LA escena nace del más puro surrealismo, atmósfera que, por otro, impregnó el hábitat natural de Mariví Bilbao Goyoaga, aquella actriz protagonista del pregón más breve y sincero que se haya leído jamás (¿leído?, creo que no lo leyó...) en Aste Nagusia: ¡Pasároslo de puta madre! Pásatelo de puta madre, eso es lo que procuró durante toda su vida Mariví. La escena surrealista, digo. Recién muerto su compañero de viaje, el artista plástico y periodista Javier Urquijo, Mariví se propuso culminar el adiós cumpliendo sus últimas voluntades, espolvoreando sus cenizas sobre el ruedo de Vista Alegre. Y como viese que no llegaban los restos para la vuelta completa, en mitad del ritual encendió un cigarrillo y fue rellenando la urna con la ceniza de un Ducados mientras recitaba el clásico en qué poco nos quedamos. Genio y figura.
Nació a la escena del teatro muy joven, participando en montajes con el grupo de Cultura Hispánica de Bilbao y con el grupo Akelarre, del cual fue fundadora. Según la propia actriz, en sus comienzos nunca actuó con su nombre: “Bilbao era un pueblo. Como para aparecer en la ficha de un estreno en el periódico, mi padre me mata”. Por ello actuó bajo el nombre de Ángela Valverde.
Mariví paseó por las playas del cine con papeles protagonistas en los cortometrajes La interrogación de F. Bardají y Playa insólita (1962), de Javier Aguirre, Irrintzi (1978), de Mirentxu Loyarte y Agur Txomin (1981), de Juanma Ortuoste y Javier Rebollo, dos de sus grandes vínculos en los comienzos, al igual que en su última etapa lo fue Daniel Calparsoro hasta convertirse en una de las más solventes y eficaces actrices secundarias del cine vasco. Sus papeles de Marisa Benito en Aquí no hay quien viva e Izaskun Sagastume en La que se avecina le hicieron popular -“que no actriz porque aquí no se enteraba ni Dios pero yo era actriz antes”- y reconocible junto a su lengua gruesa y traviesa y el sempiterno cigarrillo en la boca.
Las más altas mieles del cine le llegaron en marzo de 2007 , cuando acudió a la 79ª edición de la gala de entrega de los premios Oscar, al estar nominada por el cortometraje Éramos pocos, de Borja Cobeaga, que protagonizó junto a Ramón Barea. A quien quiso oírle a su regreso le contó que, visto lo visto en el ancho mundo, su rincón favorito del planeta era “el sofá de casa”. A su muerte, el 3 de abril de 2013, fue incinerada y sus cenizas se esparcieron por el Cantábrico. Nadie fumó sobre su urna.