Bilbao

Francisco Franco Bahamonde murió postrado en la cama sin tiempo para compartir con nadie sus últimas impresiones. En vida, el dictador tuvo las cosas más fáciles para airear sus fantasmas y mentir deliberadamente. Como otros tantos sátrapas, idealizó su infancia y llevó a los altares a su familia en la escritura de Raza (1941), la película más cara y publicitada de su época. El Caudillo quiso plasmar su ardor patriótico en la gran pantalla con la ayuda del director José Luis Sáenz de Heredia. Y por una vez, quiso inmortalizarse como guionista de ficción. Durante su desarrollo nadie le pudo discutir su personal visión de la historia del Estado español. Una vez celebrada su muerte, tampoco pudo defender sus idílicas posiciones. La cama de Franco se convirtió entonces en un gran diván y los cineastas salieron a la calle con nuevos sueños y retos.

Gonzalo Herralde era un curioso aficionado al cine que vio la propagandística película en una filmoteca. Le acompañaba el historiador Román Gubern. Ambos se quedaron atónitos con la farsa familiar y monumental que proponía Raza. "La gente tenía mucho miedo a hablar, pero para nosotros se convirtió en un divertimento", cuenta a DEIA Gonzalo Herralde, autor de Raza, el espíritu de Franco (1977), un documental que revisa la autobiografía de Franco partiendo del estudio de la citada película. Román Gubern fue su escudero en el quijotesco empeño de desenmascarar y psicoanalizar su verdadero rostro. Según la razonable tesis de Gubern, Raza no es más que la proyección idealizada de la vida de Franco. No le falta razón. Pilar Franco compartía las sensaciones de su hermano. Y parece ser que vivieron en una amorosa burbuja de paz y amor. No fue tan fácil convencerla para que hablara de su vida en Ferroll, pero finalmente accedió a la entrevista. "Ustedes pregúntenme lo que quieran que yo responderé lo que me apetezca", advirtió con gran franqueza.

La hermanísima respondió con vehemencia a las preguntas y habló de su infancia, las flores y su madre, "una santa" que perdonaba a todo el mundo. El actor Alfredo Mayo, el álter ego de Franco en Raza, fue el otro gran invitado al diván y se sometió a las observaciones y preguntas propuestas por Herralde y Gubern. "Pudimos entrevistar a más gente y de otra manera, pero fue prácticamente imposible", reconoce Herralde. El director de Raza, Sáenz de Heredia, tampoco quiso participar en esa singular sesión psicoanalítica en torno a las relaciones familiares de Franco. "El trato con su padre fue tormentoso y difícil. En Raza, en cambio, lo describe como una relación idílica y lo convierte en un héroe que muere en batalla", reconoce Herralde, protagonista esta semana de un ciclo programado por la Academia española de Cine dedicado al documental.

Estos días ha echado la vista atrás y ha recordado el impacto que tuvo el estreno de su documental en 1977. "A los cinco minutos todos los festivales querían la película, y viajó por todo el mundo. En España creían que iba a ser una crítica más explícita sobre Franco", declara. De hecho, durante su proyección la policía extremó su vigilancia y la esperada "reacción airada de la caverna" no fue para tanto.