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Todo estaba planeado al minuto. Ya se habían casado en una ceremonia civil la víspera, y ayer tuvo lugar en Mónaco el enlace religioso, oficiado por el arzobispo Bernard Barsi. El príncipe Alberto II debía llegar el primero al patio del Palacio monegasco, donde a las 17.00 horas comenzó la ceremonia al aire libre. Rainiero III y Grace Kelly se habían casado en 1956 en la catedral del Principado. Charlene tenía que llegar dos minutos después que su ya esposo. Unos 3.500 invitados desplegarían el brillo y el poder de la nobleza, de los títulos, de las grandes empresas, de las principales firmas de moda...
Los familiares de los novios se sentaron en las primeras filas, entre ellos Carolina y Estefanía de Mónaco y los padres de la prometida, Lynette y Michael Kenneth Wittstock. Los modelos ostentosos y el vestido nupcial pudieron destacar sobre una alfombra roja que engalanaba el patio del evento. Para escogerla, se había elegido al diseñador Kamyar Moghadam. Tras el enlace será subastada para dedicar lo recaudado a causas humanitarias.
El protocolo fue estricto: mientras en la boda civil del viernes sólo se dispuso de una vestimenta sencilla y elegante, en esta ocasión los hombres debían llevar chaqué o uniforme y las mujeres, tocado. Entre los invitados destacaban grandes modistos y una buena representación de las casas reales europeas, sin que faltara el presidente francés Nicolas Sarkozy, entre otros jefes de Estado. Tras la boda, la pareja recorrió el Principado con un Lexus híbrido, y la ex nadadora sudafricana y ahora princesa depositó el ramo de novia en la Iglesia de San Devoto. A última hora, la cena del chef Alain Ducasse fue redondeada por un baile y fuegos artificiales.
Charlene, de 33 años de edad, apareció deslumbrante en su gran día. Pero lo que no estaba previsto entre tanto protocolo era que al final de la misa fuera a llorar. De emoción, claro, pero secándose las lágrimas con un pañuelo blanco. Antes, su desposado le había levantado el velo y besado con expresión tierna y enamorada. La bella rubia y ex campeona sonreía, también, con aspecto de alegría.
Sin duda, además de una gran deportista la nueva princesa desplegó una elegante belleza en todo momento, embutida en su traje del italiano Giorgio Armani, el cual, según fuentes del Palacio, ha requerido más de 2.500 horas de trabajo y está adornado con 40.000 cristales Swarovsky y 30.000 perlas doradas. Acompañada por siete pequeñas damas de honor, todas monegascas, sonrió tímidamente cuando fue aclamada por los asistentes a su paso por la alfombra roja y blanca, colores oficiales del Principado.
El ramo de novia también había sido concebido por Armani, y realizado por el Garden Club de Mónaco, con orquídeas y proteas rosas, la flor naciente de su país. El vestido era ajustado y realizado en satén blanco, con una larga cola, bordados florales y decoraciones también en nácar de color blanco y oro. Según el Palacio monegasco, el vestido que portó la novia ayer noche en la cena oficial también era del modisto italiano. Algo así como un revival del enlace reciente de los británicos Guillermo y Catalina.
Alberto vestía el uniforme de verano, blanco, de la orden de carabineros, y esperó a la novia puntualmente en el patio de honor.
Las hermanas de Alberto II también destacaron en la ceremonia nupcial. Acompañadas de sus hijos, en el caso de Carolina, de 54 años, llevaba un vestido rosa palo y una pamela, y en el de Estefanía, un escotado modelo hasta la rodilla. La ex cantante también lloró en la misa. Emoción monegasca.