Anunciaba su presencia con una gran pancarta colocada en lo alto de dos farolas con un lema singular: “Aquí esta León Salvador, el más popular de España”. Bajo aquella pancarta cerca de la esquina de Zabalburu con San Mamés, se colocaba el hombre en su automóvil descapotable (uno de aquellos populares coches Ford-T que se suelen ver en las películas de cine mudo...) que le servía de transporte, de tribuna y de almacén. Y desde allí, con un gracejo inigualable, cautivaba a su numerosa concurrencia. Otros días se colocaba a los pies de las calzadas de Mallona y así, en cualquier rincón en el que pudieran escucharle. La voz ronca, el verbo hiperbólico y una tez morena que sombreaba una cara fea, sí, pero expresiva. “Tengo una cara como un pan de munición”, decía. No se sabe bien si por el color de la piel o la dureza de la misma, no por nada le llamaban El Manchao.

León Salvador nació en un pequeño pueblo de Valladolid llamado Pedraja de Portillo un 5 de julio de 1874, hijo de Lorenzo Salvador y de Marcela Pascual. Dicen que ya de muy joven abandonó el hogar debido a que la casa familiar sufrió el derrumbe de la chimenea y quedó para los restos. Su innata perspicacia le hizo pensar que aquello era un presagio fatal. Así que hizo la guerra de Cuba, donde llegó a cabo del Regimiento de Almansa. Fracasada tan prometedora carrera militar probó fortuna como cómico y fue actor de teatro alternando en las tablas con personalidades de la talla de Emilio Carrers o José Mesejo entre otros. Sin embargo, su espíritu de trotamundos le pedía más legua y más independencia. Se hizo charlatán.

“Aquí está el popular León Salvador, con sus famosas hojas Pieles rojas”, pregonaba por las calles, ofreciendo ese artículo para el afeitado que tanta fama le dio. Y cuentan que a la busca de mercancías hizo un viaje a Suiza para contratar la producción de una fábrica, a cuyo director le extrañó que su cliente no tuviera una dirección a la que remitir la compra. Ni corto ni perezoso, el osado parlacultor le aseguró que bastaba con poner su nombre y la sugerencia “Donde se encuentre. España”. A los cinco días, tenía el pedido en sus manos.

El vínculo de este hombre con Bilbao fue bien grande. Temía, sobre todo, al agua que caía de sus cielos porque le quitaba la clientela. Quienes le conocieron de cerca lo recordarán. “Señores” –advertía, mientras se santiguaba mirando al cielo...– “les ofrezco a ustedes un hermoso reloj del sistema patatómetro, con su correspondiente cadena de oro de tres duros. Y no es esto sólo, no, qué va. El que se lleve el reloj y la cadena se llevará también lo que contengo en mi puño cerrado. Y cuando abría la mano, la sorpresa era general porque en ella se escondían otro reloj, una cadena, una sortija y veinte duros en dinero. “Esto es dinero, dinerito del bueno –reiniciaba la cháchara ante los asombrados espectadores...–. “Nada hay, señores míos, en este mundo más despreciable que el dinero, ved aquí, en estas pecadoras manos, todo el que he ganado hoy... Pues de nada vale, créanmelo, ante la amistad, el amor, el talento y el heroísmo. El dinero lo corrompe todo en el mundo...”. Hizo fortuna con sus mil y una triquiñuelas, la misma que dilapidó en los bares y con el juego.

En agosto de 1949, a los pies de las calzadas de Mallona, le alcanzó una angina de pecho. Le llevaron al Hotel Maroño, donde se hospedaba habitualmente, allá en la calle Correo 21. Le dieron funeral en la Catedral de Santiago en una ceremonia a la que acudió medio Bilbao y está enterrado en el cementerio de Derio. En aquellos años duros León Salvador había dejado huella con sus tejemanejes. Se le consideró el charlatán más grande que jamás hubo entre nosotros.