Hay, tras la piedra que tanto talló y quiso, una vida azarosa y fecunda. Les hablo de Quintín de Torre, un hombre que Bilbao apenas recuerda entre sombras pero que fue, al decir de los críticos y del propio pueblo, el mejor escultor de la villa en la primera mitad del siglo XX. Tuvo vida en sus manos a la hora de tallar y su vida estuvo en juego en un almuerzo, que sin él saberlo, fue un juicio escondido. Los treinta del pasado siglo fueron años, ya saben, de mucha tralla y meneo, por decirlo de una manera edulcorada.

Salido de las aulas de la Escuela de Artes y Oficios de Atxuri (fue un chico propenso a las enfermedades y se montó en casa un pequeño gimnasio y endureció su cuerpo a base de sesiones diarias haciendo barras y anillas...), Quintín de Torre está considerado como un escultor sobresaliente. Fue amigo de Picasso, Paco Durrio, los Baroja, Aurelio Arteta y sobre todo de Miguel de Unamuno con quien mantuvo una histórica correspondencia en el último mes de vida del filósofo que hoy es clave para analizar la postura del pensador frente a los dictadores que le azuzaron. En una de las cartas, fechada el 13 de diciembre de 1936, se puede leer lo siguiente: “(...)el pobre Franco se ve arrastrado en ese camino de perdición. Y así nunca llegará la paz verdadera. Vencerán pero no convencerán; conquistarán pero no convertirán(...)”. La Villa posee buena parte de su obra en el Museo de Bellas Artes, en monumentos públicos y en el cementerio de Derio y en tres pasos de la Semana Santa: La oración del huerto, Las tres cruces y El descendimiento.

A pesar de haber sido un hombre de una cultura extraordinaria y un relaciones públicas magnífico, Quintín de Torre tuvo una vida en la que a sus éxitos profesionales se unieron a una serie de desgracias personales que amargaron buena parte de su existencia. El primer contratiempo importante lo tuvo a raíz de haber realizado trabajos para gente relacionada con la izquierda política. Era amigo de Indalecio Prieto, porque le unía la bilbainía y el hecho de que ambos habían vivido muy cerca, en la zona de San Francisco. Le hizo un busto a Azaña. Como profesional que era, trabajaba para quien le pagaba y en la época de la República la mayor parte de los encargos le venían de políticos y empresarios relacionados con la izquierda.

Cuando le pilló la guerra civil en Espinosa de los Monteros –zona nacional–, un alto militar le invitó a una comida que se celebró en Medina de Pomar habida cuenta de que el escultor era una personalidad dentro del mundo del arte. Acudió a ella y departió con todos los militares sin sospechar qué había detrás de aquellos platos. Su asombro fue tremendo cuando, a los postres, el anfitrión, puesto en pie y con una copa en la mano, dijo a los comensales: “Me ha caído muy bien Quintín de Torre. Le vamos a perdonar la vida”. Para limpiar su ficha se vio presionado a mandar como voluntarios a los dos hijos que tenía aquí, uno de los cuales murió en el frente de Lleida. Insólito.

Bilbao le debe también a Quintín de Torre la creación de la Asociación de Artistas Vascos, en la que estuvo integrada la mayor nómina de grandes creadores como jamás ha tenido la villa. Allí estaban Aureliano Arteta, los Arrúe, Ortiz de Urbina, los Zubiaurre, Zuloaga, Tellaeche, Larroque, Maeztu, Echevarría, Guezala, Guinea, Regoyos, Martiarena, Uranga, Rochelt en cuanto a pintores; los escultores Durrio, Dueñas y Quintín; los músicos Guridi e Isasi; los arquitectos Sobrevila, Anasagasti, Guimón, Escondrillas y Zuazo; y los escritores Basterra, Roda y Meave. Como introductor de las exposiciones contaban con el propio Unamuno. Se la ha adscrito al novecentismo Nacido en 1877 falleció en 1966. Una intensa vida.