Arranquemos con lo más reciente. Un pequeño jardín ubicado en las rampas de Uribitarte tomó su nombre en fechas no muy lejanas. Jardín Juan Mari Vidarte. No en vano fue decano del Colegio de la Abogacía de Bizkaia, senador en la primera legislatura (fue una de las voces más respetadas de Euskadi en Madrid y jurista que participó en la ponencia redactora del Estatuto de Autonomía de Gernika. Un jardín es tierra merecida para alguien así. Eso ocurrió en enero de 2023. Había fallecido seis años antes.

Quienes le frecuentaron recordarán un número: el 898. No en vano, esa era la cifra que podía leerse en la vitola de los puros Partagás que fumaba por costumbre. Concurrió a las elecciones de 15 de junio de 1977 bajo el paraguas del Frente Autonómico, una plataforma conformada por PNV, PSE y Euskadiko Sozialistak Elkartze Indarra (ESEI). Aquella plataforma logró que todos los candidatos propuestos salieran elegidos, entre ellos Manuel de Irujo, Rubial, Unzueta y el propio Vidarte.

Una vez elegidos diputados y senadores viajaron a Donibane Lohizune con el objeto de visitar al lehendakari Leizaola que permanecía en el exilio parisino y había acudido a la localidad labortana a entrevistarse con los nuevos representantes vascos. Ahí participó el propio Juan Mari.

Juan Mari permaneció en la Cámara Alta hasta comienzos de 1979, tomando parte como vocal en las comisiones de Justicia e Interior, y Obras Públicas y Urbanismo. Para su recuerdo, no se debe olvidar su prolija trayectoria laboral como fundador de la Asociación Pro-Amnistía y presidente de la Asociación Pro-Derechos Humanos de Bizkaia. Tampoco sería justo obviar que, hasta en cuatro ocasiones, fue decano del Colegio de Abogados de Bizkaia y consejero del Consejo General de la Abogacía Española desde 1979 hasta 2002. Todo un recorrido en el mundo legislativo.

Sus más de 50 años en la práctica diaria de la abogacía dan fe de su talante, de su convicción en la defensa de los derechos humanos, de su firme apuesta por el pluralismo, de su callada, pero enérgica aportación a una convivencia pacifica y democrática. En marzo de 2016 recibió el premio Pedro de Lemonauria por el Colegio de Abogados de Bizkaia.

Juan Mari, como le conocían sus allegados, fue un hombre que dejó huella en la ciudad. Su imagen se agrandó aún más cuando su hijo, Juan Ignacio Vidarte, fue elegido como director del museo Guggenheim Bilbao. El propio Juan Ignacio hablaba de su padre en DEIA cuando falleció Juan Mari. Oigámosle. Le gusta decir que su padre era “bilbaino de nacimiento, balmasedano de origen y kanalés de adopción”, plantea quien analiza su figura como comprometido con su país y con la justicia. “Una persona para quien los valores en que creía han tenido siempre la solidez de la piedra blindada: sus profundas convicciones religiosas, el respeto hacia los demás, el amor a la familia, la honestidad, el saber que es siempre mejor dar que recibir, el estar permanentemente dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. El mejor amigo de sus amigos. Así era nuestro padre”. Las palabras de Juan Ignacio estremecen.

En el estricto protocolo del bilbainismo, Juan Mari era fiel seguidor del Athletic, amante acérrimo de la música clásica –eso, en Bilbao, le liga a uno a la senda de la ABAO...– y devoto de la Amatxu de Begoña. A ello puede añadirse, según me cuentan, las comidas de los miércoles con los amigos. De la buena mesa, hablamos. Kanala fue su pasión durante muchos años, nadie lo niega, pero su trayectoria dejó tras de sí un rastro inequívoco: fue un bilbaino con todas las de la ley. Indudable.