Bilbao
ENTRE el costumbrismo y el realismo, el cine estatal ha ido encontrado su propia personalidad. El truco del manco fue una bolsa de oxígeno que trajo nuevo brío al panorama singularmente desolador de una industria que no levanta cabeza. En la historia reciente, varias películas han intentando retratar la modernidad de los jóvenes buscavidas perdidos en la gran ciudad. Desde Los golfos, de Carlos Saura, ha llovido mucho, pero pocos filmes han conseguido aunar veracidad y calidad. Tras la muerte de Franco, el cine quinqui (Perros Callejeros, Colegas?) dio vida a una serie de héroes que buscaban su lugar en el mundo (y fuera de la chirona). Más recientemente, Alberto Rodríguez (7 vidas) ha intentado acercarse a los ninis contemporáneos. El Truco del manco huye del tremendismo y se contenta con la honradez de sus supervivientes. Mucho tiene que ver la participación del músico Juan Manuel Montilla El Langui, cuyo mundo absorbe el personaje principal de la película, un chaval que se empeña en conseguir su sueño: intentar ser autosuficiente y dedicarse al hip-hop. Entre el látigo de la rima y la crítica social, tendrá que sortear varios problemas familiares y personales.
El Langui, un ejemplo de superación y líder de La Excepción, es el gran protagonista de El truco del manco, un filme que se adentra en mil y una batallas de un barrio cualquiera de una gran urbe. Una barriada donde la identidad de los payos o los gitanos se entrecruza con la lucha diaria por sobrevivir, trapichear e imponer la ley del más fuerte.
El Langui es de los que no tira la toalla. Sufre una parálisis cerebral que le impide andar como los demás, pero lejos de agarrotarse, hace de la necesidad virtud. El director Santiago A. Zannou quiso equilibrar la balanza y contrató a actores profesionales y a figurantes que nunca habían visto de cerca una cámara.
El truco del manco se aleja de los parámetros habituales del cine estatal y vela por extremar la sencillez e imprimir la máxima naturalidad posible a sus diálogos y escenas dramáticas. Siluetas que se identifican y entienden a los marginados obsesionados en tirar para adelante.
Gracias a que El Langui, que ha abierto en su barrio un centro para enseñar el arte de los versos a los niños, aceptara el papel, El truco del manco ganó en energía y veracidad. El filme tiene pulso, estilo y honradez. No suena a falso ni a medias verdades. No es una obra maestra, pero sí una película pequeñita que se hace cada vez más grande. Sin pedir permiso.