Mathieu van der Poel ama las piedras. El suyo es un romance idílico. Amor inalterable. Duradero. Sin fisuras. Habla con los adoquines el neerlandés, cómodo y feliz en el cara a cara con el pavés. Su paraíso. Conoce el exuberante Van der Poel, un boxeador en bicicleta, todos su secretos.

Se comunica con las piedras sin necesidad de abrir la boca. Mentalista. El lenguaje de las piedras, sus leyes, duras, impertérritas, tallan a Van der Poel, otra vez imperial en el Tour de Flandes.

Tres veces Van der Poel, campeón en 2020, 2022 y 2024. Los años pares son los suyos. El pasado curso Pogacar le hizo morder el polvo, masticar las piedras. Una mala digestión para Van der Poel.

Sin el esloveno mágico y caídos en combate en A Través de Flandes Van Aert y Stuyven, las piedras no parecían tan duras para la mandíbula del neerlandés, una mala bestia. Una trituradora.

Apisonadora pintada de arcoíris.  Vistiendo el maillot de campeón del Mundo, solo Louison Bobet (1955), Rik Van Looy (1962), Eddy Merckx (1975), Boonen (2006) y Peter Sagan (2016) alzaron aquí los brazos antes que él. Es el sexto hombre.

“Ganar el Tour de Flandes con el maillot de campeón del Mundo es un sueño hecho realidad”, dijo el neerlandés, con la voz entrecortada, jadeante por el esfuerzo mayúsculo de una clásica que arrastra a los hombres al abismo de sus adentros. Al límite.

El gran favorito

En Van der Poel hierve el ciclismo salvaje, sin doma. Como si de un geólogo o un arqueólogo se tratará encontró otra vez la gloria entre viejas piedras. Los diamantes bajo los adoquines.

La playa de Mayo del 68 y aquel lema de los soñadores. Debajo del pavés Van der Poel encontró oro, el arcoíris que alumbra el infierno de Flandes, una oda al ciclismo. Una carrera monumental.

Coleccionó Van der Poel por tercera vez el Tour de Flandes con su estilo de forzudo. Rompe y rasga a pesar de la presión que le sometieron los rivales, que trataron de encontrar una rendija, un poro desde el que hacer palanca. Fue imposible. Hermético, blindado, arrancó otra trozo de gloria desde las entrañas de las piedras.

Mathieu van der Poel celebra la victoria. Europa Press

Fuego y dinamita. Implacable. Imparable. Un minuto después, Mozzato y Politt (descalificaron a Matthews por cambiar la trayectoria en el esprint), comandaron un grupo ojeroso, las narices chatas por la tortura del Tour de Flandes. Rostros desfigurados. Cuerpos derrengados.

Pedersen y Vermeersch, supervivientes de la caída que rompió hasta el tuétano a Van Aert y quebró a Stuyven y Kirsch en A Través de Flandes, izaron la bandera del orgullo.

Cuerpos golpeados, pero corazones hambrientos. El danés, que fuera campeón del Mundo en 2019 en el diluvio de Yorkshire, abrió las piedras con entusiasmo.

No tenía intención de esperar al último asalto en un clásica especializada en sepultar voluntades y apedrear esperanzas. Una carrera que cae en cascada. Vermeersch, compañero de Van der Poel, se encoló a Pedersen para robarle la moral, para horadarle la ilusión.

Soberbio Oier Lazkano

No ocurrió porque Pedersen es un ciclista colosal, un centauro. El hombre que domesticó a la bestia Van der Poel no tenía intención de rendirse. Su resistencia solo pudo aplacarla el viejo Kwaremont, sus piedras añejas, que tantas víctimas cuentan. Un muro de las lamentaciones. Un frontispicio de la derrota.

Oier Lazkano, que apenas tiene memoria entre las piedras, pero cubica un motor excepcional al que empuja el espíritu adolescente, descerrajó la cota. Van der Poel, el arcoíris en la espalda, quiso desatar la tormenta. Lazkano, imponente, le tocó el hombro. Aquí estoy yo. El Kwaremont se le resistió.

Oier Lazkano mostró un gran nivel. Movistar / Getty

Un puño cerrado gobernaba el Tour de Flandes, ametrallada la clásica por la lluvia, arengados los dorsales por miles de voces que empujaban como la mar en un día de furia.

El segundo paso por el viejo muro dejó un océano de dudas. Aguardaba el puño hostil, corto, pero mal encarado del Paterberg. No sucedió nada. A la espera de Van der Poel. Orgulloso, Iván García Cortina, renacido, se adentró al Koppenberg con algo de aire a su espalda.

Ataque de Van der Poel

Le castigó un resbalón. Le saltó la cadena y agonizó. Los adoquines, barnizados de barro, convirtieron el muro en un infierno. Van der Poel, que patinó, traccionó con ese estilo brutalista. Nadie como él en un escenario pétreo. Corre en casa. Van der Poel es una roca. Flandes es suyo.

Se catapultó el neerlandés mientras el resto, entre los patinazos, incapaces de sostenerse sobre le barro, en medio de la empalizada, tuvo que poner pie a tierra. Enfangados. Fotos en blanco y negro. De otro tiempo. Arenas movedizas.

A Oier Lazkano le tragaron las fauces de la tierra. Tuvo que subir el Koppenberg andando. Pateando en un escena de otro tiempo. El Tour de Flandes, sus banderas amarillas, sus leones negros, no hace prisioneros. Su grandeza derrotó al gasteiztarra.

Plegado el muro, Van der Poel solo temió por la persecución de Matteo Jorgenson, otra vez estupendo entre piedras. El norteamericano se está tallando como un ciclista formidable. Capaz de vencer la París-Niza y el ensayo del Tour de Flandes. La perspectiva de una unión, apenas media docena de segundos les separaba a la salida del muro, se perdió como lágrimas en la lluvia.

Persecución infructuosa

Jorgenson pudo ver de cerca a Van der Poel, pero un puñado de kilómetros después estalló por dentro y tuvo que encoger los hombros y arracimarse junto a sus perseguidores mientras Van der Poel, liberado, desatado, boxeaba los adoquines. Aturdido el resto, tratando de sostenerse.

En el Tour de Flandes la unión no hace la fuerza. Cada uno da lo que puede porque la clásica vampiriza el organismo al extremo, lo parasita y lo absorbe hasta descarnarlo. Queda la piel, el hueso raído y un pellizco del alma. A la tremenda no se puede combatir al neerlandés, que es una central de vatios.

Mantenía encendida su dinamo Van der Poel y el grupo compartiendo miserias, era una lucha por la supervivencia con García Cortina, Wellens, Bettiol, Teuns, Rex, Pedersen y Jorgensson. En ese debate sotto voce se adelantaron Bettiol y Teuns, que perdieron la voz cuando Mozzato y Politt emergieron del calvario, de esa extrema agonía. Hacia un minuto que el neerlandés, imperial, elevó la bici al cielo de Flandes. Su hogar. Flandes pertenece a Van der Poel.

LONGO BORGHINI REPITE EN EL TOUR DE FLANDES

Elisa Longo Borghini (Lidl Trek) se impuso en la vigésima primera edición del Tour de Flandes, con salida y llegada en Oudenaarde, de 163 kilómetros, rematando un trabajo de todo su equipo, que clasificó en tercer lugar a la neerlandesa Shrin Van Anrooij. La campeona de Italia logró su segunda victoria en el Tour de Flandes. Su primera corona en la clásica belga la obtuvo en 2015.

Un triunfo esculpido a conciencia por su equipo, que, tras desarticular al SD Worx de la campeona mundial y favorita Lotte Kopecky, colocó a dos corredores en la fuga ganadora y remató con la campeona italiana. Borghini se impuso en un esprint a tres ante Niewiadoma y Van Anroiij.