bilbao. Unas 6.500 personas disfrutaron anoche con el concierto de un Mark Knopfler entregado e inspirado que no defraudó en directo. Parte del público concentrado en la plaza de toros Vista Alegre esperaba con expectación las míticas canciones de Dire Straits. Otros curiosos se conformaban con que ese hombre pegado a una guitarra les sorprendiera y les diera un recital. Los más entregados, treintañeros y cincuentones, vibraron desde el minuto cero con todas las notas de ayer y hoy que han convertido al músico y guitarrista escocés en un valor seguro y atemporal.
Mark Knopfler es de esos artistas que una vez despojado de la banda que le ha catapultado a un lugar privilegiado de la historia de la música, brilla con la simplicidad de la puesta en escena. Le bastaría su sola guitarra para crear una atmósfera especial e íntima. De hecho, en el concierto de ayer se notaba esa cercanía entre el artista y el público, el respeto que causa un señor que no necesita alardear de su virtuosismo o regodearse en su voz porque impone una nostalgia de lo vivido. La nostalgia de las bandas que conocen y miman sus instrumentos y reconocen el valor del grupo y las buenas composiciones instrumentales y líricas.
Sí, había muchos nostálgicos que crecieron escuchando Dire Straits, hijos que habían heredado de sus padres la pasión por ese grupo y el gusto por la música épica, ésa que llega directo desde el reconocimiento de sus notas y teclas. Knopfler lideró a un grupo de ocho músicos competentes como el violinista John McCusker o el flautista Mike McGoldrick, que le llevarán por medio mundo en un tour para presentar su álbum Get Lucky.
Comenzó el concierto con la canción Border Reiver, perteneciente a su nuevo trabajo. Knopfler saboreó la tristeza que desprende esa melodía de sonidos folk. Le siguió What it is, otra pieza que versa sobre la gente que sale en busca de nuevas sensaciones. Nunca se sabe cuánto va a durar una canción con el líder de Dire Straits, que ocasionalmente se recrea con su guitarra. Ejercicio de virtuosismo, le llamarán algunos. O simple placer para los sentidos. De todos modos, el público no puso ningún reparo a la astucia del maestro. No faltaron otros títulos como Sailing to Philadelphia, una canción que más de uno ha elegido para rendir el último tributo a un fallecido.
Conocedor de que en su larga trayectoria las canciones más aplaudidas y vitoreadas son las que le han llevado a la actual situación, Mark Knopfler dio una cornada más salvaje a canciones como Romeo & Juliet, cuya letra es ya lo suficientemente bella sin que necesite la coraza de la música. Pero Knopfler se convirtió en un narrador preciso y mágico. Sultans of Swing, otro de sus clásicos, fue una de las versiones más sentidas por un público entregado. La anécdota vino con un inspirado "oe, oe" que interpretó con su guitarra. La mirada estaba puesta en la guitarra de Knopfler, en sus dedos, que hacían vibrar a la plaza de toros, un auditorio en el que sabe lidiar. A veces ensimismado y agarrotado en su instrumento, Knopfler alargó la faena hasta la medianoche después de casi dos horas de concierto. El público estaba asistiendo a un espectáculo en el que la rotundidad y la calidad de la música hablaba por sí sola. El maestro brindó otro gran clásico: So far Away. Y nada parecía más cercano. Y auténtico.