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Redes sociales y pantallas para la clase media

Redes sociales y pantallas para la clase mediaAFP

el primer Apple Mac distribuido a un ciudadano de a pie en 1984 costó, a dinero actualizado a día de hoy, unos 6.000 dólares. Se introdujeron en nuestras sociedades siendo un artículo de auténtico lujo. Mucha gente ni siquiera sabía para qué lo iba a necesitar. Pero lo compraba. Seguramente lo adquirieron como un bien posicional: poder trasladar a la sociedad la capacidad adquisitiva que tenía el comprador.

Hoy en día, es fácil encontrar buenos portátiles por unos 500 dólares. En estos 35 años, las pantallas y estos dispositivos electrónicos, se han abaratado enormemente. Lo que en 1984 se compraba como un bien de estatus de posición social, hoy es un artículo relativamente asequible. Además de necesario, claro, razón por lo cual se han convertido en artículos de clase media.

Si hacemos una revisión económica al resto de activos digitales, todos cumplen este patrón. Algunos incluso nacieron ya así: Facebook, Gmail, Instagram o WhatsApp, son servicios igual de caros o baratos para todos y todas. Sin embargo, según hemos ido conociendo que son servicios que nos provocan varios efectos colaterales por no saber usarlos con prudencia -dispersión, interrupciones, depresiones, etc.-, las clases más pudientes cada vez los usan menos. Por lo que se empiezan a convertir en servicios para la clase media igualmente.

Y en este punto es donde pudiéramos estar comenzando a observar el fenómeno que da título a este texto: redes sociales y pantallas para la clase media. Sabemos, por varios estudios, que a mayor tiempo de exposición a pantallas en edades tempranas, el desarrollo del cerebro queda condicionado. En adultos, la mayor exposición a pantallas se asocia a la depresión. Esto lo saben bien las empresas tecnológicas. Los dueños y directivos de las mismas no solo envían a sus hijos e hijas a colegios libres de pantallas, sino que además, ellos mismos, no las usan. ¿Se imaginan un empresario que no usa lo que ha creado y vende?

Esto nos lleva a pensar que quizás lo que ahora podamos considerar elitista es trabajar sin pantallas ni dispositivos electrónicos. Es decir, ser capaces de llevar una vida en la que no sea necesario hacer uso de los mismos. Y esto tiene sentido que pueda ser un activo posicional a corto plazo: eso querrá decir que tus hijos e hijas van a colegios con estas políticas, y en tu trabajo, seguramente no dependas de estar permanentemente conectado, e incluso tengas tiempo para pensar, escribir, leer, etc. Un símbolo de estatus en esta era de la sobreinformación y la falta de desconexión digital.

En esta misma línea, incluso las reuniones presenciales, o las relaciones comerciales y personales de manera presencial, pudieran convertirse igualmente en un artículo de lujo. Personas que valoran sus datos y su atención -la mercancía de muchos de los servicios digitales anteriormente citados-, y que en un futuro no lejano pudieran incluso rechazar Facebook o WhatsApp a pesar de querer estos pagar a sus usuarios (la vida al revés, sí). El hecho de no necesitar ganar dinero con ello querrá decir que tienes suficientemente cubiertas tus necesidades. Y que por lo tanto, no estás dispuesto a usar Skype o WhatsApp por voz para hablar. Prefieres hacer el esfuerzo de verte con la otra parte, porque además, así, la relación se lleva a un plano en el que la comunicación no verbal entra en juego.

Con todo lo anterior, no es de extrañar que en EE.UU., los colegios libres de tecnologías digitales estén floreciendo. Lo cual además de un síntoma, me parece una oportunidad. Primero, para pensar qué estamos haciendo bien y qué no tan bien. Y, en segundo lugar, una oportunidad para volver a darnos cuenta que la educación es una actividad humana. Y como tal, que no todo es acelerable ni automatizable a escala planetaria. Encontrar el mejor precio o la mejor habitación para los gustos de una persona sí lo es. Educar, curar o atender, no.