Bilbao

Espectacularidad y emotividad; grandiosidad y cercanía. Eso es lo que ofreció anoche Maná, el grupo que porta actualmente el cetro latino en el mundo, a los alrededor de 15.000 seguidores que acudieron al BEC de Barakaldo y disfrutaron de un recital que superó las dos horas. Hubo tiempo para canciones de su último disco, sus clásicos, una versión del mítico y acertado El rey y la alternancia en un recital que combinó acertadamente la espectacularidad de su propuesta (al alcance de muy pocos en sonido, imagen y luces) con la emotividad que ofrece la cercanía y calidez con sus fans.

Maná, que ya había barrido en la gira por Estados Unidos y en las primeras citas estatales, hicieron lo propio anoche en el BEC. Era previsible cuando se consigue que Drama y luz (Warner), su último disco, sea el más vendido de un grupo o artista latino en lo que llevamos de 2011. Ese cetro en la comunidad latina internacional -dos décadas de carrera y 22 millones de discos vendidos- permite a los mexicanos disponer de una infraestructura que está al alcance de muy pocos artistas.

Así salieron anoche en el BEC, con las espaldas bien cubiertas y los pies asentados en un despliegue técnico mastodóntico. Se hicieron visibles a las 22.30 horas, situándose sobre un escenario que ascendía hasta los 18 metros de altura. Allí se asentaron tras una lona que les cubría pero cuya transparencia permitía ver al cuarteto, que arrancó con Lluvia al corazón, la canción que abre su último disco, apoyada en formas de distintos colores repartidas en 200 metros cuadrados de pantallas led de alta resolución -a ambos lados y, sobre todo, tras el escenario- y en un torrente de iluminación que se acercó al efecto tridimensional del cine más reciente. Y, como broche final, llegó, cual maná, un efecto de gotas de lluvia sobre el escenario.

No estuvo mal para abrir boca. Apenas terminada la primera de las más de veinte canciones que ofrecieron y ya sin lona, el público rugía como si fueran los bises. El cuarteto, que contó con el apoyo de tres músicos adicionales y estuvo liderado por Fher Olvera, buscó prolongar el éxtasis inicial con recuerdos a viejos éxitos como Oye mi amor, en el que animó a "juntar las almas y los cuerpos", y Manda una señal, a la vez que saludaba con un sonoro gabon y anunciaba un concierto "de puta madre". Después llegaron las canciones de Drama y luz, un disco que muestra lo más crudo de la vida -la muerte de varios familiares de Fher- y la fe y la esperanza necesarias para salir adelante.

Maná jugó a las metáforas, otra vez con el telón entre músicos y fans, ofreciendo oscuridad y luz con la eléctrica y rockera El espejo, con el apoyo de ocho instrumentistas de cuerda, y la más íntima Sor María, introducida por un órgano eclesiástico y arropada por el desfile de varios figurantes vestidos de monjes, por un aluvión de imágenes recargadas, teatrales y con múltiples efectos de fuego y todo un derroche cromático en la luminotecnia. Le dieron la espalda a la oscuridad de la Edad Media con Vuela libre paloma, en recuerdo a la madre de Fher y de todos los familiares fallecidos del público, con la luz de la vieja balada Rayando el sol y la sensual y mexicana Mariposa traicionera, que precedió a una de sus últimas canciones, ya casi un himno, denominada Latinoamérica -"somos gente que nunca se raja", cantó Fher, apelando "al coraje y al valor" para evitar la marginación-, en la que se incluyó un desfile de banderas de múltiples países de habla hispana mientras el público coreaba "jamás olvides tus raíces". El tema concluyó mostrando la enseña mexicana fundida con la ikurriña.

Y si en el aspecto visual el show no dio tregua, incluidos los bonitos dibujos aztecas ofrecidos en las pantallas durante el santanero Corazón espinado, el sonido no le fue nunca a la zaga. Ya lo advirtió Alex González en entrevista a este diario. "Lo que más nos preocupa es que el sonido sea de puta madre, más que los efectos especiales". El grupo cumplió, ofreciendo un sonido prístino, a la par que contundente y con pegada. Y fue más cercano que nunca en el corto tramo acústico del recital, en el que Maná se mostró más cerca de sus seguidores con la lírica interpretación de temas propios como Te lloré un río y Vivir sin aire (que le cantaron a Nerea, una chica de Indautxu que subió al escenario) y concesiones al terruño mexicano, vía José Alfredo Jiménez y Juan Gabriel, con El rey y Se me olvidó otra vez, respectivamente.

Hubo también tiempo para la participación de un fan, el bilbaino Dani Martínez, que había ganado un concurso y que pudo tocar junto al virtuoso guitarrista del grupo, Sergio Vallín. Y hubo tiempo para brindar con tragos largos de vino y cerveza, para un larguísimo "solo" de batería del malabarista Alex, que confirmó su bien ganado apodo de El Animal mientras la plataforma en la que estaba encaramado giraba y se elevaba sobre el escenario; y para una recta final del concierto en el que no hubo separación emocional entre artistas y público, y en la que, con Fher con la camiseta del Athletic, sonaron Cómo te deseo, la funky Déjame entrar, la legendaria y reggae-rock Clavado en un bar, entre llamaradas reales. Y ya en los bises, entre el delirio general por el regreso del grupo, otros dos exitazos, ambos coreados hasta la ronquera: el primero reciente con Labios compartidos y el otro ya con canas, El muelle de San Blas. Rock, pop, reggae, baladas, guiños a México… Maná demostraron en el BEC que siguen siendo los reyes… latinos. Por espectacularidad, canciones populares y emotividad.