El resplandor en la hierba lo disfrutaban las vacas y las ovejas, impasibles ante el zumbido de las ruedas lenticulares y el aspecto de astronauta de los competidores, con cascos espaciales y buzos que son más piel que la propia piel sobre bicis ideadas para laminar el viento, acariciarlo sin enfrentarse a él.

A través de los campos verdes de Escocia, una planicie, una cremallera de asfalto, invoca en Stirling a los señores del tiempo, tipos fornidos, de cuádriceps ciclópeos, mentalidad atrincherada en el sufrimiento y ergonomía de contorsionista. Dorsales capaces de soportar la presión del tiempo.

Rocas alistadas a un calvario de 47,8 kilómetros. El largo y tortuoso camino que concedía el oro, el arcoíris, finalizaba en un repecho de ochocientos metros alfombrado por adoquines. Al campeón del mundo se le recibía a pedradas.

El remate de la crono, diseñado por el marqués de Sade después de un ejercicio abisal, que implica adentrarse hasta el tuétano, al dolor del alma. Las manecillas de todos los colores eran el consuelo. La gloria siempre requiere mártires.

En el altar del sacrificio reinó Remco Evenepoel que agarró el oro tras fijar una marca de 55:19. Rodó a 51,8 kilómetros por hora. Una exageración. "He desarrollado entre 10 y 15 vatios más de lo planeado", argumentó el belga.

Filippo Ganna, recórdman de la hora, dos veces campeón del mundo de la especialidad, que dobló a Pogacar, cedió por 12 segundos. El podio lo completó Joshua Tarling, a 48 segundos del belga volador. “Era uno de mis objetivos del año. No era un recorrido ideal para mí, pero he podido ganar”, dijo el belga. Evenepoel mudó el arcoíris.

Ganna, plata, Evenepoel, oro, y Tarling, bronce, en el podio de la crono. UCI

Iguala el récord de Abraham Olano

El pasado curso lució el de ruta. En Escocia se vistió con el de contrarreloj. Siguió la ruta que fijó Abraham Olano, campeón de las dos especialidades, años atrás. El guipuzcoano se hizo con todos los colores en Duitama en 1995 y repitió bajo el reloj en Valkenburg en 1998. Evenepoel es el segundo hombre en la historia en enlazar ambos laureles.

Evenepoel, el muchacho prodigio que llegó del fútbol y no para de asombrar, aún enlutado por conceder el Mundial el pasado domingo, alivió el luto con los colores que pintan el mundo. Alegría contra la pena.

Evenepoel, apenas 1,71 metros de estatura y 61 kilos, tuvo que derrocar al colosal Ganna, bicampeón del mundo, que talla 1,93 metros y pesa 83 kilos. Ver para creer. Le aventajó en una docena de segundos. En el podio asomó la sorpresa de Tarling, un tallo de 1,94 metros y 78 kilos. Evenepoel puso el punto sobre las íes.

Una potencia desmesurada

Acentuó una vez más su potencia, capaz de atravesar la lógica. Es difícil explicar como un cuerpo tan liviano puede ofrecer semejantes registros en una crono que se asemejaba a la que le subrayó en el inicio del Giro.

La idea era la misma. Una espacio para expandir la caballería y una subida abrupta, que dislocaba el ánimo. Evenepoel conquistó el tiempo en Stirling. Lució el reloj de oro. La plata pintó a Ganna y el bronce abrazó a Tarling.

En Escocia, el Mundial de crono recuperó la distancias que merecen la especialidad, achicada en la grandes vueltas, como si molestara la disciplina, un sarpullido. A la búsqueda del Vellocino de Oro partieron ciclistas grandilocuentes, formidables.

Evenepoel, Pogacar, Van Aert, dos veces plata, Ganna, arcoíris en dos ocasiones, Küng, Bissegger, Dennis, bicampeón Mundial, o Foss, defensor del título. Ciclistas atómicos, capaces de desarrollar una cascada de vatios, de desprender energía hasta hacer estallar el amperímetro.

Tarling se cuela en el baile

Lo reventó en el amanecer Tarling, un muchacho de apenas 19 años, al que nadie esperaba. El invitado sorpresa. Un rascacielos de 1,94 metros que fijó un primer registro sideral. Ganna, campeón del mundo de persecución, dejó su sello.

El Gigante de Verbania, poseedor del récord de la hora, batió al inglés. Estableció una marca exagerada: 13:57. Evenepoel, un puño cerrado contra el viento, aerodinámicamente inmejorable, sólo concedió cuatro segundos respecto al gigante italiano.

Bestias desbocadas. Ganna, Tarling y Evenepoel se jugaban las medallas desde el primer mojón de la crono. Rasguños entre ellos. Les pertenecía el tiempo.

Van Aert y Pogacar se mecían en el mismo plano. Concedían casi medio minuto. Foss también se movía en registros similares. Küng estaba por encima de los 40 segundos de desventaja. Desgarros. Sin más horizonte que el calvario. Todos ellos descartados.

Remco pide calma

Evenepoel, sólido, gesticulaba a medida que conocía las marcas de Tarling y los hitos de Ganna. El belga pedía calma a su coche de selección. Inició el remonte. Despegue a la Luna. Ganna, que desplazó aún más al inopinado Tarling, comprobó la mordedura del belga, soldado a su montura. Un rayo. De una sola pieza. Una bala de cañón.

Evenepoel, con el orgullo mancillado en la prueba de ruta, cuando le despojaron del arcoíris, quería recuperar la prenda aunque solo pudiera lucirla en la lucha contra el reloj. Es un distintivo demasiado preciado. Una decena de segundos separaban al belga y al italiano antes de comenzar la rampa del tormento.

Ganna coceó contra el muro y derribó a Tarling, feliz en el bronce, un enorme logro. Entonces, sin tiempo para posarse sobre la silla caliente que espera al resto, Ganna, que trataba de encontrar aire y oxígeno sentado en el suelo, el maillot abierto, el crucifijo bamboleante, comprendió el significado de la derrota cuando Evenepoel le limó la dicha por 12 segundos. El tiempo en el que Evenepoel derribó a los gigantes para subirse al arcoíris.