EN la carátula de El gran salto (1994) los publicistas de Universal decidieron que la forma más fidedigna de vender el filme iba a ser la siguiente frase: "Una comedia inventada por Joel y Ethan Coen". No es una mala definición para los creadores de un mundo tan identificable. Tampoco sería descabellado calificarlo como la película del círculo. Un simple círculo pintado en papel o recogido en las manos de Tim Robbins. El tiempo ha revalorizado la importancia de este cuento de navidad peculiar que lleva el sello de los Coen y la impronta de otros clásicos de Howard Hawks (Luna nueva) o Capra (Juan nadie; Qué bello es vivir) o Terry Gilliam (Brazil). Si en esta última película de culto una mosca se convierte accidentalmente en el detonante del cambio de actitud del Estado, en El gran salto el repentino suicidio del director de una importante empresa abre la veda para los expertos en la manipulación. Toda una lección de cine de la mano de excelentes actores como Tim Robbins, Jennifer Jason Leigh y el gran Paul Newman, que se verán las caras en esta comedia grotesca.
Una irónica visión de las grandes corporaciones estadounidenses y sus maquiavélicos y bonachones personajes que se apresuran en mantener su cuota de poder. Quizás no sea la película más original de los Coen, pero sí una de las más agradecidas.
Jennifer Jason Leigh interpreta a la intrépida reportera que decide investigar los tejemanejes de los nuevos directivos. No lo tuvo fácil para su elección. Sus competidoras fueron Winona Ryder, Bridget Fonda y... Jeanne Moreau.
La historia de El gran salto (The Hudsucker Proxy en inglés) estuvo inspirada en la muerte de un personaje llamado Waring. En 1975, Eli Black, el presidente de la compañía, rompió con su cartera una ventana de la oficina y saltó en busca de ella del piso 44 del Edificio Pan Am en la ciudad de Nueva York.