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La muestra reúne setenta y un obras de sesenta y cuatro autores que forman parte de las colecciones Guggenheim. Buena parte de lo expuesto se ha presentado con anterioridad en Bilbao, sin embargo resulta una excelente oportunidad para reflexionar sobre el qué y el cómo de las propuestas de posguerra que tienen como referente a la abstracción existente entre 1949 y 1969. Veinte años en los que el protagonismo de las vanguardias es total, al ser asumidas casi nada más emerger por el sistema del arte. Presentándose unas prácticas que están mitificadas en la actualidad, quizá no tanto por la obra en sí como por su cotización económica, se ofrece una serie de manifestaciones que colaboran en el proceso deliberación de las ataduras sociales y agarrotamientos psíquicos a la hora de afrontar la experiencia humana, contribuyendo en el conocimiento de los procesos constitutivos de la mismidad.
El arte posterior a la segunda gran guerra acepta las nociones de vanguardia y parte de las premisas de algunos movimientos anteriores. A diferencia de los fascismos y los comunismos, que utilizan el arte basado en la representación tradicional, las sociedades democráticas de posguerra eligen para su representación simbólica el marco de la individualidad y la libertad creativa. Un planteamiento en el que crear es bastante semejante a inventar algo diferente. Interés que es más excitante e intenso cuando los autores conectan con el inconsciente y adoptan las fuerzas reprimidas que emanan del interior. Para hablar de la crisis colectiva, la carencia de figuración ofrece una especie de zambullida en lo íntimo y privado, justo allí donde se deposita lo genuino y surge lo distinto. Es a esa historia a la que se refiere la exposición, a la muy plural respuesta abstracta que se produce a uno y otro lado del Atlántico. Un momento crítico de la civilización que habla de problemas y de fracasos cuyo enervamiento tiene sus diferencias.
En Europa la base pictórica es más habitual, se parte de la herencia y no se aleja demasiado de la noción cuadro, mientras que en Estados Unidos la libertad es más plena y el caballete cede su protagonismo a piezas de mayor dimensión, algo a lo que no es ajeno ni el influjo del movimiento mural mexicano ni los encargos públicos que hace la administración norteamericana en los tiempos de la depresión económica. Una historia entre las dos orillas que va del gesto de muñeca al del brazo, del toque inconsciente al signo clarificador, de la conciencia bidimensional a la texturización de la materia o de la instintiva pincelada corta al brochazo que repentiza el acto, se expande y continúa fluidamente por el espacio.
La muestra responde a las complejidades de un tiempo en el que las vanguardias continúan hasta triunfar y llegar rápidamente a las instituciones. Del expresionismo abstracto al hard edge norteamericano. De Cobra al art brut o el espacialismo europeo. Una presentación que cuenta con las aportaciones de los grandes de postguerra, como Pollock, De Kooning, Rothko, Burri, Tapies o Manzoni. En la década de los setenta a los visitantes del Louvre se les preguntó cuál era su preferencia artística y la respuesta mayoritaria fue el impresionismo, venciendo a las otras posibilidades que había en la encuesta, como el arte griego, egipcio, renacentista, barroco o neoclásico. De tal manera que se producía un vuelco en los intereses sociales respecto a la historia de la creación, haciendo de facto que un movimiento moderno ligado a un tiempo y un contexto que no lo validó se convirtiera en una práctica comúnmente admitida y por lo tanto algo sin fecha ni lugar que se transforma en otro sentido de lo "clásico". Es lo que puede pensarse también en la actualidad respecto a la abstracción de posguerra. Una tendencia que conforma un sustrato que, siendo común para la experiencia contemporánea, está en la antesala de lo que vendría después, tanto como manifiesta una continuidad con lo anterior, culminando un proceso manual de innovación. Labor que se ejercita en un ámbito que no es del todo refractario a las demandas de lo diferente, cuyo proceso culmina con la negación procedimental y la instauración de lo conceptual. Más allá del gusto personal y de lo que cada cual entienda que sea el arte, es preciso tratar de comprender las prácticas significantes no solamente desde el exterior de sus resultados estéticos ni tampoco desde el interior autónomo del procedimiento, sino poniendo en evidencia el porqué de ese tipo de trabajo.
El mérito de la innovación no está en la belleza alcanzada, cualquiera que ésta sea, ni en el virtuosismo del tratamiento plástico, sino en la problematización y el cuestionamiento que supone, y también en su labor de introspección respecto a la identidad y de interpretación de la sociedad en la que surge. No hay texto sin contexto, y para que la abstracción llegue a ser entronizada tal y como fue en su tiempo, se produce una cadena de factores tanto referentes al por qué de cada obra, como relacionado con la excelente recepción social que tienen y que es consumida más por las élites que por el conjunto de la ciudadanía.
Decía Hervé Fischer que "no es posible explicar esta sustitución de lo nuevo con lo bueno, sin la presencia del mito. Por supuesto, se trata del mito prometeico, del hombre creador que se encuentra en el centro de la escena de la producción de la cultura". La noción de lo nuevo es un gran trofeo que la abstracción deposguerra cataliza en su beneficio y propicia una mirada diferente, más activa y abierta, que se desapega de los patrones preconcebidos e introduce la libertad en el contexto social y cotidiano del arte.