DE entrada esta es la crónica de un hombre cuyo recuerdo no palpita con fuerza hoy, por mucho que de nombre a calles de tres capitales vascas: Vitoria-Gasteiz, Donostia y Bilbao. Les hablo de Pedro de Egaña, hijo de una ilustre familia vasca, descendiente de Aizama, en donde se halla la casa solar de la que procede esta estirpe. Su padre, profesor de la Universidad de Oñate, le hizo ingresar en ella con el objeto de que diera comienzo a los estudios jurídicos, que los efectuó con brillantez.

Cuentan las crónicas que fue un entusiasta admirador de las fiestas euskaras y abogó siempre por la restauración de la literatura de su tierra, además de ser un orador de grandes vuelos que se distinguió en la Cámara por la fuerte defensa que hizo de los Fueros vascos durante cuantas legislaturas (que fueron muchas) perteneció al Congreso. Su

cadáver embalsamado, fue conducido a la ciudad de Gasteiz, en donde se le dio sepultura. Euskadi guardó luto por su memoria y la Diputación de Bizkaia mandó imprimir su obra inédita: Breves apuntes en defensa de las Libertades Vascongadas. Las Juntas Generales de Bizkaia acordaron colocar su retrato en la Diputación. Tanta presencia en aquel Bilbao del siglo XIX para que luego acabase así: dando nombre a la ya tradicional calle de los pollos de la villa.

Entramos, por tanto, en la calle Egaña, una zona con personalidad propia en la ciudad. Una calle que, desde su peatonalización, se convirtió en un punto de encuentro de un Bilbao txirene y disfrutón. La calle, en sus orígenes –va de General Concha a la plaza Bombero Etxaniz...– debiera recorrerse al compás de los Cinco Bilbainos y aquella célebre canción que decía “Tenemos pollo asao, asao, asao, asao, con ensalada, Buen menú, buen menú, buen menú, señor”, ¿se acuerdan?, ¿por qué? No por nada hay dos lugares, el bar Rallye y el Kalamua, que se han especializado en servir pollos asados en el último medio siglo. ¿Especializado? Manejan las varas de ensartar como si fuesen descendientes del mismísimo D’Artagnan. Félix Aspiazu y Soledad Peña fueron los artífices de que Rallye abriera sus puertas allá por 1974. En sus inicios, el local era pequeño pero con el tiempo ha ido extendiendo sus dominios. Hoy en día, Rallye alberga un espacio para elaborar el producto, donde la clientela acude para llevárselo a casa, disponen de un comedor interior para 35 personas y una terraza para 60 comensales. Desde 1986 José Antonio Aspiazu, hijo de los fundadores, está al frente de Rallye. Su hijo Jon Ander es el responsable de Taberna Rallye, justo enfrente del negocio original. Es ya la tercera generación. El asador Kalamua, vecino, también trabaja el pollo que tanto se anhela en esa calle.

No por nada se la ha llamado la Calle del Pollo, aunque ese sobrenombre suponga minimizar la historia de un espacio donde hubo una clínica privada (vinieron a la vida varios bilbainos y bilbainas en ese rincón...) en los primeros portales pares, casi en frente de un lugar legendario: el cine Ideal Cinema. Se encampanaba en la esquina con General Concha. Abierto en 1926 como una única sala, el edificio fue reformado en 1983 para acoger 8 pantallas si bien el proyecto consistía en un complejo de doce cines, restaurante, cafeterías y apartamentos que no llegó a su expansión. Cerraron en mayo de 2005 y, hoy en día, su espacio lo ocupa el hotel Ibis. Ya nada queda de aquel edificio diseñado por Pedro Ispizua que lucía una sobria elegancia.

Aquel cine lo debió conocer bien el poeta Blas de Otero, no cabe duda. Una placa recuerda en la calle Hurtado de Amezaga su casa natal. Una calle del barrio de Deusto lleva su nombre y, desde 2005 el homenaje del Ayuntamiento de Bilbao a uno de los mayores poetas vascos se plasma en un busto situado en la zona peatonal de la calle Egaña.

La figura muestra a un Blas de Otero (Bilbao, 1916-Madrid, 1979) joven sujetando en sus manos una hoja con el verso Pido la paz y la palabra en referencia a uno de sus libros más conocidos, publicado en 1955. Su gesto invita a pensar que está declamando sus versos. La escultura, obra de Francisco López, autor también de la estatua del lehendakari José Antonio Aguirre colocada a orillas de la plaza Moyúa, se orienta hacia la Alameda de Rekalde, la calle donde el escritor vivió durante un tiempo en sus idas y venidas a la ciudad que le vio nacer. Pollos, cine y versos, ya ven.

Alameda Rekalde, les decía. La misma calle que se cortaba, en su ascensión a Vista Alegre, a la altura de la propia calle Egaña y su paralela, Alameda San Mamés. Ahí se formaba una suerte de callejón que llegó a ser el epicentro de las fiestas de Egaña y San Mamés, ocurrencia de la konpartsa Moskotarrak, también vecina del barrio (Fernández del Campo está muy cercana...) y un agente social de primera magnitud. Los viejos bares –Kampantxu, Plata, etc...–, hoy remodelados tras la peatonalización de la calle, que tanta vida le han dado, fueron testigos de aquellos días. Las terrazas que ocupan ese espacio, antaño una carretera estrecha, propician una vida social de órdago.

La había habido antes, mucho antes, un poco más avanzada la calle, en el celebérrimo txakolin de Zollo, ubicado en el cruce de Egaña con Iparraguirre, donde más tarde se situaría el cine Olimpia. En aquel txakolin Tomasa Asua y Bilbao, bilbaina de pro, hizo su nombre. Como ven, la vida no ha cesado en una calle que late con frenesí, una calle que no se rinde a la modernidad.