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Un gigante verde irrumpe en Laval

Jonathan Milan, pletórico, se bautiza en el Tour con un triunfo nítido al esprint ante Van Aert en un día de tránsito para Pogacar

Un gigante verde irrumpe en LavalEfe

A Henri Rousseau los críticos de arte de la época le menospreciaron al catalogar su obra de infantil porque no encajaba en los estándares que se suponían y que ellos fijaban como si fueran dioses y guardianes de la verdad. Autodidacta, sin formación académica, el pintor francés fue uno de los grandes exponentes de la pintura naíf.

El Aduanero, como se conocía a Rousseau por su empleo en las oficinas fiscales municipales de París, pintó con los colores y la imaginación de los niños, que en realidad, es el origen de todo arte.

La frescura y espontaneidad de lo heterodoxo, ese punto de ingenuidad que concede la libertad y el caos, la mirada imposible que reta la lógica, mantuvo el pulso creativo de Rousseau, que pintaba selvas, junglas y escenas exóticas, donde lo mismo surgían tigres leones, aves, serpientes o monos. Los habitantes de sus pinturas.

En Laval, donde nació el pintor a mediados del siglo XIX, entre la jungla de velocistas, surgió la figura mastodóntica de Jonathan Milan, un esprinter robótico. El italiano descerrajó a cabezazos, a modo de ariete, su primera victoria en el Tour.

Exuberante Milan

Se bautizó en una llegada que dominó con ese brutalismo que le acompaña en cada coz. Lejos de lo ortodoxia, Milán, un castillo, 1,96 metros y 87 kilos, mostró una vez más la potencia que le empuja a empellones. Esprinta el italiano a espasmos, con descargas de energía. Sacudida a sacudida electrocutó a Van Aert y Groves, aplastados por el coloso Milan.

El belga se encoló a su rebufo, pero no pudo igualarle y menos aún superarle. El australiano se quedó aún más lejos. Milan es un rinoceronte en estampida cuando arranca con ese estilo suyo macerado en la pista. Creció en el anillo y en el Tour ensortijó su mejor victoria, la que le une a la carrera más grande del mundo.

Fue su conquista más brillante, la del primer sorbo al burbujeante champán. La bebida de los campeones, los festejos, los brindis y las buenas noticias. Sin Philipsen en el muestrario de velocistas por la caída de hace días y con Merlier fuera de foco, Milan no encontró nadie que rivalizara con su capacidad para acelerar en un esprint que ejecutó con determinación.

Lejos de lo que se supone fluido y armónico, Milan es rabia en cada pedalada. Un velocista disruptivo. Lo suyo no es la proporción áurea ni la elegancia.

Milan es salvaje, un velocista extraño, pero sumamente potente y cada vez más eficaz en la jungla de los depredadores veloces. Celebró Milan la primera victoria italiana desde la conseguida por Vincezo Nibali en 2019.

Día sereno para Pogacar

Esa arrancada hosca, brutalista, le sirvió para descomponer  a quienes querían someterle. Ninguno pudo con el forzudo italiano, aspecto de culturista el suyo. Masticando el asfalto, escupió el esfuerzo de Van Aert y Groves en un día sereno para los aristócratas. Pogacar descontó la jornada vestido de amarillo. El esloveno continúa hamacado en el Tour a la espera de retos mayores.

El imaginario de Rousseau respondía a la fascinación de esos lugares exóticos de la Francia colonialista. Aunque vilipendiada su manera de entender la pintura, su forma de expresarse influyó en el fauvismo o en el surrealismo, así como en el trazo de Pablo Picasso.

“Somos los dos pintores más grandes de nuestra época, tú en el estilo egipcio y yo en el moderno…”, le dijo entre copas de vino Rousseau a Picasso en una cena que el pintor malagueño celebró en su honor.

A pesar de cierta ingenuidad formal, su pintura poseía cierta sofisticación temática y compositiva, además de un obsesión por el detalle (admiraba la técnica y el conocimiento académico que él no tenía), el uso de colores intensos, sutilmente modulados y una perspectiva ajena a los cánones establecidos. Milan, un velocista extravagante, podría incorporarse a uno de sus cuadros.

Abandonado su empleo, Rousseau, alabado por sus colegas, pero ridiculizado por los guardianes de la estética, malvivió con un pensión modesta y con el dinero que obtenía realizando retratos por encargo de sus vecinos.

La forma de pintar sin saber, esa torpeza nacida desde la ignorancia, le concedió la inmortalidad. Milan entró en la historia vestido de verde, el maillot de la regularidad, sin el rigor académico que dictan los manuales de ciclismo. Tal vez en su forma de esprintar, primitiva, late cierta ingenuidad.

Tour de Francia


Octava etapa

1. Jonathan Milan (Lidl) 3h50:26

2. Wout van Aert (Visma) m.t.

3. Kaden Groves (Alpecin) m.t.

4. Pascal Ackermann (Israel) m.t.

5. Arnaud de Lie (Lotto) m.t.

6. Tobias Andresen (Picnic) m.t.

7. Bryan Coquard (Cofidis) m.t.

8. Alberto Dainese (Tudor) m.t.

120. Ion Izagirre (Cofidis) a 1:53

122. Alex Aranburu (Cofidis) m.t.


General

1. Tadej Pogacar (UAE) 29h48:30

2. Remco Evenepoel (Soudal) a 54’’

3. Kévin Vauquelin (Arkéa) a 1:11

4. Jonas Vingegaard (Visma) a 1:17

5. M. Van der Poel (Alpecin) a 1:29

6. Matteo Jorgenson (Visma) a 1:34

7. Oscar Onley (Picnic) a 2:49

8. Florian Lipowitz (Red Bull) a 3:02 

67. Alex Aranburu (Cofidis) a 31:02

76. Ion Izagirre (Cofidis) a 34:52

Fuga sin esperanza

En el Tour existe un punto de arte naíf. Como la ingenuidad infantil de una fuga a ninguna parte con Mathieu Burgaudeau y Mattéo Vercher, dos franceses. O patchwork colorista del pelotón, la serpiente multicolor, o los paisajes que integran los distintos pantones de la naturaleza, con los campos de trigo recogidos y los que aún ondulan las melenas al viento mientras transitan los ciclistas en una jornada que es un canto al esprint.

El exotismo lo incorpora una carrera que a todos acoge, sin aduanas ni puertas, aunque el ministro de Interior francés siga el Tour en un coche oficial. La llanura fijaba una tarima ideal para tomar el ancho de la carretera en un día con el viento de cara, desgastando los perfiles a modo de la Esfinge de Guiza.

Golpeados los rostros por el muro invisible que todo lo lija. El público celebrara con alborozo el desfile componiendo figuras armoniosas, mecanos, puzzles y demás coreografías festejadas por la realización del Tour. El entretenimiento estaba en los márgenes.

“El Tour es el mayor anuncio publicitario del mundo”, le gusta definir a Christian Prudhomme, director de la carrera. Como en el asfalto la competitividad era más bien escasa, amortizados Burgaudeau y Vercher, siempre controlados, las cámaras se recrearon con imágenes desde el aire y tomas estupendas para mostrar la belleza del paisaje.

Como si se tratara de un pintura de Rousseau, una ensoñación de perspectiva incierta, seis años después de la última victoria en el Tour, que firmó Nibali, en Laval irrumpió un gigante verde. Uno de los cuadros más célebres del pintor se llama El sueño. En él se coló Milan.