EL pintor del arrepentimiento y la resaca. De las pinceladas furiosas y las delicadas, la muñeca de azúcar y el trazo agresivo. El ángel y el demonio. Un imaginario visceral plagado de seres extraños y tiernos, la poesía del naufrago, las pesadillas elegantes y los sueños esperpénticos.

Es la descripción más aproximada de un artista indescriptible, el donostiarra Bonifacio Alonso (1933-2011), "el más libre de los pintores" para José Luis Merino, comisario de la exposición que inaugura hoy en la sala Kubo de Kutxa, un viaje en el que la libertad es la materia prima más empleada, una ruta por la vorágine y el movimiento, los personajes inventados, los ritmos oblicuos, un pintor anarquista que admiró a Goya, Velázquez, De Koonig y Pollock, cuya obra posee ecos y sombras de Matta. Que creó desde las tripas, "con una raza -celebra Merino- y un coraje estético excepcional".

La muestra es coherente con esa independencia absoluta de las convenciones, y no se articula como una "exposición al uso", ni es una "antología", sino, sencillamente, sus "mejores obras". Hasta el 7 de abril se pueden contemplar en la sala donostiarra 48 óleos, la mayoría de gran formato ("solo los buenos saben pintar cuadros grandes", reseñó el comisario), 29 dibujos y la serie litográfica Avanti Vaporini.

En el espacio donostiarra se puede contemplar su época "más blanca", la que corresponde a los años 70, la pintura primitiva, vinculada al art brut, el sosiego de los 80, cuando sus cuadros se aligera de personajes, y el surrealismo de los 90, influido por el cubano Wilfredo Lam y el chileno Roberto Matta, un gran amigo, hasta que sus óleos alcanzaron, a finales del siglo pasado, un "peso especial", en el que las figuras, "más robustas", se apoyan en el suelo, ya no flotan.

El comisario en conversaciones con el Guggenheim para confeccionar una exposición de seis artistas: tres vivos y tres muertos, cuatro guipuzcoanos y dos alaveses: Ortiz de Elgea, Juan Mieg, Amable Arias, Balerdi, Zumeta y Boni... "El gran arte -opinó- es suave como la inocencia, obsesivo como el juego e imprevisible como la duda. Estuve cuatro días buscando la palabra que fuera como el juego... Y es esa: el artista es obsesivo o no es. Todo arte grande está hecho desde la obsesión", proclamó.

Así fue en el caso de Bonifacio, al que Zumeta llamaba el "indomable": "Tuvo muchas vidas y las devoró con fiereza". La suya fue una de esas existencias involuntariamente novelescas de la posguerra. Hijo de un republicano fusilado en la guerra civil, ejerció, entre otros oficios, de botones, pescador, torero, monaguillo y batería de jazz. "Es uno de los grandes pintores de este país, pero desconocídisimo", aseguró Merino. ¿Por qué? "No hacía nada por ser conocido, le importaba todo un pito", concluye el comisario.