En uno de los pilares puede leerse el conxuro da queimada, ese que comienza diciendo algo así como “Mouchos, coruxas, sapos e bruxas” y acaba con esa invocación a la amistad que dice “(...) el si e verdade que tendes mais poder que a humana xente, eiqui e agora, facede cos espritos dos amigos que estan fora, participen con nos desta queimada”. Es uno de los mil y un rincones que evocan a Galicia, la tierra de finisterre, en la pulpería A’ Lareira, sita a la altura del número 9 de la calle Carmelo Gil. Es un local casi mágico, una suerte de refugio de meigas y templo de pulpos. Un local que nació a finales del pasado siglo, allá en 1999, cuando Abel Rodríguez Nespereira, gallego de nacimiento, abrió las puertas a un universo fantástico. Fue como si hubiese recitado otro sortilegio para llevarnos a un mundo casi sobrenatural. Abel, que tuvo en su juventud alguna relación con la hostelería (en los años 70 del siglo pasado regentó un restaurante en Palencia...), dedicó toda su vida a la construcción hasta que le agarró la morriña y, ¡zas! montó un local cargado de evocaciones.

A’ Lareira es, además del local del que hoy vengo a hablarles, un espacio fijo en los hogares: el lugar donde se enciende la lumbre. Lo que antaño se llamaba el hogar. Se comprende con claridad si uno fija su mirada en la pared despejada que preside el bar. En ella uno encuentra, pintada al fresco sobre la piedra, la estampa de una mujer haciendo fuego en la lareira. Está fechado en 1999, año de fundación del local, y luce firmado por “Cesar”, aunque Abel recuerda que fue una artista quien realizó aquella obra. Para avivar el fuego, como en la misma tradición se utilizan una especie de abanicos triangulares, hechos y tejidos con unas finas astillitas.

En algunas zonas de clima especialmente frio de Galicia la lareira todavía tiene un sitio privilegiado dentro de la casa, y en tiempos pasados fue el centro de la casa (como hoy pudiera ser la televisión). En otras casas gallegas subsisten la lareira, la cocina de hierro e incluso la de gas o vitrocerámica, gracias a que cada una se especializó en una función determinada y no se convirtieron en objetos fósiles.

¿Quieren una curiosidad? En el que quizás sea el único reducto en blanco de esa pared el visitante se encuentra con una placa de bronce que reza el siguiente lema: “Compañía Euskalduna de construcción y reparación de Buques. Nº 92. 1935. Bilbao.” Es un gesto de hermandad. Como irán viendo en la descripción del local único no será la única rareza, la única curiosidad.

Abel ya está jubilado. Desde hace año y medio el local lo regenta Lorenzo Grijalba –llámenle Loren si no quieren enojarle...–, quien asegura que no se atreve a cambiar ni un ápice la decoración “por no tocar la esencia”. Lo dice sotto voce y uno sospecha que ha caído en las redes del “haberlas, haylas”. ¿Redes, he dicho? Quizás dejado llevar por esa otra pared en la que las nasas y las redes de pesca comparten espacio con arpones. Otra vez entremezclándose dos culturas: la pesca gallega y los arrantzales vascos. Junto a ellos, la osamenta de una cabeza de pez (la imaginación me invita a pensar que es un tiburón pero me da vergüenza preguntarlo...) reluce.

Si uno se adentra en ese mundo y llega hasta la barra se encuentra con ese país que visitó Alicia. Qué maravilla poder beberse los vinos gallegos en taza blanca. Y al levantar la vista encontrar con una de esas bruxas despeluchadas, con un jamón para relamerse, con una ristra de pimientos. Lo mismo fijas la vista en una olla de cobre para asustar al pulpo que en ese pilar del que cuelga una escopeta de caza o en una fotografía de dos púgiles zurrándose en un combate de boxeo, o, unos metros más allá, en un pistolón del siglo XIX que uno quiere pensar que es pura inmitación.

Sin desviarnos. Estábamos en las maravillas del comer. El pulpo, como en el corrido mexicano, sigue siendo el rey. El quisquillón brilla, las nécoras parecen preparadas para correr de lado, como corren las nécoras. ¿Y la tortilla de patatas encebollada, el jabugo o la carne gallega? Con decirles que el pan gallego se aprecia como si fuese un pastel francés, de puro esponjoso y con un sabor tan marcado en su tueste. ¡Humm!

Hay barra y hay mesas para sentarse y ralentizar el tiempo. Acabamos de ser testigo de uno de esos prodigios. A’Loureira acaba de presentarse como la nueva sede de la peña taurina bilbaina que nació en 1991. En los primeros corros de aquella tarde se recordó que nació bajo la advocación a Pepe Luis Martín, que desde 1993 entregan el premio al mejor quite artístico en las Corridas Generales de cada agosto (lo han ganado Joselito, el malogrado Iván Fandiño, El Juli, Diego Urdiales o Roca Rey entre otros...), que el primer presidente fue Jaime Urrutia y el actual Txema Letona. Es una peña nómada, itinerante. Sus sede han pasado por el Udala (en Rekakoetxe), el Rimbombín o el Egurra, en Egaña.

La nueva sede (el local tiene un imán para la afición taurina por proximidad a la plaza...) fue bendecida por Jovaisa Herrán y su bautismo se celebró de una manera curiosa, al más puro estilo de un funeral irlandés, con toda la tarde alimentada y regada de lo lindo. Mientras pensaba eso volví a levantar la mirada y, ¡zas!, allí estaba. Allí podía verse una gaita gallega colgada en la pared. Música de viento celta. Y entonces lo percibí, me di cuenta. Abel tuvo un sueño y Loren lo ha respetado. Es hermoso. Y se come bien. l