Diego Velázquez, un maestro de la pintura, fue capaz de pintar el aire en Las Meninas a través de cuatro puntos de luz. En la iluminada Breda sopló el viento. Velázquez lo hubiera representado como ningún otro. William Turner, el pintor de tormentas, surgió más tarde. La sutileza y el dominio de Velázquez se sublimó con Las Meninas. Antes, el genial pintor sevillano plasmó su excelencia en La rendición de Breda, un óleo que representaba ese episodio histórico, cuando el ejército español comandado por Ambrosio Spínola tomó Breda después de asediar la plaza fuerte neerlandesa durante nueve meses. Ocurrió el 5 de junio de 1625. Justino de Nassau, gobernador de la ciudad, se rindió ante las tropas españolas.
Sam Bennett, asediado por otros velocistas, conquistó Breda. No claudicó el irlandés. Al contrario, elevó su estandarte al cielo. Otra victoria. Derrotó de nuevo a Pedersen. McLay fue el tercero. El irlandés nacido en Bélgica enlazó dos jornadas de dicha. No está dispuesto Bennett, ambicioso, a entregar la tierra conquistada. Le ha costado demasiado tiempo armar la moral y acelerar hasta lo que fue. El velocista que no ganaba, preso de una crisis de falta de confianza, se regaló otra victoria al esprint. La confianza es el mejor carburante. Ninguno tan poderoso. Catapultó al irlandés a la gloria.
AFINNI, NUEVO LÍDER
Bennett, desmemoriado hasta el sábado, lejos de su mejor versión, colocó otra sonrisa sobre su peana. En ocasiones solo se precisa un pellizco para despertar a la bestia. Los días de hibernación de Bennett, que vivió una traumática salida del Quick-Step, han finalizado. Disfruta del verano. De celebración en celebración, de fiesta en fiesta en los Países Bajos. Así sale el Jumbo de su tierra antes de acampar este martes en Euskadi tras la jornada de descanso. Edoardo Afinni es el nuevo líder y Roglic el patrón de la carrera.
La victoria española en Breda no impidió que en 1648, los Países Bajos obtuvieran la independencia. Varios siglos después, Breda recibió a la Vuelta con los brazos abiertos. El óleo de Vélazquez, que descansa en el Museo del Prado como una de las cumbres de la pintura, es ahora la panorámica de un país rendido a las bicicletas. Nada de belicismos. Bennett encontró la paz en los Países Bajos. De vuelta en la Vuelta. No pensó lo mismo Carapaz, que se fue al suelo y lo pasó mal hasta que le remontaron y pudo respirar tranquilo.
En los Países Bajos se reprodujo el efecto fotocopia. Nada se alteró camino de Breda. Una fuga, un esprint y Bennett. Se mantuvo intacta la liturgia de los días en los que tiene más impacto el número de aficionados y la algarabía, el griterío del entusiasmo, que lo que sucede en la carretera, que atiende punto por punto a aquellos folletines del oeste que se vendían semanalmente en los kioscos. El fast food de la literatura. El truco para que se produjeran tantos títulos consistía en intercambiar el planteamiento, el nudo y el desenlace. Bastaba con cambiar los nombres y algún detalle mínimo, como el lugar en el que transcurría la acción y se ensamblaban cientos de historias basadas en un puñado de pequeños relatos.
ITURRIA Y OKAMIKA, EN FUGA
Los detalles se sublimaban y todos aquellas aventuras que eran la misma, parecían nuevas. La ilusión no depende de las grandes historias. Aquellas historietas alimentaron la imaginación de varias generaciones de un modo barato. El precio de la felicidad siempre es relativo. En Breda, Mikel Iturria tomó el relevo de Azparren. Ander Okamika apareció en el reparto. Repitieron respecto a la víspera Miquel y Van den Berg, el rey de la montaña, y asomaron José Herrada, Bakelants y De Gendt, el hombre fuga. El Houdini del ciclismo. Fueron ellos los primeros en adelantarse al pelotón, que partió desde Grote Kerk, el templo protestante que bendijo al pelotón. Los ciclistas rindieron homenaje a las personas fallecidas por covid-19.
Cumplido el rito, solo el viento, susurrando amenazante, alteró el cauce de la narrativa sobre la llanura, un plato de sopa. La fuga, bien empastada, trató de avanzar todo lo que pudo, como reza el manual del buen huido. Por detrás, los favoritos atendían a las veletas, a sus caprichos, y trataban de protegerse del viento de costado corriendo con más determinación y frenesí.
En esos repuntes, se deshilacharon los pesos ligeros. Ciclistas que son hojas al viento. Sufrieron Bizkarra, agobiado el día de su cumpleaños, Pozzovivo o Fabbro. A Woods no se lo llevó el viento. Una caída le mandó para casa. Astillado el canadiense. Bizkarra desconectó después de padecer tantos latigazos.
PELIGROSO RECORRIDO
Entre las rotondas, los estrechamientos de calzada y el viento juguetón, el chasquido del látigo no dejaba de sonar. El repecho, tal vez ni eso, lo coronó De Gendt. Van den Berg fue segundo. Rey de la montaña en un tierra sin ellas. Las exigencias del podio y el reparto de maillots. A Van den Berg le impulsaba el calor del hogar. Pudo saludar a su pueblo en la punta de lanza. Carapaz no tuvo tiempo para dispendios.
Se fue al suelo en el paso de un pueblo, estrechada la carretera, y tuvo que reengancharse al pelotón tras un sofocón con la ayuda de Sivakov y Geoghegan. El ecuatoriano se prensó en las tripas del grupo en el momento exacto. En el frente, Okamika, Iturria y el resto se empeñaron para estirar al máximo la fuga.
Cuando restaban 10 kilómetros, el grupo les guillotinó. Surgió entonces el movimiento que precede a los esprints, siempre aderezados de tensión, adrenalina, nervios y pulsiones. En esa pelea arrebatadora, donde todo sucede rápido entre jadeos y corazones que son un redoble de tambor, donde los favoritos buscan protección bajo el ala de sus compañeros, se armó el esprint. En él reinó el irlandés. Bennett conquista Breda.