En mi adolescencia llegué a pensar que un mundo sin premios sería mejor; hoy recibo uno como ningún otro”. El cineasta Víctor Erice (Karrantza Harana, 1940) se ha convertido este viernes en el primer vasco en recibir el Premio Donostia muy importante, ha dicho, porque ningún reconocimiento lleva en su nombre la “divisa” de la ciudad a la que llegó cuando era bebé y en la que creció, no sólo como persona, sino también como “espectador”. 

La ceremonia celebrada en el Victoria Eugenia ha tenido un componente enormemente simbólico, dado que fue en este teatro donde hace medio siglo Erice obtuvo el máximo reconocimiento competitivo del Zinemaldia, la Concha de Oro, por su primer largometraje, El espíritu de la colmena (1973). De hecho, el trofeo lo recibió de manos de su protagonista, Ana Torrent, que debutó en el cine de la mano de Erice a la edad de siete años. En la última película del director, Cerrar los ojos (2023), que pudo verse tras la ceremonia, Erice ha vuelto a contar con Torrent, con lo que la gala, que se ha iniciado con imágenes de la edición de 1973, ha servido para cerrar un círculo.

“Es muy emocionante para mí entregar este premio”, ha asegurado la actriz madrileña, que ha recordado que durante la presentación de aquel largometraje un periodista preguntó a Erice cómo había sido dirigir a una niña tan joven. “Víctor respondió: Ella me dirigía a mí”. “Coherente, generoso y valiente” fueron los adjetivos que utilizó para describir al galardonado, un realizador que en su carrera ha sido capaz de “entrelazar vida y cine”.

Al recoger el premio, el director de El sur (1983) ha hecho un repaso de la experiencia cinematográfica que le hizo que su mirada creciese. Así, ha recordado la vez que en 1946 su hermana le llevó a ver su primera película al Gran Casino Kursaal. Se trató de La garra escarlata (1944), de Roy William Neill. También ha traído del pasado la primera cinta que vio en el Zinemaldia, en el Victoria Eugenia – “el cine de mi infancia”–. Fue en 1957, con la proyección de Las noches de Cabiria. Su director, Federico Fellini, se encontraba en la sala, al igual que él, en el gallinero.

A su vez, ha agradecido la labor del propio Zinemaldia, festival que siempre ha tenido como razón de ser presentar una “ventana al mundo” y del que “modestamente”, puede decir, que ha visto "nacer y crecer". Un espacio de libertad que durante mucho tiempo vivió condicionado por la dictadura y que fue víctima de sus "prohibiciones".

El cineasta también ha tenidos palabras de agradecimiento para sus familiares, especialmente para sus padres, quienes le facilitaron marchar a Madrid en 1963 para estudiar cine. No fue el único donostiarra de aquella generación, ha recordado, pero sí el único que queda vivo.

El momento más emotivo ha llegado cuando desde la tarima ha recordado a Javier Aguirre, Antxon Ezeiza, Elías Querejeta, Antonio Mercero, Alonso Ibarrola, Santiago San Miguel, Luis Gasca, José Luis Egea e Iván Zulueta: “Soy el último de los supervivientes de ese grupo que a principios de los 60 se trasladó a Madrid para aprender el viejo oficio de hacer películas. Además de la amistad, nos unía la íntima convicción de que el cine era el arte del siglo, popular precisaría yo y, hoy por desgracia, desaparecido”.