Una curiosidad como bienvenida: el café para gatos que saluda a los visitantes según acceden a la calle Cristo, allá en las inmediaciones del Ayuntamiento de Bilbao. El cat-cafe se llama El salón de mi casa y recrea una estampa singular: gatos que ronronean y reclaman caricias; ellos que presumen de ser espíritus libres, también agradecen visitas de cortesía de los seres humanos, allá en su hogar. Las cafeterías de gatos, surgidas en Taiwán en 1998 pero popularizadas en Japón desde 2004, exigen una serie de normas en beneficio de la integridad física de los animales. En la calle Cristo, semioculta y semiclandestina en la ciudad, se sienten en la gloria.

El nombre de la calle proviene de mucho tiempo atrás. Desde el Ayuntamiento de Bilbao precisan que recuerda el humilladero con la imagen de Jesús Crucificado que se levantó en ese lugar de Uribarri en el año 1670. Al parecer fue María Taborga y Arroyos Leguizamón, decimosexta patrona de la iglesia de Begoña, en 1653 quien erigió una ermita a Jesucristo crucificado, dando el Papa Inocencio XI en 1710 un Breve, una suerte de autorización para decir la primera misa en la misma, que se realizó el 29 de julio de 1710, siendo patrono del Santuario y ermita, además de Diputado General de Bizkaia, José Ignacio de Castaños Mendieta y Leguizamón, de Begoña, el cual proveyó para ello de los ornamentos de que carecía. No se reanudó el culto hasta el verano de 1716. Este humilladero se demolió en 1914 pero ahí quedó el nombre de la calle, para los restos.

Según se sube la calle a mano izquierda se pueden contemplar huellas del ayer. En lo que parece un bajorrelieve aparece la talla de un Cristo incrustado en una hornacina. Está adherida al edificio que acoge la Comisión de Ayuda al Refugiado en Euskadi y el Instituto Foral de Asistencia Social de Bizkaia. Es recuerdo del humilladero del que les hablaba que era costumbre colocar en la entrada o salida de las ciudades. Hay que recordar que en los comienzos de la propia calle El Cristo se colocaba uno de los fielatos que controlaban el paso de mercancías de consumo y se cobraban los impuestos entre la anteiglesia de Begoña y la ciudad. Una suerte de aduana, ya ven.

Va siendo hora de que dejemos de mirar al ayer. La calle se muestra en ascensión desde su despegue de la plaza Erkoreka. ¿Qué no hubiesen dicho de lo que voy a contarles ahora los viejos ocupantes del Palacio de la Quintana que allí aposentó sus reales? Lo mismo desenfundan la espada u ordenan el despelleje o desmembramiento de los protagonistas de esta parada, a la altura del número 13. Allí se ubica hoy uno de los templos de la noche de Bilbao, tan defenestrada en los últimos tiempos. Les hablo del pub Key, un ya legendario local de ambiente donde Asier Bilbao y su show se han convertido en auténticas referencias, casi leyendas del barrio. Es, también, la tierra de Yogurinha Borova, un personaje que se instaló en el cuerpo de Eduardo Gaviña para siempre, y una cascada de creatividades y divertimentos. Abren viernes y sábado por las noches (de 22.00 a 3.00), iluminados por un neón que anuncia un carrusel de buenos humores. Un poco antes de llegar a ese mundo perverso aparece el atelier de Olga Yrazu, un paraíso de la costura que baila al son de las necesidades y peticiones de este tiempo, al compás de las modas y la originalidad.

Bajemos al pasado de nuevo, en esté ritmo de montaña rusa que ha impuesto el artículo. Les insinuaba antes que por estos parajes estuvo el palacio de Quintana, antigua Torre de Etxebarri, costanero al convento de San Agustín (por si lo habían olvidado, es en esas tierras donde se levantó el actual ayuntamiento de Bilbao en cuya decoración también participó el artesano Tomás Fiat– algunas tallas de la fachada llevan su sello y su firma–, cuyo taller estaba en la propia calle Cristo...), derribado al finalizar el siglo XIX.

Recuerdan los archivos de Bilbao que una casa cercana al convento fue acondicionada para asilo en 1762, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Piedad. Se puede considerar como la institución originaria de la Casa de la Misericordia. En ella se acogían los pobres de la villa y los niños que no podían ser sustentados por sus padres, los cuales además recibían la primera enseñanza. A los mendigos y vagabundos se les acogía únicamente por un día. Se atendía, ya ven, todo un tráfico de necesidades.

Dale que te dale, bajemos de nuevo hacia el corazón de la ciudad. Antes hemos pasado por una cremallera de escaleras mecánicas. Y hemos llegado al fondo del baúl si me lo permiten decir así. Allí hay una pared de piedra en la que puede leerse la placa ovalada de la calle del Cristo-Kristo Kalea. El muro está remachado con unas escaleras que ascienden a la Campa de las Escuelas de Uribarri. Qué universo se ha recorrido en apenas 150 metros entre grafitis, una carnicería halal y unos andares menos acelerados de los que se gastan en el centro de Bilbao.

Los libros de memorias de la calle nos recuerdan que parte de la misma anteriormente se denominó calle de Santa Teresa y que allí nacieron los diestros Castor Jaureguibeitia Ybarra, Cocherito de Bilbao y su hermano Eduardo, Cocherín, novillero y puntillero. Los libros de memorias también callan mucha otra vida que corre por la venas de una calle que se esconde a los ojos de un Bilbao desarrollado para el siglo XXI. Un Bilbao de sabores.