La bautizaron como María del Carmen Rosario Soledad, pero el desgaste le ha dejado el nombre en Tita a secas. Como decía Gila de las grandes cifras en pesetas que había que pasar a dólares: al cambio se queda en nada. Pues lo mismo pasa con el nombre de la baronesa, al pasarlo de pelas a marcos alemanes, pierde. Con un patronímico tan prolijo, a pesar de apellidarse Cervera como podría cualquier hijo de vecino, Maricarmen se pasó la vida buscándose un marido con una retahíla de títulos que le fuera con el nombre. Y lo encontró: Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza de Kászon et Impérfalva. Toma ya. Subirse al noble teutón era como montarse en un ascensor social y económico. El amor, siempre imprevisible y ciego, hizo el resto. Sus matrimonios anteriores habían sido con Tarzán y Espartaco. Los de ella, claro está. Desde el triste fallecimiento del santo varón, doña Maricarmen administra el legado artístico de los Thyssen, integrado por un montonazo de cuadros muy bonitos que pintaron unos señores antiguos que, sobre todo, valen un huevo. Maricarmen ha sido actualidad recientemente porque se ha llevado el icónico óleo Mata Mua, de Gauguin, a Andorra. Nos atiende en su mansión de Baden-Baden mientras Otto, el mayordomo, le sigue, móvil en mano, a todas partes.

A sus 77 años, ¿qué recuerda de su etapa como Miss España?

—Aquello fue cuando Franco. Nos obligaban a hacer esas cosas a las que éramos monillas. La dictadura era así: o miss España o voluntaria del Auxilio Social. Y no vas a comparar. Como miss, lo que ahora es Miss Estado español, conocí mundo, porque me llevaron a otros certámenes internacionales, y también gente. En el Auxilio Social me hubieran presentado a un concejal de la Falange con boina y hubiera viajado hasta Hospitalet en el tren. Lo digo porque soy de Barcelona. Fueron tiempos duros, nen.

Consiguió usted cierta fama.

—Ya sabes cómo es la vida de miss. Vas de evento en evento y no paran de decirte los nombres de señores que llevan relojes muy caros y usan unas colonias que huelen fenomenal. Todos sonríen mucho, enseñan los colmillos y dicen frases en otros idiomas que incluyen las palabras Bahamas, Hawai o Seychelles. Muy simpáticos. La cosa es que hice unas pelis en Hollywood. La nueva Bette Davis me decían por mi variedad de registros y capacidad dramática. El matrimonio truncó una prometedora carrera.

Hablamos de Tarzán.

—Sí. Fíjate que a mí nunca me han hecho gracia los cómics, pero estuve casada con Tarzán y Espartaco. A ver quién mejora eso. Bueno, que no era Tarzán, sino Lex Barker. Yo, que acababa de cumplir 22 años, contraje matrimonio con Lex, que era un poco más mayor, tenía 46. Fue un amor a primera vista. Pero costaba llevarse bien con él. Su personaje le había marcado mucho: me llamaba Jane y andaba en casa saltando de lámpara en lámpara con un taparrabos, peleaba con un león disecado que teníamos en el recibidor… ¡Hasta se hizo socio del Athletic! ¿En qué cabeza cabe siendo yo del Barça de toda la vida? Se me murió de repente, el pobrecillo. Creo fue un corte de digestión al saltar a la piscina a luchar con un cocodrilo de goma.

¿Y Espartaco?

—¿Santoni? Un fenómeno. No recuerdo ya si le conocí en el funeral de Lex, un poco antes o un poco después. Qué labia tenía el tío. Y cómo jugaba al póquer. Siempre iba de farol: hasta cuando se casó conmigo, que seguía sin divorciarse de su anterior esposa. Era muy divertido, pero algo trafullas. Me cogía los cambios de la cartera para tomarse unas mirindas con los amigotes. Cada vez que se ponía el pañuelo atado en la cabeza ya sabía yo que tenía chufla. Espartaco hubiera estado muy bien para cuñado, para marido cojeaba un poco.

Después de tantos azares, ahora es usted guardiana de un enorme legado artístico.

—Pues sí. Mira tú por dónde: mi vida ha sido un cuadro... y ahora soy la guardiana de la colección Thyssen. Uno de los catálogos de pintura más importantes del mundo mundial. Qué cosas. Esto lo pilla Espartaco, que en gloria esté, en sus buenos tiempos y se lo funde en un par de años. Pero yo lo cuido con mucho cariño. Alguna vez hasta me pongo a pasarles el plumero a los marcos, pero al segundo óleo dejo que siga el servicio. ¿Verdad Otto? ¡Otto! Perdone joven, que me he metido con la colchoneta a la piscina y el pobre Otto está haciendo pie y solo le sale el brazo del teléfono del agua. ¡Desde luego, cómo son estos alemanes! Sal, Otto. Pobre chico, está azul. Puede que entre en parada y solo tiene 25 añitos. Le voy a hacer el boca a boca a la criatura. Anda, ya mueve los abdominales. Le dejo, muchacho, me voy a asegurar de que Otto recupera el color del todo. Auf Wiederseheeeeen!

Hasta luego, Maricarmen.