Soplaba el viento sur en la enajenada Itzulia. Locos maravillosos que invocan a la rebelión para derretir a Skjelmose, el campeón que vino del frío, el otro danés ante el vacío existencial de Vingegaard, caído en combate. Como Evenepoel, Roglic, Landa, Vine, Quinn o Cras.

En Eibar se honra a la memoria de los que no están en la carrera, maldita. Milan Vader, que estuvo a punto de perder la vida hace dos años en la Itzulia, se abrazó con Tomás Rodríguez. El médico que le rescató inconsciente, con apenas un hilo de vida.

Juan Ayuso, con la txapela de campeón de la Itzulia. Efe

Coronación de Juan Ayuso

Ese abrazo emocionó a una carrera desgraciada que sanó en la última etapa. Otro abrazo festejando la vida cerró el círculo. Juan Ayuso se fundió con su familia en la Plaza Unzaga. Accedió al trono de la Itzulia en su estreno en la cita vasca. Tejió la txapela del centenario con una actuación soberbia en el ocaso. Una fogonazo de luz. Un rayo.

Quemó a Skjelmose entre Izua y Urkaregi. Fue una victoria en dos actos. El remate a la obra maestra del UAE, que obtuvo un triunfo coral hilando una magnífica trama con Arrieta, Soler y Ayuso. Carlos Rodríguez llegó con el campeón para saltar al segundo cajón del podio. Skjelmose, que perdió más de 40 segundos, cerró la foto de la orla de la carrera vasca. Pello Bilbao, el mejor vasco, fue sexto en la general.

Trabajo en equipo

Hermanados los muchachos del UAE, elevaron al altar de la Itzulia a Ayuso en el centenario de la carrera. Se puso en pie el alicantino, orgullo y pasión, para lograr su mejor victoria. En Altsasu, en el tercer día de carrera, Ayuso acabó golpeado tras una caída. El campeón que rodó por los suelos, alcanzó el cielo de Eibar en una jornada trepidante, arengada por la emoción.

Derrotó Ayuso a Skjelmose, corajudo, en el mano a mano. Hirió al danés en Izua y cobró los derechos de autor en Urkaregi, donde desfalleció la llama de Skjelmose. Se encogió el danés ante el despliegue de Ayuso, campeón imberbe que adelanta el futuro.

En medio de la conmoción de la Itzulia, nadie se atrevía a hacer pronósticos en la Plaza Unzaga, prensada por el calor denso, alquitranado. Un cielo de ceniza vigilaba. El bochorno incomoda y agobia.

Días extraños de primavera en un abril descolocado por la canícula, robado al verano. Temperatura de Tour. Pello Bilbao se refrescó el cogote con una bolsa de hielo para no acalorarse demasiado en un día fogoso. En ese ambiente, ardió Skjelmose y surgió la figura de Ayuso.

La Itzulia, el Tour de casa, agujereada por la metralla de las caídas, cruzaba los dedos para romper el maleficio. Huele a tormenta y a pólvora al mediodía. Ciclismo con metralla.

En Eibar no solo habló el pasado de la villa armera, el de la fábrica de armas, convertidos después los cañones de las escopetas en tubos para construir bicicletas.

Una idea más pacífica, pero en el corazón de de Eibar se prepara el asalto final, la guerra de guerrillas entre montañas. Todos los que desean derrocar al rey danés, 20 ciclistas en un minuto, pensaban en prender la hoguera.

Allí, en ese lugar al lado del fin del mundo, donde todo acaba y ya no hay lugar para rectificaciones, se concentra la Itzulia en una jornada explosiva, diseñada para dinamiteros. 

No tardaron en cargar los cañones ante un relieve repleto de aristas, cortante más si cabe en un kilometraje condensado, las montañas interpuestas, amontonadas, como en una dentadura imperfecta que necesita una ortodoncia para lucir la sonrisa de la victoria. Después de tantos gestos de dolor, del sufrimiento y el quebranto, la Itzulia necesita sonreír para arrancar las penas. 

Carlos Rodríguez levanta los brazos para celebrar su victoria en Eibar. Javi Colmenero

La apuesta del UAE

Los balazos de la Guerra Civil dejaron huella en la fachada del ayuntamiento de Eibar, la primera ciudad de la República, para nunca olvidar el asedio. Agujeros que la memoria rellena. Los vacíos de la Itzulia son las mordeduras de la desgracia. 

Elkorrieta, el primer escollo de la cordillera que daba la bienvenida al alto relieve del ocaso de la Itzulia, sirvió de plataforma para una fuga numerosa. Skjelmose, blindado por sus muchachos, no se alteró demasiado.

Los dorsales de la escapada no le preocupaban (había lanzado a Mollema en la fuga) y tácticamente era una buena situación para ellos porque desbravaban en un principio el incordio del UAE, con un sobresaliente Arrieta. La coreografía de los muchachos de Ayuso comenzaba. Arrieta era la primer termita del ejército del UAE que fue horadando al líder

Azurki, al que denominan el pequeño Mortirolo, y su imponente estampa fotografiaron a la fuga con una buena renta. Una lengua de asfalto burlona, una carretera de ceniza. Skjelmose lucía de amarillo. En Gorla, cima museística para los aficionados, gobernaban los vientos serenos y pacíficos.

La ofensiva de Soler

Los focos apuntaron a Krabelin, la zona cero de la Itzulia. En la espalda de Arrate se escondía el polvorín, el lugar para la gran detonación. Cinco kilómetros al 10% de desnivel y una rampa que atiza con fiereza al 17%.

Una subida ardua, con penachos de cemento y los cuellos almidonados, desafiantes. Un calvario. El UAE mandó por delante a su primer alfil, Marc Soler, en busca de los rescoldos de la fuga: Arrieta, Kuss, Kruijswijk, Onley, Mühlberger y Mollema, un báculo para Skjelmose.

El catalán era una isla, pero creció y se hizo continente. El resto de piezas del UAE rodeaban al líder, que disponía de dos sherpas para dirigirle en en un puerto indigesto por las rampas, la carretera estrecha y el viento respondón. El pasillo de la afición, vociferante, festiva, humanizaba el escenario. Descontado Arrate, nadie osó retar al danés.

Ayuso se encogió de hombros. Jugaba al despiste. El resto miró para otra parte. En ese pulso, intervino el Bora. A Schachmann, a dos segundos de Skjelmose, le alcanzaría con un buen esprint en Eibar si los favoritos empastaban con la fuga. Lo que era una partida de ajedrez, pasó a ser un tablero de damas.

Urgía tomar decisiones rápidas, valientes y agresivas. Esa unión apagó en buena medida la rebelión en la senda costosa hacia Trabakua, el siguiente episodio con las rampas. Arrieta se descolgó para dar fuelle a Soler, empeñado en forzar a Skjelmose. El catalán se soldó al grupo delantero.

Ayuso no perdona

Izua significa pánico. Ese nombre, inquietante, bautizaba el último puerto de primera que le restaba a la Itzulia. Hace un año, Vingegaard ajustició a todos sus rivales ahí. El otro danés, Skjelmose, abrió la puerta para que se resolvieran las dudas. Se equivocó. Arrieta, formidable su carrera par impulsar la candidatura de Soler y Ayuso, estalló después de vaciarse.

Solo le quedó el alma en pie. Soler, al límite, era el hilo de la trama. El líder tomó la carrera por la pechera. Cambió el ritmo. Se quedó a solas con Ayuso y Buitrago. Eso le condenó. Se encrespó el alicantino, pleno de autoestima. Desenmascaró al líder, atrancado en Izua. Cabeza gacha. Volaba el joven Ayuso, descarado, ambicioso, hambriento.

Skjelmose no estaba dispuesto a dimitir. Fuerte mentalmente, no se venció. El pulso, en apenas 15 segundos de una Itzulia que se medía en parpadeos. El tobogán del descenso era un nudo de emoción.

Palpitaba la carrera en un todo o nada entre Ayuso y Skjelmose. Soler guiaba al alicantino. Al danés le daba luz Carlos Rodríguez, muy sólido en busca del podio. El líder respiró aliviado cuando conectó. Comenzaba de nuevo la Itzulia.

Giraba la ruleta en Urkaregi. Se lanzó con furia Ayuso, los hombros apuntando el futuro. El líder vio el despegue, pero le quedó la nostalgia. Se le cortó la respiración. Le quedó el jadeo y la derrota. Demasiada violencia para él. En la mochila de Ayuso de subió Carlos Rodríguez. No le importó. Para el granadino, que dedicó la victoria a su padre, recientemente fallecido, el podio. Para él la gloria. Ayuso se abraza a la Itzulia del centenario.