Fue la suya una vocación casi de cuna si se considera que nació en Bilbao, allá por 1874, en el seno de una familia que le condicionará en gran medida su vocación ya que tanto su padre León Larroque como su abuelo Bernard Larroque se dedicaron a esta actividad. Desde temprana edad compaginó el aprendizaje en el taller de su padre y en la Academia Anglo-Francesa de Juana Whitney, esposa de Manuel de Maeztu. Era el espíritu de la pintura el que le rodeaba.

Era un hombre con dotes desde sus orígenes. Más tarde ingresó en la Escuela de Artes y Oficios desarrollando sus dotes naturales para el dibujo y la pintura especialmente bajo la dirección de Anselmo Guinea. Apenas tenía 12 años. Desde esta institución se propuso a la Diputación de Bizkaia que le concediera una beca para estudiar en París. Allí estudió primero en la Academie Julien y posteriormente con el pintor Eugène Carrière.

Entre la burguesía del siglo XX frecuentó el retrato: Horacio Echevarrieta y Alejandro de la Sota entre otros

Iba a mil por hora. Pudo disfrutar de un pensionado de tres años para completar su formación en París, junto al escultor Nemesio Mogrobejo. Ese mismo año viajó a Alemania, en concreto a la ciudad de Stuttgart, en compañía de Mogrobejo. De vuelta en España se dedicó a estudiar a los viejos maestros del Museo del Prado. Merced a una segunda beca de la diputación vizcaina, obtenida junto a Aurelio Arteta, viajó a Italia, concretamente a Florencia y Roma. Fue allí donde entró en contacto con la multitud de posibilidades plásticas que le permitieron desprenderse de las reminiscencias impresionistas, que su maestro Guinea, le había inculcado. Tras este viaje se integró en la vida artística española y participó en las actividades de la Asociación de Artistas Vascos.

Hagamos un requiebro hacia atrás en el tiempo. En palabras del artista, el París que le tocó vivir fue “el de la transición del imperio de Montmartre a la bohemia de Montparnasse”, es decir, el momento en el que el impresionismo entra en decadencia y las tendencias postimpresionistas se van articulando en ese barrio parisino de carácter mucho más urbano.

Su cuadro ‘Las hilanderas’ fue adquirido por suscripción popular y donado al Museo de Bellas Artes de Bilbao

En la primera década del siglo XX empiezan a evidenciarse los resultados de su trabajo con la participación en algunas exposiciones de arte moderno y en la selección para la VI Biennale de Venecia junto a prestigiosos artistas como Rusiñol, Regoyos, Losada, Guiard, Uranga, Sorolla, Durrío, y Mogrovejo entre otros. En esta época consigue otra beca para viajar a Italia, primero a Florencia donde se interesó especialmente por los grandes artistas del Renacimiento y Barroco de la Galleria Palatina del palacio Pitti, y más tarde a Roma. A su regreso a España se encaminó a Ledesma (Salamanca) donde quedó claro su entusiasmo por el paisaje charro y conocería a la que fue su mujer Mariete García.

Tras disfrutar del último pensionado en Europa, se instaló con su mujer en Bilbao. Aquí desarrolló una de las temáticas que más trabajo y éxito social le daría: el retrato. Numerosos miembros de la burguesía industrial bilbaina como Horacio Echevarrieta o Alejandro de la Sota solicitarán sus servicios, e incluso, Consejos de Administración como el de la Junta de Obras del Puerto o los Ferrocarriles Vascongados le contratarán para retratar a sus directivos.

En 1921 se presentó y ganó las oposiciones al cargo de profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao. En 1947, a propuesta de la Diputación de Bizkaia, se le concedió la Cruz y Encomienda de Alfonso X el Sabio por sus méritos contraídos como artista y profesor. Se le llegó a llamar el pintor de las elegancias por sus habilidades pero su factor docente hizo que su carrera no tuviese continuidad. Su cuadro Las hilanderas fue adquirido por suscripción popular y regalado al Museo de Bellas Artes de Bilbao.