dispositivos móviles y las redes sociales mandar un mensaje en nanosegundos

Por ello, uno de los fenómenos sociales que no es esquivo a esta revolución informativa es el acoso en estos espacios. La inmadurez digital está llevando a conocer muchos casos que hace unos años hubieran sido imposibles siquiera de imaginar. Ciertamente, me declaro incompetente para determinar si hay más o menos casos de acoso que antes de la revolución digital. Pero lo que sí parece evidente es que ahora salen más a la luz.

Hay tres tipos de acoso en internet: el ciberacoso, el ciberacoso sexual y el ciberbullying. Supongo que a estas alturas no hace falta explicar la diferencia entre cada uno de ellos. Dicen los expertos del campo que para que haya acoso, se tiene que dar “de forma reiterada” las conductas de persecución, búsqueda de contacto, las malas prácticas en el uso de datos íntimos y personales (incluyendo vídeos e imágenes) o atentar contra la libertad de la persona. Eso, hoy en día, en muchas ocasiones puede ser simplemente darle a enviar algo con un botón bien grande en nuestro dispositivo móvil. Y, por otro lado, los espacios de comunicación social y digital en los que nos movemos se producen sobre herramientas que fueron creadas para la difusión masiva. Es precisamente de lo que viven las multinacionales que están por detrás. Y cómo ganan ingentes cantidades de dinero.

En este contexto, imaginarnos situaciones entre los jóvenes es relativamente fácil. Son los usuarios más intensos de estas herramientas digitales y sociales de comunicación. Evidentemente, a esas edades, nuestras motivaciones y propósitos todos y todas los conocemos. Es lógico así pensar que el ciberacoso entre los jóvenes debe ser un problema importante. El problema se puede dar tanto ejerciendo como recibiendo el acoso. Reconozco que no es mi campo ofrecer datos sobre ello, pero sí exponer el lógico problema que traen herramientas diseñadas para acelerar estas conductas.

Y es que la identidad, en estos espacios de comunicación, es otro de los elementos sobre los que cabría hablar un buen rato. Poder trabajar en remoto, poder debatir con carácter individual en Twitter -si levantaran la cabeza los antiguos miembros de clubes de debate-, poder encontrar tu pareja en Tinder, etc. ha traído que los sistemas sociales -jerarquía, familia, etc.-, sean menos necesarios para muchas cosas. Es la era del individuo. Una era en la que las herramientas sociales permiten exhibir, entre muchas otras cosas, el machismo o racismo desaforado con relativa impunidad. Sale muy barato esconderte bajo un pseudónimo en Internet, y construir una identidad inventada a partir de ello. Para tener una identidad digital medianamente creíble muchos emplean lo que se conoce como sockpuppeting, literalmente traducido como “marioneta”. Es una técnica tristemente conocida en Internet en la que alguien crea una identidad digital para simular ser una persona real y, generalmente, atacar o acosar a otros.

¿Qué podemos hacer hasta que entendamos estos problemas de manera generalizada? Es fácil decir que es mejor prevenir que lamentar. Pero, ¿cómo hacemos este programa de educación masiva? Parece interesante apuntar hacia las edades tempranas. No creo que una persona que a pronta edad desarrolle estos comportamientos en redes sociales cuando sea mayor cambie rápida y ágilmente. No quiero cerrar esto sin citar una obviedad: la virtud no está solo en no difundir un vídeo privado, sino también en ser alguien a quien nadie se lo envía. Pero lo sé, dejar grupos de whatsapp está también muy mal visto.

Para tener una identidad digital creíble muchos emplean lo que se conoce como ‘sockpuppeting’. Es una técnica en la que alguien crea una para simular ser una persona real y, generalmente, acosar a otros