No sé ya a veces si hablamos de ordenadores sobre ruedas o de un vehículo que lleva un ordenador

El grado de complejidad que estamos alcanzando con los nuevos vehículos y sus prestaciones es evidente: vehículos de conducción automática, sensores, telecomunicaciones, etc. Pero, ¿es necesario todo esto? ¿Tan bueno es para su futuro? Conviene de vez en cuando preguntarse por estas novedades y entender su propósito.

En primer lugar, me sorprende mucho todo el crecimiento alrededor del coche eléctrico como alternativa a los problemas medioambientales. Quizás hay un dato que no se conoce mucho pero que los propios dispositivos móviles bien conocen: gran parte de las tecnologías del coche eléctrico se basan en una materia prima no renovable como es el litio. La minería de este elemento es cara, tanto económica como medioambientalmente. La gestión de las baterías usadas, puede ocurrir como con la de los dispositivos móviles: no sabemos dónde meterlas. Además, en España, el 70% de los vehículos duermen en la calle, por lo que no tendrían donde conectarse. Al mismo tiempo, apenas hablamos de las tecnologías de hidrógeno. Una materia prima que sí es renovable. Tiene una dificultad: necesitamos plantas de producción y estaciones de servicio para su suministro. Esta sí es una transición energética más realista. Pero claro, el control de la narrativa es clave en estos tiempos que corren.

Por otro lado, hay numerosos estudios que han expuesto cómo los propietarios de vehículos de última generación pagamos por tecnologías que apenas usamos. Una de cada tres tecnologías no son empleadas: controles de movimiento, tiendas on line, comunicaciones entre vehículos que ni se llegan a activar, etc. Que nos expliquen el valor funcional real de estas tecnologías en el momento de la entrega o venta del vehículo sería muy interesante. Pero lógicamente aparece esa asimetría de incentivos tan propia de sectores donde la comisión está a la orden del día. Además, la dificultad de uso de algunas de esas tecnologías es alta. ¿De verdad vamos a usar todo eso en un contexto donde el principal uso es desplazarnos del punto A al B? Y, por otro lado, ¿tenemos alguna alternativa? En estos contextos, en mis cursos hablo del no-frills model. Un modelo de negocio que, inspirado en Pareto, deja un precio base para ese 20% de características que son valoradas por el 80% de la base de clientes, y pone el resto de características extra de pago. Es decir, un desempaquetamiento de servicios, para que sea más inclusivo. Lo que hizo Dacia con los coches, Ryanair en las aerolíneas o los Ibis Budget en los hoteles. Si tu industria sigue vendiendo todo como un pack, piensa a ver si la tecnología la estás poniendo en valor realmente.

Me preocupa que siempre que concurren tantas innovaciones en un producto tan relevante en nuestro día a día, éste sea liderado por la industria fundamentalmente. Controlan el relato, invierten grandes cantidades en marketing y sobre todo, nos hacen creer que vamos a necesitar cosas que luego jamás en la vida vamos siquiera a saber que existen. Por otro lado, introducir software en los vehículos es un asunto muy serio. Dejando de lado sospechosos habituales alrededor de los datos, aparece el problema de la ciberseguridad.

¿Os han hablado de estos temas en los concesionarios? Es por este tipo de cosas por los que defiendo tanto los modelos donde se pueden alinear los incentivos de todos los participantes. Si una persona cobra más por vender, así procederá. Supongamos por un momento, que ese vendedor cobrase por funcionalidades usadas.

El grado de complejidad que estamos alcanzando con los nuevos vehículos y sus prestaciones es evidente. Pero, ¿es necesario todo esto? ¿Tan bueno es para su futuro?