Hubo un tiempo en que la realidad italiana tenía su perfecto contrapunto en el cine. Directores como Rossellini, de Sica o Pasolini entendieron la convulsa realidad local e intentaron crear respuestas en forma de arte. Ettore Scola llama pasión a esa fuerza que hizo de los realizadores italianos una marca poderosa en el mundo. Ettore Scola, el maestro de la comedia italiana, reconoce que su inspiración proviene del cine neorrealista de sus antecesores y "en la verdad de la gente que comenzaba a reconstruir su propia existencia después de la Segunda Guerra Mundial". Y ahora, retirado del cine, no siente la pasión necesaria para crear.

Scola tampoco haría ya una comedia para contar la situación actual de su país. Como otros tantos autores, le ha perdido respeto a su denostada patria y a su rocambolesca forma de hacer política. "A Berlusconi no le gusta el cine. De hecho, no es culpa exclusiva de Il Cavaliere. El poder nunca ha amado el cine, ni la Democracia Cristiana", sostuvo en el marco de la Semana Internacional de Cine de Valladolid, donde obtuvo la Espiga de Honor. "Uno debe amar lo que está contando. El cine italiano siempre habló de Italia, incluso en los momentos más difíciles. El afecto que un autor pueda tener por su país era el mayor impulso. Y ahora que no lo tengo, prefiero no hacer películas", comenta con cierto dolor y escepticismo ante la involución del país transalpino.

Scola ha tenido una especial sensibilidad con las diferencias entre el norte y el sur y le preocupa la falta de gusto por la gran cultura que les han caracterizado durante siglos. Pero el cine, según Scola, ha perdido su batalla frente a la inmediatez de la televisión. "El poder siente una mayor fascinación por la pequeña pantalla. Es un medio más fácil de controlar sobre todo por el dueño de las cadenas de televisión, sostiene en clara referencia a Berlusconi, amor y señor, entre otros, de Mediaset.

Centra la crisis del cine en un nuevo orden internacional en el que se hacen películas pensadas directamente para las televisiones. Sin una búsqueda del lenguaje. Scola es consciente de que proviene de una generación de directores privilegiados y lamenta que muchos jóvenes autores no tengan un ambiente propicio para el séptimo arte. "No entiendo que algunos hablen de su vida. ¡Ni que tuvieran la vida de Hemingway! Desgraciadamente, no tienen modelos donde elegir. Nosotros tuvimos mejor suerte", comenta. Su maestro, o por lo menos el más cercano, fue Vittorio de Sica, que combinó magistralmente la magia y el apego a la realidad.

También tuvo unas palabras para los periodistas. "Dais más importancia a los directores que a los guionistas. En Italia hay cien realizadores por diez guionistas. En mi época era justo al revés", declara preocupado por la falta de preparación de los nuevos profesionales. "Yo podía tardar tres años en la elaboración de una historia. He leído entrevistas de jóvenes guionistas que reconocían haber escrito una obra en tres meses", advierte.

El guionista y director Ettore Scola trabajó con actores que conocía personalmente. Fue amigo del gran Vittorio Gassman y disfrutaba con las aportaciones magistrales de los intérpretes. "Gassman, un monumento físico e intelectual, era frágil y tímido. En La famiglia quise que hiciera de todo lo contrario porque sabía que su sensibilidad le daría otra dimensión", recuerda.

Marcello Mastroianni, un viejo amigo suyo y el latin lover por excelencia, fue víctima de su proverbial dirección de actores. Le retó con un personaje homosexual. Sofía Loren, icono de la belleza mediterránea y de la "prosperidad napolitana", tuvo que enfrentarse a una misión particular. "A ella la usé para un papel sin ningún atractivo sexual ni luz intelectual hasta convertirla en una mujercita estúpida. Y como conocía bien su inteligencia, le quité el vestuario, el maquillaje y los sujetadores que elevaban su pecho. Le quité prácticamente todo; ella consintió y lo hizo maravillosamente", concluye antes de despedirse con un consejo dirigido a los periodistas: "Ser severos y exigentes".