Levitación y peso
bilbao
constantin Brancusi y Richard Serra son dos escultores fundamentales en el desarrollo de la disciplina artística durante el pasado siglo XX. Siendo para el segundo muy importante el conocimiento del primero en el París de los sesenta, el rumano y el norteamericano vuelven a cruzar sus caminos en el Museo Guggenheim de Bilbao. Una confrontación realmente interesante y problemática. El camino por la sustanciación de la materia esencial: entre la levitación y el peso de la materia.
La llegada de Brancusi (1876-1957) al París de los comienzos de la pasada centuria supuso tanto el simbolismo cada vez más esquemático de motivos en los que trabaja una y otra vez, como la búsqueda de la esencialidad plástica que no se aparta de la representación. Unas nociones que representan el pulido, el adelgazamiento de las formas y la síntesis de los volúmenes sin dejar de aludir a la condición natural de la figura humana. Serra (1938) también aporta un gran interés por la materia pero que deja huérfana de todo argumento explícito. Sus acciones ponen el acento en la cualidad procesual de transformación del lugar y le somete a una tensión transformadora. Obras que llevan implícitas la cualidad de la fuerza de gravedad y que consiguen interrogar radicalmente al espectador.
La exposición es una oportunidad para relacionar los planteamientos de los dos autores. El montaje somete al espectador a un itinerario en el que las aparentemente diferentes plásticas se ven realzadas y a la luz de un debate tenso y desigual. El recorrido, tal y como lo ha previsto el comisario Oliver Wick, debe comenzar en el balcón de la segunda planta que se sitúa sobre la sala Arcelor. Desde allí pueden relacionarse los comienzos del autor europeo con La materia del tiempo de 2005, uno de los momentos culminantes del creador de San Francisco. Lo pequeño y lo enorme. Lo puntual y reconocible frente a las sutiles referencias geométricas que ocupan el espacio e invitan a ser recorridas. La masa cara al plano que transcurre. Las rectas y las curvas que se le oponen. El estático pero tenso abrazo de los distintos Besos que manifiestan la dualidad en la unidad de los amantes frente a la digresión secuencial de los meandros por el viaje.
Rodeando el gran atrio hay que situarse al otro lado del edificio de Gehry. Allí, la confrontación entre lo primigenio y lo último: luz frente a penumbra, reflejo versus opacidad. Los figurativos niños y la esencialidad de las cabezas forman parte del primer universo de Brancusi cuyos volúmenes se encuentran en el centro de la sala. En las paredes y sin apenas iluminación, la materia acumulada de la serie Pesos alzados. Unas geométricas masas de negros óleos que ponen a prueba la percepción sensorial y hablan radicalmente de lo escultórico. Saturación texturada que despierta no ya la ilusionista sensación como la constatación de la presencia de un proceso que se aplica sobre la superficie del vertical papel.
La búsqueda de los límites es el objeto de análisis que trasciende en el siguiente encuentro. El debate sigue siendo acumulativo. De la asunción del pedestal como escultura que soporta a la figura cuyas sensuales superficies evidencian la evolución de Brancusi a la pura concreción física del equilibrio y la tensión que manifiesta Serra en las planchas que como fieles testimonios reales emergen directamente del suelo obviando a la peana. Un testimonio de los brillos de la Musa, cuyas pulidas superficies reflejan el entorno, y de la absorción de la mirada por parte del plomo de House of cards.
Los espacios más regulares y tradicionales acogen la incorporación secuenciada de dos instalaciones de Richard Serra que se ajustan plenamente a las salas. La primera sitúa al espectador en el centro y le hace realmente protagonista de la percepción, mientras que la segunda ofrece un itinerario de planchas que es preciso rodear.
Las dualidades se manifiestan de modo magistral en el siguiente espacio. La investigación plástica de Brancusi constata la constante elaboración continua de un tema que traslada a distintos materiales y produce efectos perceptivos muy diversos. Mientras que Serra insiste en la relatividad de la mirada al confrontar dos prismas iguales de acero cuyas proporciones parecen distintas al estar dispuestos a cierta distancia y apoyados sobre caras diferentes.
La voluntad de emerger acumuladamente se plantea en la última de las grandes salas. Una superposición que enlaza varias posibilidades en el creador afincado en Francia cuando conjunta figuras que evocan referencias como las de Adán y Eva o el Rey de Reyes. La experimental serie de los Belts de Serra ofrece el encuentro de la azarosa maraña gráfica de materiales tan distanciados como el neón o el caucho.
El proceso culmina de manera magistral. Todas las piezas llevan la firma de Brancusi y sobrevuelan verticalmente el espacio. Maiastra es el título de la obra más antigua, cuya denominación alude a un pájaro procedente de los cuentos populares rumanos que tiene la virtud de superar los encantamientos, los combates y las tribulaciones de la vida. En la serie las formas van simplificándose hasta plantear el encuentro entre la realidad y el espíritu del símbolo que relaciona lo profano con lo sagrado. De las sujeciones y anclajes iniciales a la ingrávida levitación que se eleva hasta los límites del infinito. Una confrontación entre la estática contemplación y la activa observación.