Fue un letrado apasionado por las letras, un hombre de luz fundido en negro, un tipo de paz y sonrisa cálida envuelto en la tormenta cantábrica bañada por las ensangrentadas olas de los crímenes. Fue José Javier Abásolo (1957, Bilbao) y se fue este mismo año presente que se acerca ya a su desembocadura. Lo hizo despacio, con ese lento y fúnebre son que marcan las largas enfermedades. Se fue a poquitos, sin estridencias. Fundido en negro, les decía. Ese era el género que dominaba en la literatura que tanto amó.

En la entrada de Wikipedia su paso entre nosotros se resume así: “José Javier Abasolo (Bilbao, 3 de enero de 1957 - 7 de mayo de 2022) fue un escritor y abogado español, especializado en novela negra, aunque también realizó incursiones en la novela histórica y en la ucronía.” Es una escueta biografía, casi esquelética. ¿Dónde queda ese Athletic que tanto le apasionó?, ¿dónde la txapela que abrigaba su bonhomía...?, ¿dónde las novelas del oeste que tanto apreciaba y las largas tertulias de sobremesa que quería más aún? Se fue en mayo de este año, ya les dije. Y no quería que se enfriase su recuerdo. Porque los recuerdos, sí, acaban siempre enfriándose y Javier era un hombre cálido, cercano.

La socarronería del norte. Ahí la tienen. En el blog que alimentaba Abásolo, Nadie es inocente, puede leerse aún una entrada fechada en el día de su muerte. Dice así. “Hoy quiero despedirme de todos cuantos me habéis acompañado en mi trayectoria como persona. Agradeceros todo lo que me habéis aportado en este camino, y deciros lo agradecido que estoy a cada uno de vosotros. Eskerrik asko. Javier Abasolo”. Su anterior aportación se remonta al uno de febrero de este mismo año. En ella puede leerse una presentación de Txapela noir. Diccionario del género criminal vasco. Era un proyecto más, siempre uno más en la cartera.

Fue también el hombre de la sonrisa permanente, un símbolo, creo, de timidez. Entre la novela inaugural Lejos de aquel instante, de 1997 (“con los errores propios de la primera novela, como la siguiente tuvo los fallos habituales de las segundas novelas”, llegó a decir son sorna...) y su último libro, El país equivocado, publicado semanas antes de su muerte a los 65 años, cabe casi una veintena de novelas en las que el género negro predominó como lo hacía Bilbao en cuanto telón de fondo o protagonista encubierto. En el tiempo de los obituarios, una voz (la editorial Txertoa, creo recordar...) lo despidió como “el padrino bueno de la novela negra escrita en español en Euskadi”. No se equivocó. Siempre se lo calificó como un escritor negro clásico, apegado a los recursos de la novela negra contada desde el marco realista. Un observador crítico de la realidad social.

Algunos datos habrán de espolvorearse para conocer su camino, más allá de sus permanentes visitas a los festivales de novela negra o las rondas de pintxos con las que agasajaba a quienes le visitaban en Bilbao. Lector heterogéneo desde joven, afirmaba haberse acercado a la novela negra gracias a Tatuaje de Manuel Vázquez Montalbán, y de ahí haber pasado a los clásicos noir americanos. Consideraba que el género cuenta “historias de verdad y muy pegadas a la realidad”. Fogueado en sus inicios como letrado en los tribunales y secretario en un juzgado de instrucción, prejubilado del Gobierno vasco, había conocido de primera mano muchos tipos humanos que le sirvieron de fuente de inspiración para sus libros. Su personaje más popular era Goiko, un ertzaina localizado en Bilbao y convertido en detective privado tras un turbio asunto. En El juramento de Whitechapel (2019), colocó a Sabino Arana tras la pista de Jack el Destripador.