El infierno, como la existencia del diablo, camuflado en su invisibilidad, –de hay su éxito como método de control, de sometimiento y miedo, de generador de parálisis y cortafuegos de la rebeldía– puede adquirir distintas apariencias. Una careta amable, una media sonrisa o el aspecto de una montaña maravillosa, intrigante, de enorme belleza. Una danza de los siete velos que logra distraer la atención para caer, irremediablemente, en la tentación.

Larrau, (14,9 kilómetros al 8% de desnivel medio, con siete kilómetros enteros por encima del 10% y rampas máximas del 16%) imponente, es un dragón dormido, sereno en un paisaje bucólico, de otro época. Suspendido en el tiempo, arropado por los árboles formidables y estupendos que festonean una carretera de montaña, tiene piel de serpiente. Brillante. Hipnótica.

Gesta de Evenepoel

Por allí transita el orgullo herido, lacerante la herida aún de Remco Evenepoel, la rabia contenida. Trata de resucitar el belga, despojado del maillot blanco, luciendo la bandera de Bélgica que le rodea el pecho. “El camino hasta la Vuelta ha sido extraño con el Mundial justo antes. El Mundial de contrarreloj era un gran objetivo, así que creo que no ha sido la mejor preparación”, expuso el belga, revivido. Resurrección.

Remco Evenepoel se impone en meta. Efe

Levántate y anda. El día después del hundimiento, cuando le acosaron pensamientos muy negativos, corre Evenepoel sin bridas desde que salió el sol, queriendo dejar atrás la noche oscura del Tourmalet, cuando se quedó en blanco en medio de la nada.

Necesita olvidar. Sanarse. Aliviar la derrota. Curarse por dentro. Rebelarse. La victoria de los vencidos. La más bella. Grandeza. Carácter de campeón. Levantarse de la lona. Una vez más. Otra vez consigo mismo. En casa. Evenepoel completa una gesta. Vuelve de lo espectral. Lo inesperado. Los misterios. Una exhibición colosal. Lisérgica. Los caminos del ciclismo son inescrutables.

La revelación después del peor día. Una Epifanía. Evenepoel, apoteósico en Nafarroa. Rey en el Viejo Reino. Éxtasis en Belagua. Lágrimas en el rostro del belga, conmovido, la tiritona de la emoción a flor de piel después de encontrar la paz interior. Cuestión de fe.

El cielo para Evenepoel después de atravesar las fauces del averno. Minutos después de Evenepoel y su cabalgada, quijotesca, acompañado por Romain Bardet, que se deshojó en la ascensión final, los favoritos tapiaron las emociones pirenaicas con un día de transición.

Kuss, tras Vingegaard, en la ascensión a Larrau. Javier Bergasa

Kuss y el Jumbo, sin problemas

La Vuelta descansa en la bodega de carga del Jumbo. Sepp Kuss, el líder pizpireto y risueño, puso a enfriar el champán de la Vuelta. Desde Belagua se ve Madrid. Con el norteamericano, que festeja su travesía de los Pirineos con una sonrisa, se acomodan Roglic y Vingegaard, que cerraron el día dichosos, alegres y felices. El Jumbo invencible sigue la fiesta en el renacimiento de Evenepoel.

En el infierno al belga le acompañó Bardet, estupendo escalador, el hombre que fue la esperanza blanca de la Francia ciclista hasta que le negó la prosa de la realidad.

Los aficionados invadieron Larrau. Javier Bergasa

La poesía malvive en la pensión de la imaginación. Bardet se siente libre a medida que a su ciclismo le quedan menos capítulos. Los dos se entendieron entre las rampas que lanzan llamaradas, que les bailan los huesos, que les agitan los músculos.

Seguía presente el calor, el recuerdo de la canícula, sus puños de fuego, su fogoso corazón. En Larrau les perseguían sus excompañeros de fuga, formada tras los fogonazos febriles de Evenepoel, sin descanso. Fuegos artificiales. Traca final desde el comienzo.

El intento de Ayuso

En Larrau, colgado del cielo azul de Iparralde, Juan Ayuso se encorajinó después del tajo de sus costaleros. Quería medir al Jumbo. La ingenuidad y el descaro de la adolescencia. El bamboleo de los hombros jóvenes y revoltosos del alicantino en las tripas del puerto. A ninguno se le cortó la digestión entre los mejores.

Vingegaard, Roglic y Kuss domaron al alicantino de inmediato. En un chasquido. Nadie puede arañarles. Juego de niños. Se sostuvieron Mas, Landa y Uijtdebroeks un par de fotogramas después. Las ikurriñas servían de faro para los últimos toboganes de Larrau, a un palmo de Nafarroa.

El coloso tiene una pierna en Iparralde y la otra en Hegoalde. Evenepoel, con Bardet cosido a su causa, atravesó Larrau como un contrabandista. Mugalari en Euskal Herria.

Castroviejo, fantástico, fue cuarto. Javier Bergasa

Quería el maillot de la montaña de Vingegaard, acomodado en el chester de la nobleza, donde permanecían Kuss, Roglic, Ayuso, Mas, Landa… firmes como las hayas de la selva de Irati y su frondosa cabellera verde que habla de mitos y leyendas.

Recuerdo de Indurain

En 1996 aquellas hayas eran cipreses llorando el paso de Miguel Indurain, cuando al sexto año cayó el imperio del rey del Tour. Lo imposible. El día en el que muchos perdieron la inocencia. En plenos Sanfermines, a Indurain se le esperaba en Iruñea con el laurel, pero en su cabeza le mordía una corona de espinas. Aquel día el héroe se hizo carne. Ser humano. La ovación más conmovedora, respetuosa, emotiva y sincera recibió a Miguel.

Plegado en la mesilla de noche Larrau, un puerto de pesadilla, Evenepoel y Bardet descontaron la ascensión de Laza con el belga arrastrando al francés. Bardet subido sobre la grupa de Evenepoel a modo de los pajarillos que desparasitan a los rinocerontes.

Evenepoel hace cima en Larrau con Bardet a su espalda. Javier Bergasa

Entre los favoritos, ordenados, descontaron los kilómetros para cerrar con llave los Pirineos. Evenepoel y Bardet no les preocupaban, perdidos en el anonimato de la general. El escenario perfecto para el Jumbo, que mece la Vuelta.

Estalla Bardet

En la ascensión a Belagua, la cara oculta de La Pierre de Saint Martin, se miraron a los ojos el belga y el francés. En realidad, Bardet miraba la espalda del belga –fortísimo tras el hundimiento– en el pasillo humano, repleto de ánimo, puños al aire y entusiasmo.

Bardet, que había sido su sombra, dejó de serlo. Le visitó el vacío, de repente. Sin previo aviso. Como las malas noticias. Explotó el galo como una palomita. Vía libre para el belga, al que se le nubló la vista por la emoción. Los ojos llorosos hacia la meta, hacia sí mismo. El reencuentro. Bienvenido a casa. La redención de Evenepoel.