos". Difícil percatarse en el momento de lo que ofrecen. Un arte tan ensayado que cuando improvisan (y lo hacen con gracia) se convierte en algo más cercano.

Verticalidad mareante ¿Se puede hablar a estas alturas de los ejercicios más vistosos? Lo de la altura viene a colación por la verticalidad que asumen los retos. Estamos ante el escenario más alto jamás diseñado para un espectáculo de Cirque du Soleil. Una verticalidad sorprendente y mareante. Como el número de las sillas, en un encaje tan simple para los objetos como imposible para el resto de los mortales, pero no para el auténtico artista que parecía asentarse en el aire. Mediante ocho sillas que conforman una torre de siete metros realiza un número de equilibrismo con un control absoluto. O los dos maestros de la rueda de la muerte, saltando desde las alturas a una rueda en movimiento. 725 kilogramos que pasan volando gracias al impulso constante de dos endiablados profesionales. O los cuatro funambulistas entre los 3.000 kilogramos de los dos cables situados sobre el escenario a 4,5 m y 7,6 m de altura. Un show de alturas, riesgo e ingenio para artistas del siglo XXI. La trapecista también intenta dar lo mejor de sí misma en un bello ejercicio.

Lo bueno de Kooza es que es un tránsito de lo mundano a lo mágico. Nos recuerda a la magia del cine, el burlesque, el vodevil, el circo tradicional y el de laboratorio. Y a la capacidad de ensoñación del cine. El vestuario hace guiños a Alicia en el País de las Maravillas o a El Mago de Oz. Pero sin Dorothy.

La música en directo, imbuido del internacionalismo de la compañía, es otro de los atractivos. Fusión de funk, pop occidental y giros hindúes. Los artistas y el equipo de Kooza, que representan a 24 nacionalidades -los artistas, tan solo 18-, saben lo que son y lo que representan. Piezas de orfebrería, luminosas, elásticas y metálicas.

Al final, no hace falta solicitar un bis. La sensación de estar saciado es total.