HACE treinta años ocurrió un hecho histórico que marcó una nueva senda para las producciones vascas. Un real decreto traspasaba a la Comunidad Autónoma vasca la materia cinematográfica, un paso definitivo para la creación de nuevas propuestas que alimentaran el páramo en el que se había convertido el cine vasco. A excepción de Ama Lur (1966), dirigido por Nestor Basterretxea y Fernando Larruquert, el cine vasco estaba huérfano de promotores y padrinos que intervinieran en una nueva concepción del cine.
Las Primeras Jornadas de Cine Vasco (1976) pusieron las primerísimas bases de una suerte de "cine nacional-popular al servicio de los intereses populares del pueblo vasco". En ese contexto político y social, nacieron numerosos proyectos que recogían las nuevas reivindicaciones. El cine era una opción poderosa para narrar las sensibilidades ninguneadas durante décadas de dictadura. Los ikuskas se convirtieron en una aproximación de un cine nacional vasco y en el altavoz de una sociedad atrincherada. Entre 1987 y 1985 se produjeron veinte ikuskas, cortos documentales de unos diez minutos de duración que plasmaban preocupaciones lingüísticas, sociales y políticas concretas. El euskera fue la lengua vehicular de esas creaciones impulsadas por Antton Eceiza gracias a la colaboración de Caja Laboral Popular y el Instituto de Artes y Humanidades de la Fundación Orbegozo.
La Filmoteca vasca alberga la totalidad de esas producciones que marcaron un hito dentro de la historia del cine vasco. Muchos de los profesionales que firmaron los ikuskas emprendieron después una fructífera carrera. Javier Aguirresarobe, que atesora seis premios Goya, fue el responsable de fotografía de la casi totalidad de las propuestas, y cineastas como Imanol Uribe y Pedro Olea dirigieron algunas de las piezas más conocidas.
Los ikuskas tienen el mérito de satisfacer ciertos desarreglos de la época sin olvidarse de la concepción artística del séptimo arte. Muchos de ellos se vieron en el cine, y la naturaleza ideológica y política de sus creaciones tenía un claro componente agitador y popular. La visión fotográfica de Javier Aguirresarobe y la efectividad de Alberto Magán, el responsable del montaje, proporcionaron un nivel superior a esas producciones más que dignas que intentaron reparar tantos años de silencio y frustración. No todas salen beneficiadas con el paso del tiempo, pero muchas de las reivindicaciones siguen presentes. En el fondo, eran herramientas que luchaban contra "las campañas de desinformación". El ikuska 1 se centra en la problemática de las ikastolas y en su raíz popular. Algunos de los entrevistados exigen que la cuota sea más accesible y los profesores reconocen la validez de sus propuestas pedagógicas. Ikuska 2, firmado por Pedro Olea, recapitula las dolorosas sensaciones de los supervivientes del bombardeo de Gernika. La situación del euskera será el elemento clave en la mayoría de los ikuskas así como el interesado choque cultural entre las zonas rurales y los grandes núcleos urbanos.
Anton Merikaetxebarria situó el Bilbao de 1979 en una corriente crítica contra la especulación urbanística que no tenía en cuenta la opinión de los vecinos y de los niños, que se quejan de la falta de plantas y parques. El cine, a expensas de la creación de ETB, pulsó el debate sobre la creación de una futura televisión vasca. Imanol Uribe se interesó por los nuevos grupos y cantantes de la escena musical euskaldun, con un impactante movimiento de cámara final que termina sobrevolando por los frondosos montes vascos y por su acompañante más fiel: la neblina y la penumbra. De hecho, el último ikuska de la serie reconoce que tras las veinte producciones esperan haber aportado más luz a Euskadi. De todos modos, es una pena que los promotores de esa iniciativa no hayan editado unos DVD con toda la serie que marcó una visión muy particular de país. A veces cuesta reconocerse en los ikuskas, pero su legado es innegable.