AnSELMO Guinea (Bilbao, 1855-1906) ha pasado durante mucho tiempo desapercibido. Y, sin embargo, fue uno de los artistas cuya actividad en los últimos años del siglo XIX contribuyó de forma decisiva a las transformaciones estéticas de la pintura vasca. Desde 1907, un año después de su muerte, en que la Sociedad Filarmónica reunió un centenar de sus obras, no se había vuelto a mostrar una monográfica sobre el pintor.

Ahora una exposición en el Museo de Bellas Artes de Bilbao recupera a este gran creador, que ha permanecido un siglo en la sombra. DEIA ha hecho un recorrido con tres de sus bisnietos, Karmele, Maitena y Luis María Guinea - los únicos que conservan el apellido- por esta monográfica, que permanecerá en la pinacoteca hasta el 20 de mayo.

Anselmo Guinea tuvo ocho hijos, pero tres murieron muy jóvenes. Le sobrevivieron cinco, dos pintores, Anselmo e Isidoro, y tres hijas, Soledad, Eloisa, que luego se casaría con el pintor Antonio Guezala, y Luisa. Maitena, Karmele y Luis Mari son nietos de Anselmo Guinea hijo, que falleció con tan solo 27 años, y heredó la maestría de su padre. "Siguió la tradición de nuestro bisabuelo, murió muy joven y dejó poca obra, pero aseguran que podía haber sido un gran pintor porque dibujaba y pintaba muy bien. Hay una serie de detalles en sus obras que recuerdan mucho a las composiciones de nuestro bisabuelo", rememora Luis Mari.

La primera parada por este recorrido familiar lleva directamente hasta los tres autorretratos del pintor. "Mira qué joven está aquí", señala Karmele. Ninguno de ellos ha heredado la pasión por pintar, pero sí la pasión por el arte. En su casa, tienen alguna obra de su bisabuelo, pero les hubiera gustado rescatar alguna más. Anselmo Guinea tuvo un gran éxito en vida. Hijo de un ebanista bastante humilde, pero gracias a su arte, consiguió establecerse bien en la sociedad bilbaina. Pintaba y vendía mucho. Eso le permitió llevar un buen tren de vida dentro de la sociedad aburguesada de Bilbao.

Durante esta emotiva visita, sus bisnietos van descubriendo uno a uno los cuadros. La mayoría de las obras han sido cedidas por coleccionistas particulares para la exposición, de ahí que no solo es un redescubrimiento para el público en general, sino también para la propia familia. La muestra, patrocinada por la BBK, se compone de 85 obras, de las que más de la mitad son inéditas, y permiten asomarse al delicado virtuosismo de Guinea y a su capacidad para captar la luz.

inquieto Guinea nació en Bilbao, pero pronto se trasladó a Madrid para completar sus estudios y, cuando regresó a la capital vizcaina, pintó los personajes populares y los paisajes al aire libre que dan inicio a la exposición. En Roma asistió a la Academia Chigi y a las clases de la Academia Española y comenzó a desarrollar una obra preciosista con toreros, moros y odaliscas como protagonistas. Músico ambulante (1879) o Aldeano romano (1876) son algunas obras de esa época.

No sería la última vez que viajó a Roma. A lo largo de su vida, Anselmo Guinea, ya casado y con hijos, se trasladó en varias ocasiones a la capital italiana. "Mi bisabuelo tenía mucho sentido del humor, así que no sabemos qué hay de realidad. Pero en mi familia siempre se ha contado que se fue a Roma en un carro con nuestra bisabuela, un loro y una criada. A estas alturas no sabemos si fue cierto o es una leyenda familiar", explica riéndose Karmele.

Tras su primera estancia en Roma, regresó a Lekeitio y comenzó a realizar sus escenas costumbristas vascas, que le han convertido en uno de los mejores pintores vascos del siglo XIX. En el museo se pueden ver óleos como Palacio de Zubieta en Lekeitio o Puente de Lekeitio, que demuestran su técnica con el pincel. "¡Fíjate cómo manejaba la luz", exclama Maitena. Esta profesora de música rememora una curiosa anécdota que le ocurrió ya hace años: "Me estaba examinando para cubrir una plaza en el Conservatorio y de repente me di cuenta de que detrás mío había un cuadro de mi bisabuelo. El jurado me preguntó qué me pasaba y les comenté que estaba muy contenta ya que era la bisnieta de Anselmo Guinea y parecía que mi bisabuelo me estaba ayudando" .

recuerdos A través de Adolfo Guiard, el bilbaino llegó al "naturalismo francés". Ese contacto con Guiard le influyo tanto que efectuó dos viajes a París. Allí conoció de primera mano tanto el impresionismo como el puntillismo, el sintetismo o el modernismo. De su época en la ciudad gala, se recogen varias obras como Avenue de Clichy o Vagabundo. Era el París en el que vivía con Manuel Losada e Ignacio Zuloaga.

A su regreso, se instaló en Deusto, aún no anexionado a Bilbao, y se vuelca en cuanto sucede junto a la ría, las huertas y los personajes que viven en derredor, aunque no tardará en cambiarlos por el valle de Arratia. Guinea plasma escenas costumbristas y sobre viejas profesiones y que le inspiró cuadros como Cristiano, en los que le interesa captar la religiosidad del campesinado.

De sus paisajes de la ría, le atrajeron las figuras de los sirgueros y sobre todo de las sirgueras, que, subían las gabarras contra corriente. "Sabíamos que había pintado estos dos cuadros, La sirga y La sirga de frente , pero ambos pertenecen a colecciones privadas. Me emociona verlos aquí por primera vez", confiesa Luis Mari.

"Tuvo en vida numerosos encargos. Por ejemplo, de su amistad con empresarios de la época, como el naviero Ramón de la Sota, surgió el encargo de las vidrieras de su Palacio de Ibaigane", explica Karmele.

Este recorrido de rememoranzas, de encuentros y descubrimientos finaliza en una de las salas en las que se encuentran sus obras más tardías y más contundentes. De su último viaje a Roma se trajo escenas costumbristas en las que se aprecia un acercamiento al realismo social. Son gitanas, músicos ambulantes, trabajadores consumiendo su ocio en tabernas… Es su producción más personal en la que no falta un toque humorístico. También se puede ver La fuente de la salud- uno de los cuadros preferidos de Luis Mari- , que realizó para decorar la sociedad Kurding Club, que estaba formada por artistas, músicos, literatos, y cuyo nombre es un anglosajonismo burdo de la palabra curda, por el carácter bohemio de sus miembros.

"Anselmo Guinea rra un bonachón, con un gran sentido del humor, no renunciaba a los placeres de la vida, a viajar, solía ir a los balnearios en Arratia con la familia, a comer, a cenar... Un hombre que amaba la vida, una pasión que se transmite también en sus cuadros", explica Mikel Lertxundi, que ha comisariado la exposición y que lleva años catalogando y estudiando su obra. "Todavía queda mucho por descubrir, pero exposiciones como esta nos ayudan a devolverle al lugar que le corresponde, como uno de los grandes de la pintura vasca", finaliza Lertxundi.